Viñeta urbana

De hito arquitectónico a metáfora del deterioro

La ciudad de Paraná se ha acostumbrado a que el conjunto Vieja Terminal-Hotel El Supremo no pueda ser aprovechado en todo su esplendor. Erigido en las llamadas Cinco Esquinas, el espacio mendiga una nueva configuración, acorde a una capital de provincia.
17-05-2019 | 19:31 |

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El perfil de la manzana es estupendo: conspira contra su potencialidad la extendida ideología del parche. Foto: Sergio Ruíz




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Por el lugar transitadísimo en que está erigido y las características pretendidamente monumentales de su construcción, el edificio de Cinco Esquinas es –en alguna medida– referencia de algo de aquello que la ciudad quiso ser y no pudo o no supo. Hoy, en pijama, camiseta y pantuflas, la vieja estación de ómnibus y el hotel El Supremo toman mate sentados en sendos sillones, en medio de una vereda en ruinas y, entre sorbo y sorbo, mientras escuchan música de moda desde un viejo aparato de radio AM, añoran la época en que el mundo se movía al son de Los Príncipes del Compás y quedan congelados en ese recuerdo de gloria esquiva de los tiempos idos.

Ese triángulo que forman las calles Pascual Echagüe, Leandro N. Alem y Ramírez siempre tuvo dos alas con las que intentó levantar vuelo impar. Dominante a la vista y en los planos, sobre el ángulo que forman la imaginaria hipotenusa (Echagüe) y el hipotético cateto adyacente (Ramírez), se desarrollan los tres robustos volúmenes de un sector dedicado originalmente al descanso, con una entrada triunfal de escalinatas –que mira hacia donde la ciudad crece– convertida en una embarazosa e irresuelta dificultad de acceso.

Hacia el ilusorio cateto opuesto (Alem), supo haber un área de ajetreo que sencillamente llamamos Terminal, arquitectónicamente más elemental, dispuesta tanto para pasajeros en espera como para el ir y venir de colectivos más bien bajos, con empalizadas desde Ramírez y desde Echagüe. Esa subunidad, estructuralmente, no era más que una visera de losa apoyada sobre columnas, con sala de espera, locales comerciales y boleterías desplegados en un laberinto interior y sobre Alem.

Largo periplo

Las obras comenzaron a mediados de los años 40. La estación estuvo operativa primero y cuando se terminó la historia del hotel la Terminal aún rendía a pleno. El establecimiento para hospedaje estuvo concesionado sólo una década, entre mediados de los 60 y los 70 Con los años, el edificio de El Supremo fue ocupado por oficinas municipales y los andenes de la Terminal se trasladaron un par de cuadras hacia el río, en el predio que actualmente ocupa.

Los pocos indicios del pasado que aún circulan, tanto en el habla coloquial como en ámbitos más específicos como el de los urbanistas, dan cuenta de que el conjunto Estación-Hotel fue una apuesta pública (el predio, los planes y las inversiones fueron siempre municipales) que resultó fallida, un mal cálculo, que pretendió introducir el tipo de distinciones que diferenciara a una capital provincial de cualquier otro enclave pueblerino.

Llevó 20 años en ser erigido ese alcázar de ladrillo y hormigón, que contaba con 200 habitaciones de envidiable panorámica, cobijaba un mentado comedor para 150 personas y una terraza magnífica que ofrecía una vista deliciosa de una ciudad que exhibía en esa época y en esta zona una más marcada relación entre una urbanidad sin edificios en altura y la postal semi-rural: la verde y ondulante campiña, el río majestuoso, la tridimensional trama vial confluyendo sobre la plaza 1º de Mayo.

El edificio que se asoma a las Cinco Esquinas (que en los hechos son seis: Churruarín y Almafuerte, Almafuerte y Ramírez, Ramírez y Gualeguaychú, Gualeguaychú y Echagüe, Echagüe y Ramírez y Ramírez y Churruarín) tiene características de hito urbano. Por eso es razonable que muchos piensen que la Municipalidad funciona allí, dado que ese es el cartel que lleva en el frontis y no en el Palacio de Corrientes y Urquiza donde apenas hay un escudo en relieve.

Si bien en las Cinco Esquinas funciona sólo un anexo más de la Municipalidad, entre tantos desperdigados por la ciudad, la mayor presencia de personas y la necesidad de trabajar en esos espacios la mantuvo en condiciones aceptables; sin embargo, la ex Terminal –el patio trasero de aquella aventura turística– representa hoy no mucho más que un altillo desnudo de mampostería cuyos bloques de material son interrumpidos por rebeldes plantas silvestres, con un tamaño tal que les debe haber llevado meses adquirirlo. Tanta resistencia a la vista genera ese sector ruinoso, que se optó por colocar carteles sobre un tejido perimetral.

Manos a la obra

Lo importante es que pasa el tiempo y todo sigue igual: este lúgubre espacio, de veredas rotas, con una ancha lágrima de agua servida cayendo del playón hacia la calle; y el anexo municipal anteponiendo entre los ciudadanos y los despachos oficiales una frontera simbólica, una empinada cuesta hecha de escalones.

Dos esculturas en metal le dan otro lustre a la triangular manzana. En ellas se rinde homenaje al gaucho, en la esquina de Ramírez y Echagüe y, en la otra, en Alem y Echagüe, a Raúl Alfonsín. Ambas son obras de arte de valía, bien hechas: la ciudad se debiera sentir orgullosa de ellas, lo que no siempre es fácil de lograr. Pero no lucen. Se nota, además, en el caso de la estatua del ex Presidente, que fue instaurada de manera poco armoniosa respecto del entorno. En efecto, para su realce se construyó un cantero que de hecho jerarquiza la figura pero ha obligado a constituir una estrecha vereda que, encima, está cercada por muros de no menos de 30 centímetros de alto, especiales para accidentarse.

Con tantos buenos especialistas en la ciudad y la región tal vez haya llegado el momento de encontrar un destino mejor a este espacio que Paraná mira de soslayo y, a la vez, empezar a resolver la grave dispersión que afecta a las reparticiones municipales.
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