Observatorio político

Indecisión y desinterés, motores de la incertidumbre electoral

Se asume que si Alberto Fernández no alcanza en las PASO los votos necesarios para triunfar (45% o una diferencia del 10%), Mauricio Macri podría revertir el resultado de cara a las Generales y lograr finalmente la reelección. Un final de bandera verde.
05-08-2019 | 19:09 |

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El interés de los ciudadanos en las PASO nacionales no es una nota destacable, pese a la relevancia de lo que se resuelve.


Mirador Entre Ríos
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Desde que el instituto de la relección presidencial inmediata está vigente, en la Argentina no ha habido tantas ocasiones de observar cómo funciona en los hechos. En los papeles, ya se sabe: un Presidente en ejercicio, cualquiera sea, tiene en su haber la chance de ser vuelto a elegir.

Ahora, esa expresión del sentido común según la cual el que gobierna tiene más posibilidades de ser confirmado que removido, tiene pocos antecedentes en la experiencia real. Es de suponer -porque forma parte de la lógica política- que ningún equipo con cuatro años de gestión sobre sus espaldas va a lanzarse a semejante aventura si tuviera sospechas ciertas de que va a perder: la dinámica de ese hipotético colectivo conduciría, sin dudas, a la búsqueda de líderes de reemplazo.
Acaso por eso resulte interesante enfocarse por un momento en un proceso como el actual que, en muy poco tiempo, produjo un desgaste tan fuerte pero también la convicción de que en determinadas circunstancias se puede ganar, al menos por un voto.

En ese sentido, el principal ocupante de la Casa Rosada tuvo en 2019 turbulencias políticas de volumen que debió afrontar. Nadie puede dudar de eso: varios de los que aparecen a su lado en los afiches y los spots (la gobernadora María Eugenia Vidal, por caso) se han preguntado cómo les quedarían los atributos presidenciales y han operado en consecuencia, con encerronas que tuvieron aspereza suficiente y casi ningún gesto de amabilidad, en el que dirigentes políticos y empresarios aliados se transformaron en bueyes portentosos que tiraron para el mismo lado o en piezas que operaron bajo una misma planificación. No obstante, Mauricio Macri resistió parado en el medio del cuadrilátero los embates de sectores internos que consideraban -con datos en la mano- que su ciclo estaba agotado, en tanto propuesta de liderazgo político y también como programa de gobierno.

Sin dudas que el oficialismo dentro del oficialismo creía tener una fortaleza. Y que, basándose en esa presunción, mantuvo el actual esquema.

A vuelo de pájaro

No es que Cambiemos -hoy, Juntos por Cambio- no tenga acciones o programas puntuales de los que pueda asirse para intentar demostrarle al electorado que sigue con los reflejos intactos. La cuestión es si esas gaviotas son anuncio propicio del verano que ya llega (aunque la sociedad aún no lo note) o son expresiones aisladas, excepciones en un contexto general cuya norma es el retroceso liso y llano.

Desde una perspectiva más ciudadana que típicamente electoral, si algo está claro es que los cuatro años del gobierno de Mauricio Macri demuestran que no se quiso, no se supo y no se pudo cumplir el programa que lo llevó al poder en 2015.

Si la política de transparencia se limita a esta noción criolla de mani pulite, en el que funcionarios, legisladores, jueces y fiscales, producen material para una especie de reality judicial que se transmite por la red de medios oficialistas en lugar de dedicar tiempo, energía y sapiencia para que las causas efectivamente avancen y se distingan culpables, inocentes y personas con falta de mérito para ser condenadas, el ciudadano podrá sentir que el ‘escrache’ televisado y replicado en la prensa genera al menos una impresión de justicia pero de ninguna manera se debiera sentir resguardado por unas instituciones que se muestren intolerantes al delito.

En materia económica tanto en los grandes números como en las situaciones micro el resultado es decididamente negativo: salvo un puñado pequeño de empresas y de empresarios -vinculado a áreas favorecidas con aumentos monstruosos de las tarifas e injustificados en virtud de la calidad de los servicios prestados o a firmas dedicadas a atender el mercado externo- ya nadie puede tapar con discursos de ocasión los efectos nocivos de las políticas instrumentadas armónicamente, como parte de un plan, que impactan decididamente sobre el aparato productivo que recién estaba recuperándose y, consecuentemente, sobre la realidad cuantitativa y cualitativa del mundo del trabajo y su reflejo inexorable en la vida cotidiana y en los vínculos humanos más elementales.

En materia social, la transferencia de enormes porciones de la riqueza nacional que el Estado tomó de las clases medias y subalternas y reorientó hacia las cuentas bancarias de los sectores concentrados, sumado a la formidable fuga de capitales y el fortalecimiento de la renta financiera en desmedro de la inversión productiva, ha multiplicado en grandes y pequeñas localidades postales de inhumana pobreza, más allá de que por cierto los marginados del circuito económico no nacieron con el último cambio de gobierno.

En materia de inversión social (educativa, sanitaria, productiva) el Estado nacional se ha retirado del territorio federal y ha concentrado esos recursos para que operen en torno a los negocios del puerto de Buenos Aires, en beneficio directo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires.

