Historias en el Día del Trabajador

Tiza, libro y caños

El trabajo forjó su destino. Siempre sacaron un esfuerzo extra para hacer las cosas, siempre mejoraron lo que tenían. Sin secretos, sin recetas mágicas, con trabajo.
02-05-2016 | 17:02 |

Ilustración Lucas Cejas
Ignacio Andreychuk
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ELLA
De familia humilde: padre ferroviario, madre ama de casa costurera cocinera buena vecina querida multifunción, hasta tuvo una mercería de barrio con polirubro. Ella terminó la secundaria y, sin más alternativas a la vista, siguió el profesorado. Lo que podía, lo que tenía más a mano. Pero aquello la completó.
Fue maestra suplente por años. Horas repartidas por doquier. Hasta que pegó un buen reemplazo de larga duración... pero en el medio del campo. En la nada. Allá, lejos. Y fue, lógico. Fue para crecer, para desarrollarse, para descubrirse. A dedo, a veces en auto, otras en lo que se podía. Iba, ella iba.
Tuvo un regalo divino al titularizar horas en su pueblo natal, con menos distancias, pero más obligaciones: la familia, las cuentas, en fin, el interminable corso de la vida. Estaba destinada a los residuos de tiza en sus pulóveres, al aula, en escuelas difíciles, con familias difíciles y colegas embromadas. Con marido y amigos tuvo un negocio de ropa de bebé. Se disolvió.
Tuvo dos hijos, a los cuales les dio clases. Aún se acuerdan. Tuvo un tercer hijo. Volvió a la escuela de campo. Despiojó alumnos, cortó el pasto, limpió la escuela, avisó de un accidente en la ruta, escuchó madres, escuchó padres, escuchó abuelas.
Volvió al pueblo. El paso de los años genera en cualquier docente sobre la tierra (o sobre Argentina) momentos de amor y odio. Fueron quizás esos años duros los que la pusieron en jaque. Pidió y juntó plata para llegar a la meta de la jubilación antes de tiempo y poder trabajar desde el refugio más añorado por los maestros: la librería. El pueblo finalmente tenía una librería. Y de una maestra. Allí reposan sus sueños cada día. Libros, juegos didácticos y finos regalos engalanan un espacio con impronta propia. Su trabajo es abrir el negocio con la esperanza de que un nuevo niño entre, deseoso de leer. Esa es su aula eterna.

ÉL
Familia tipo: padre empleado público, madre ama de casa. Entorno similar, de parabienes. Buen estudiante, buen hijo, buena proyección, sacrificio de por medio, naturalmente. Intentó en la gran ciudad, pero su inquietud pasaba por el trabajo diario, sin demoras: mente y cuerpo ocupados la mayor parte del tiempo.
El legado del padre fue un puesto en la EPE y los valores establecidos para tal fin. Tormentas furiosas lo encontraban despidiendo a su esposa con el piloto amarillo en medio de la noche yendo en busca de los cables cortados.
Aprendió mucho ahí, entre caños, soldadoras, máquinas. Tenía noción del progreso, que a esa escala social demanda perseverancia, constancia entre los inconstantes. Sumó un oficio: plomero, a secas. Empezó errándole en su casa para mejorar su performance con los clientes. Y salía 10/12 horas por día a todo o nada. Desde un Renault 6 hasta una Estanciera, siempre con capital de trabajo encima.
También formó parte del negocio de ropa de bebé con su esposa y pareja amiga. Tuvo tres hijos. Llegaba de un lado, se tiraba a escuchar la radio entre bostezos, y rajaba a sumar clientes. Lo hacía bien, muy bien, se perfeccionaba con lo poco que había por entonces, pero crecía, buscaba hacerlo. Empezó a encabezar grandes instalaciones de obra, estudiaba los planos, mejoraba el servicio.
La asfixia del sistema público y las amenazas de privatización lo pusieron en una encrucijada: empezó a ser cuentapropista full time. Entendía que el sacrificio era doble. Domingos sin descanso, a pura máquina encendida, mate y LT9.
Asoció a su hermano, mejoró rotundamente el Servicio Integral de Instalaciones Sanitarias. Nada de plomero a secas. El paso del tiempo lo llevó a sumar un hijo a su trabajo. Quedaron los dos, quizás replicando el legado que su padre le dejó en otro entonces. Él sigue en esa melodía incansable de ver qué se puede hacer. Lo hace cada vez mejor.

AMBOS
Se encontraron en algún punto hace treinta y pico de años. Jovencitos. Se juraron amor eterno sobre el Puente Colgante. Son padres, son abuelos, son amigos, son enemigos. Son uno.
El trabajo forjó su destino. Siempre sacaron un esfuerzo extra para hacer las cosas, siempre mejoraron lo que tenían. Sin secretos, sin recetas mágicas, con trabajo.
A los sesenta y pico lo siguen haciendo así, tal como lo imaginaban antes de casarse y tener hijos y mirar hacia el confín soñando una vida llena de sorpresas y con mucho trabajo y salud. Así lo sueñan ahora. Y este primero de mayo habrán de saber que lo lograron.

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