Digo yo

Juguemos en el patio

Con el empeño de quien intenta resucitar a un moribundo, fueron los artistas quienes reanimaron a esa alma en pena y la pusieron de pie, heroicamente. 
08-10-2015 | 10:50 |

Foto:Archivo
 Natalia Pandolfo
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Es una propiedad privada: privada de mantenimiento, de algún uso posible. Privada, durante años, de una razón de ser más o menos sensata. Unas gruesas columnas de mármol de carrara, unas ruinas de rara belleza, unos arcos europeos, unos yuyos creciendo libres de culpa y cargo, todo envuelto con tremendo candado, en pleno corazón de la ciudad, frente a la plaza San Martín —que será lo que deba ser y si no, será cochera.
Es una propiedad privada que pertenece, en los papeles, a la Iglesia santafesina. En los hechos, otros la reclaman: durante años —después de tantos años muertos— músicos, teatreros, artistas aéreos, cineastas y creadores de distintos colores se apropiaron de esos metros cuadrados abandonados a su suerte y lo convirtieron en un lugar. Les pintaron historia a esas paredes derruidas y las llenaron de magia. Poblaron el aire de ecos de canciones: de un sentido, de un valor.
Los años 90, salpicados de su tufo a podredumbre generalizada, hicieron de ese escenario un refugio: por allí pasaron ciclos de cine a cielo abierto, encuentros de teatro popular, shows que quedaron grabados en la retina colectiva como el de la legendaria Carneviva, espectáculos de teatro aéreo, coros que aprovecharon una acústica de lujo. Con el empeño de quien intenta resucitar a un moribundo, fueron los artistas quienes reanimaron a esa alma en pena y la pusieron de pie, heroicamente. Eso fue desde 1991 hasta 1999, cuando el entonces arzobispo, Edgardo Storni, un demócrata, clausuró el lugar y mandó construir un paredón que lo ocultara.

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La obra fue iniciada en 1897 y quedó inconclusa en 1931. Pasaron en el medio comodatos, acuerdos más o menos razonables, tires y aflojes, épocas de despliegue y épocas de repliegue. Ahora, la Asociación Civil Pro Catedral Nueva tiene entre cejas el objetivo de “terminar” la obra —cómo hablan las palabras cuando hablan— e investirla de un destino religioso: una catedral. Para más inri, pidieron ayuda al gobierno provincial: el presidente de la asociación, el padre Ricardo Colombo, párroco de la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús, que linda con el Patio Catedral, dijo: “Estamos ante la posibilidad de dar inicio a la primera etapa de la obra, para lo cual necesitamos la ayuda del gobierno”. La Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica brindaría la asistencia técnica.
El periódico Pausa puso el grito en el cielo: en las redes que hoy nos cobijan, las sociales, #yoquieroelpatiocatedral se convirtió en una causa a la que se sumaron, como en un ejército con trajes de colores estridentes, las almas que resisten. Se armó allí una especie de coro de artistas que cantan con ímpetu: el patio tiene que ser cultural.

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Lisandro Francucci, músico, dijo: “Desde hace casi 25 años el Patio Catedral es mucho más que una ruina gracias al empeño de los artistas y trabajadores de la cultura que le dieron vida”. Franco Bongioanni, músico, dijo: “Ya hemos perdido lugares imprescindibles de nuestra historia. Recientemente, cambiamos un hermoso parque por un colosal piletón para autos. Un paraguas gigante de hormigón es moderno pero no da mejor sombra que un chivato. La idea del progreso parece estar en su auge y arrastrarnos con su cemento, sus motores rugientes y sus edificios a un profundo desconocimiento del paisaje, el clima y la naturaleza misma. Los edificios y lugares públicos viven cuando hay gente que los hace propios”.
Silvana Montemurri, actriz, dijo: “El Patio Catedral era un predio aparentemente soltado de la mano de Dios hace mucho tiempo. El ojo creativo lo vio y lo empezó a regar, creció como un espacio maravilloso, y allí se mostraron las mejores historias y se escucharon las mejores voces”.
Pablo Cuello, de la compañía Voalá, dijo: “El Patio está en nuestra memoria colectiva y eso ya lo convierte en patrimonio de todos. Ahora, toca gestionarlo con acuerdos y evitando enfrentamientos inútiles”.
Patricia Pieragostini, secretaria de Cultura municipal, dijo: “Bailé en el Patio Catedral, dirigí un espectáculo de danza, todo como artista independiente. He participado como espectadora y es un lugar mágico. Se trata de un tema complejo y hay que escuchar los distintos puntos de vista. Me parece importante que tanto la comunidad artística como la comunidad en su conjunto esté involucrada con los diferentes espacios culturales de la ciudad. Celebro esto de pensar que se construye pertenencia en estos lugares a partir de la actividad cultural”.
Chiqui González, la ministra de Cultura de la provincia, dijo: “Yo soy directora de teatro y actué en el Patio catedral y sé que es un espacio paradigmático, querido muchísimo por los artistas. Uno de corazón estaría, obviamente, con que se pudiera seguir usando para actividades culturales; pero es un espacio privado de la curia, y a eso lo protege la Constitución”.
Gastón del Porto, director de cine y televisión, dijo: “Esas paredes aún mantienen intactas la magia y energía de todos nosotros y de los artistas que allí vivieron, no es justo que todo eso desaparezca. No es justo que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, no sientan y vivan lo que es ese lugar. Y no vamos a dejar que se trasforme en otra cosa. El Patio Catedral es el Patio Catedral. Y nos pertenece a todos, por los siglos de los siglos”.
Son un puñado de voces; hay tantas más que se elevan en el infinito espacio de la virtualidad. Que la suerte esté con ellos, y con su espíritu. En el nombre del arte, del cobijo, y del espíritu sabio.



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