No es que no haya habido inversiones públicas de la Nación en los otros 22 distritos provinciales, institucionalmente vinculados a través de una forma de gobierno que ostentosamente se caracteriza como republicana, representativa y federal. De hecho, de cada uno de esos proyectos la publicidad oficial ha sacado enorme utilidad, tanto por su valor metafórico (la iniciativa concreta puede operar como si estuviera dando cuenta de otra forma de gobernar) como por su potencialidad metonímica (la acción propagandizada puede instalar la idea de que esa “parte” que se ve es reflejo de un “todo” invisible o no percibido). El tema de fondo sigue siendo si son expresiones de la excepción o de la regla y, por cierto, cómo inspira el deseo de los ciudadanos, esa materia inasible, imprevisible y al mismo tiempo tan estudiada.

No obstante, corresponde señalar una peculiaridad. Un buen número de los avisos del macrismo parece apoyarse en la estrategia antes-después y muestra cómo una obra de asfalto ha cambiado el aspecto de cierta cantidad de cuadras, de qué manera se ve favorecida una comunidad que ahora cuenta con agua potable, cómo un aporte estatal permitió el fortalecimiento de un emprendimiento artesanal o cómo se transformó un sector de una ciudad determinada con cierta urbanización. Pero la elección es para elegir Presidente y Vice (con sus correspondientes diputados y senadores nacionales), no Intendente; y, por lo tanto, es justificado y conveniente que la sociedad le exija a quien pretende continuar en el gobierno federal un detalle minucioso de cuál fue su obra en los últimos cuatro años, qué consecuencias generó y, correspondientemente, de qué manera se corregirán los yerros y cómo se continuarán las líneas consideradas positivas.

Los Fernández

En condiciones ideales, un gobierno de estas características estaría condenado al fracaso electoral en sistemas como el nuestro, en los que la consulta popular y periódica es la única fuente de legitimidad. Sin embargo, el macrismo cuenta con posibilidades constantes y sonantes de seguir otros cuatro años.

Desembarazado del programa de “Cambiemos-2015”, el oficialismo nacional apuesta con “Juntos por el cambio” a una polarización del electorado que, al mismo tiempo, horade el caudal potencial de aquella ‘cooperativa’ de dirigentes distritales que se autoproclamaron como la superación de “la brecha” entre kirchneristas y no kirchneristas y proponga a la ciudadanía el simbólico combate de fondo CFK-Macri.

Digámoslo sin vueltas: Macri llegó al poder menos por lo que él mismo significa como en tanto portador de la llave para clausurar el proceso anterior, para dar vuelta la página del kirchnerismo. Si no mantiene flameando esos fantasmas del pasado reciente, el Presidente no cuenta con futuro alguno porque ni tuvo ni ostenta hoy día con volumen dirigencial suficiente para protagonizar un proceso por las suyas: no es buen orador, no es un dirigente conceptual (un estadista), no es un afiebrado del trabajo cuyo mérito esté puesto en resolver problemas ni es un negociador político hábil.

Esa resistencia a lo más criticable del kirchnerismo, que aún hoy encuentra rebosante vitalidad en vastos sectores societales y que los atraviesa con independencia de ocupaciones, tipos de ingresos y pertenencia a clases, es la última esperanza del macrismo.

He aquí la tarea del precandidato a Presidente del “Frente de todos”, de cuya performance depende el resultado del 11 de agosto y consecuentemente del 27 de octubre. A esto hay que decirlo con absoluta claridad: si Alberto Fernández no convence con sus gestos, con lo que dice y hace a ese numeroso colectivo de inquietos, afectados e indecisos de que él puede protagonizar el próximo período, el triunfo de Mauricio Macri está prácticamente asegurado.

En el mismo sentido, si el “Frente de todos” no es capaz de instalar la discusión sobre los modelos de país (sociales, económicos, productivos, etc.), en el análisis de la gestión de “Cambiemos”, en las consecuencias sobre los entornos próximos de los votantes y en las propuestas para superar esta coyuntura; y, correspondientemente, queda entrampado en los subsistemas de pertenencia partidaria, “Juntos por el cambio” va a lograr la relección de Macri. Más vale malo conocido, dice la sentencia popular, en la que se apoyan los seguidores de Jaime Durán Barba, cuando pronostican que el actual mandatario seguirá en su cargo porque es el menos peor.

Lo que se advierte es que Fernández parece dispuesto a jugar en todas las partidas, no importa las cartas que la coyuntura le reparta ni lo ‘marcadas’ que estén: ha enfrentado a operadores del oficialismo (acólitos de la doble vara) en los medios de comunicación, trabaja la publicidad en diversas plataformas y va a las provincias a disputar una batalla por los territorios, es decir, integra elementos de la práctica política tradicional con los de la nueva política. Su éxito está atado a la posibilidad de generar confianza en que -por personalidad, conocimiento y experticia- puede encarnar el recambio que este tiempo necesita, en apuntar a los flancos débiles del macrismo y en distinguirse de aquello que en el imaginario se alude cuando se critica al kirchnerismo, mientras contiene a los muchos seguidores de la autora de “Sinceramente”. Decirlo no es la tarea más dificultosa; lo complicado en encontrar no sólo la fórmula sino el peso relativo de cada elemento dentro de esa ecuación para que ninguno reste, sino que aporte lo suyo al resultado final.
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