Carnavales en Victoria

Farolitos de colores encendidos en la historia

 
03-06-2020 | 23:27 |

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Postales de los carnavales victorienses que ilustraron la tesis “Cronología histórica de los carnavales de Victoria: 1868-2010”, de Mónica Mereles.


Parte II

Ignacio Etchart

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En la edición del domingo anterior, MIRADOR ENTRE RÍOS presentó una tesis de grado sobre la historia de los carnavales de Victoria, famosos por ser “los más divertidos del país”. Dicha investigación, realizada por la licenciada en Periodismo y Comunicación Social Mónica Mereles, describe detalladamente los distintos recorridos que el festival y sus actores principales debieron transitar para constituir los carnavales como hoy se los conoce. En los párrafos siguientes se continúa esta maravillosa historia.

“Cronología histórica de los carnavales de Victoria: 1868-2010” es el título de la tesis realizada por la licenciada Mereles. Posteriormente la investigación fue editada por Art. Digital en 2010 en un libro llamado “Los Carnavales de una Ciudad Bicentenaria. 1810-2010”, pero sólo se imprimieron 150 ejemplares. A pesar de esto, la tesis siguió circulando de manera informal por el mundo de las comparsas, por sus músicos y pasistas. Porque donde hay pasión por las cosas, también se incluye la historia de las mismas.

Se habló sobre sus informales inicios, sobre el decreto de prohibición de Urquiza, de los grupos musicales que también funcionaban como sociedades de beneficencia, algo común entre los inmigrantes europeos de fines de siglo XIX y principios del XX. De las vestimentas, de los personajes y cómo las crónicas de la época relataban y perpetuaban imágenes recurrentes en tiempos de carnaval que sucedían en las calles de la ciudad de Victoria, ubicada al suroeste de la provincia de Entre Ríos.

En pleno apogeo

En la década de 1910, la Argentina daba sus primeros pasos en el mundo moderno. La elección del presidente radical Hipólito Yrigoyen producto de la recientemente aprobada Ley Sáenz Peña demostraba al mundo que el país se preparaba para grandes momentos en su historia, en su industria y en su sociedad. Y dentro de este contexto, Victoria no se quedó atrás.
En la ciudad comienzan a funcionar las escuelas Normal, Laprida y de Artes y Oficio. Además se instala la Compañía Entrerriana de Teléfonos, cuyas líneas se extendían a lo largo de 10 cuadras, con el aporte y colaboración de la usina La Primitiva, una vieja entidad integrada por capitales privados locales que suministraba el fluido eléctrico para domicilios y calles.
Durante esos años, alrededor de la plaza San Martín, eje del centro cívico, se fundaron los clubes Trabajo y Placer y el Club Social. También se colocó la estatua de General San Martín en la plaza homónima. Además del palacio municipal y el templo parroquial, ya existían los edificios que corresponden a los actuales bares Chaplin y Plaza Bar. Y es en el recorrido de estas cuatro calles donde el carnaval será protagonista en las noches veraniegas durante muchísimas décadas.

Según las crónicas

En enero de 1999, el diario La Mañana publicó una nota titulada “La Tradicional Fiesta de Nuestra Ciudad” compuesta por una variedad de artículos donde se reconstruye y relata las distintas formas que fue adquiriendo el corso victoriense a lo largo del siglo XX. Bajo los subtítulos de “En Victoria hechos y personajes”, “Historia del Carnaval, nota I y II” y “Los Corsos del Centenario”, se construye un relato detallado donde se cuenta que “los corsos se realizaban en las cuatro cuadras de la plaza San Martín”.

Había un importante número de palcos que eran reservados por las familias “pudientes” mientras que el resto del público se instalaba donde podía desde muy temprano y empleando a la “gente menuda” (niños), transportaban sus propias sillas desde sus casas. Por otro lado, el palco de las autoridades se ubicaba frente a la jefatura de Policía, sobre la vereda de la plaza. En ese lugar se realizaba la ceremonia de premiación en los concursos de canto, interpelación musical y disfraces. Lo curioso es que la mención de los ganadores se realizaba a “palo seco”, ya que los sistemas de amplificadores aún no habían llegado a la ciudad.

El desfile de carruajes y paseantes se realizaba con una similitud muy fuerte a las procesiones religiosas. Probablemente no haya sido una coincidencia, ya que cuando una comparsa pasaba por el frente de la Parroquia de Aránzazu, el silencio dominaba la media cuadra que ocupa el edificio. Pero esto no minimizaba la espectacularidad de la fiesta.

Silenciosas o ruidosas, las carrozas con tracción a sangre exhibían conjuntos de damas y caballeros elegantemente vestidos. Entre los disfraces que acompañaban las carrozas había variadas estéticas y representaciones. Los más comunes eran los “indios tradicionales”, que se movían “en tribus o en cuadrillas de a caballo”; guerreros, mascarones con zainos, osos “Carolina” con sus domadores, los clásicos “caballitos de lona” y vestimentas de oficios como docentes, médicos y estudiantes. También danzaban brujas, murgas, charangas, gauchos y “bebés malcriados”.

Como toda festividad, su final merece una liturgia. Durante la última noche de corso se festeja el clásico “Entierro” del “finado Carnaval”. A esta noche se la llama el “Corso de las Flores”. Con variadas “Pompas Fúnebres”, se celebraba “la legendaria bienvenida al Dios Momo” entre los gritos de las lloronas y el resto de las mascaritas sueltas que desfilaban detrás del “Catafalco”, una estructura de madera en el que conducían el ataúd para su incineración.

Pero para concretar esta noche, todo un pueblo se ponía al hombro su realización. Desde el día anterior, las niñas victorienses se reunían en casas de amigas y confeccionaban ramitos de flores dentro de canastas para luego desfilar por las calles. Asimismo, la noche de despedida al carnaval era la excusa ideal para que las señoras de alta alcurnia estrenaran sus atuendos de grandes ornamentos y estilo. Por su parte, los varones caminaban al paso de los carruajes conversando con las damas, cargando incluso presentes como bombones o ramos de flores para poder acceder a los palcos privados donde estas señoritas se encontraban.

Pasada la medianoche, estaba permitido jugar con agua, por lo que rápidamente se convirtió en tradición para mucha gente escapar de la plaza antes de esas horas para ahorrarse el chapuzón nocturno carnavalesco. Obviamente, la figurita repetida durante esos momentos era de jóvenes varones persiguiendo a las muchachas con “bombitas de agua”.

Camino al centenario

Con nuevas fiestas llegan nuevas tradiciones. En 1916 se festejan los corsos dedicados a los 100 años de la Declaración de la Independencia. Consecuente a la fecha patria, los carnavales ese año tuvieron su brillo y esplendor particular. El intendente de aquel entonces era don Antonio Quartino y la comisión evaluadora de ese año estuvo presidida por el Dr. Juan Argentino Savino, joven médico recién llegado a la ciudad. El mejor palco ornamentado fue el de la familia de Ángel Balbi, por lo cual recibió un merecido premio.

En la prensa

El 15 de febrero de 1992, el semanario Paralelo 32 publicó una entrevista realizada a don Eufracio Muñoz, vecino de la ciudad, titulada “Victoria: Hechos y personajes, Carnavales… eran los de antes”.“Un viejo rinconero que está pisando los cien años, como le gusta recalcar a este viejo criollo que vivió los Carnavales y retiene en sus ya cansadas pupilas los sortilegios de aquellas noches para él memorables.” De esta forma presenta el periódico a don Eufracio. “La Charanga”, relata Muñoz en la entrevista, fue la primera incursión de los jóvenes victorienses “en pro” de nuestros carnavales. Hasta ese entonces las comparsas estaban integradas por trabajadores y gente del pueblo, “tales como quienes pertenecieron al personal de las recordadas cigarrerías Rodríguez Turano”.

Nuevos vientos

En 1926, el presidente don Torcuato de Alvear decretó la instalación de un servicio de balsas que conectaba seis localidades de Ente Ríos y Corrientes con otras provincias. Ese mismo año también se inauguró la conexión fluvial entre Victoria y Rosario. Estas obras fueron complementadas con trabajos de pavimentación en distintas calles de la ciudad, sucursales bancarias, la construcción de la actual costanera y nuevas instalaciones en el puerto. Además se fundaron nuevos colegios secundarios que otorgarán a una incipiente juventud elementos identitarios para ser protagonistas en los corsos venideros.

Es así como el centenario le abrió las puertas a la juventud y la conectividad entre pueblos y sus historias. Los frescos vientos de cambio siempre traen frescos rostros a memorizar. La Charanga sólo fue una pequeña bisagra que preparó el camino hacia un futuro que ya es historia en los corsos de Victoria.
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