Viñeta urbana

Un gigante dormido a medio completar

En anfiteatro Héctor Santángelo es un hito arquitectónico en el Parque Urquiza, punto de encuentro para deportistas (que aprovechan a pleno las escaleras) y grupos de amigos que se reúnen para matear o charlar. La impresión es que es atractivo hasta para recorrerlo, aunque lamentablemente la agenda de propuestas culturales luce –desde hace largo tiempo- vacía de propuestas.
22-08-2019 | 21:47 |

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La canalización de aguas hacia cascadas y piletones es una muy buena idea, que no obstante todavía debe ajustarse. Foto: Sergio Ruíz



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Ubicado en un sector excepcional del Parque Urquiza, el Anfiteatro Héctor Santángelo fue recientemente intervenido con trabajos de envergadura que eran estrictamente necesarios. Construido en una depresión natural del terreno, entre la Costanera Media (calle Acuerdo de San Nicolás) y la Cuesta de Izaguirre (popularmente conocida como Subida del Rowing), la mixtura de naturaleza agreste que se despliega en terrazas y la cercanía del río, le imprime al lugar una identidad única.

Erigido en un sector de movimientos de suelo permanentes (por la presencia de arcilla), aunque resulten imperceptibles a la vista, una prolongada falta de mantenimiento produjo desplazamientos de barrancas tan formidables que obligó incluso a reconstruir las serpentinas escalinatas laterales.
Junto a la estabilización de barrancas y la reparación de escaleras de acceso, se puso en condiciones la red de instalaciones eléctricas y sanitarias, se reforestó, se repararon los baños existentes, se construyeron otros en la vereda norte de Acuerdo de San Nicolás y se extendieron las veredas perimetrales.

Se insiste, se trata de trabajos necesarios. Nos referimos tanto el reperfilado y la compactación de los taludes naturales de los sectores este y oeste, como la colocación de una manta protectora contra la erosión superficial y el recubrimiento de ambos sectores con paños de césped.

También se terminó la reconstrucción de las escaleras de acceso lateral al coliseo, la extensión de desagües pluviales con cañerías y canales abiertos de hormigón, y las nuevas conexiones de servicios de agua y cloaca.

Asimismo, sobre el sector superior del anfiteatro se realizó una vereda de hormigón que se extiende a lo largo de casi 500 metros, sobre calle Acuerdo de San Nicolás, con un ancho de 1,80 metros y una longitud de 245 metros lineales. Asimismo, se construyó el nuevo módulo sanitario sobre el sector oeste, al nivel de la calle y se forestó el sector aledaño con la plantación de 18 tipas.
Desde lejos, al primer golpe de vista, el coqueto anfiteatro parece completo. Pero, si se lo recorre con actitud de usuario emergen tanto logros interesantes como falencias propias de una labor incompleta.

Ubicuidad

Uno de los asuntos no contemplados es la señalética. Sobre Acuerdo de San Nicolás hay referencias a Santángelo en un cartel y en otro, vacío de toda propuesta (lo que constituye todo un mensaje en sí mismo), uno pensado como agenda de espectáculos. Pero no hay un mapa del lugar (organización general de las gradas, ubicación de sanitarios y miradores, vías de acceso y salida alternativas). Pasa lo mismo desde los ingresos secundarios: la escalera este y las dos ubicadas en el oeste conducen tanto a las plateas como a distinguidos miradores, lo que no se advierte (si no se lo señala) desde el camino perimetral. A propósito, no hay un camino de material que integre las escaleras del oeste con los cuestionados baños construidos sobre Acuerdo de San Nicolás.
Hacia el este, se ha extendido la vereda pero sigue habiendo un largo sendero de suelo natural (es decir, con barro cuando llueve y días posteriores) que, mientras se aleja del anfiteatro en sí, va uniendo unos miradores naturales con una perfecta combinación de luz y sombra desde donde el río luce estupendo.

Hacia el oeste de la entrada principal, hay un predio que solía ser ocupado por vehículos los fines de semana y durante la noche. La construcción de la vereda perimetral y el cordón cuneta terminó con esa pretensión. De todos modos, tampoco puede usarse aún: donde no hay agua de lluvia acumulada, hay montículos que dejaron las camionadas de tierra tiradas para rellenar.

Ese sendero de hormigón se extiende hasta la intersección con la Cuesta Izaguirre y la acompaña en busca del río, lo que agradecen paseantes y corredores, pero se interrumpe cuando llega a la Costanera.

Desde la Cuesta de Izaguirre, a mitad de camino, se accede al “detrás de escena” del anfiteatro, por donde teóricamente ingresarían los equipos de sonido y luces. En esa zona reina lo provisorio y lo inconcluso. Llegar hasta el escenario no es tarea sencilla porque en tramos decisivos hay suelo natural; hay basura plástica para todos los gustos y entre el espejo de agua y los desagües pluviales, un hueco de acaso 30 centímetros de ancho, tres metros de ancho y varios de profundidad, producto de una rejilla de gran captación que sencillamente no está.

Ingresando desde los fondos, se advierte desde el escenario el magnífico entorno. Una cascada que conduce agua por la barranca oeste, genera un sonido fantástico; pero alimenta el espejo de agua delantero que no es frecuentemente limpiado: botellas, envases plásticos, ramas, cascotes rompen con toda sensación de entorno saludable.

También hay charcos de agua en lugares donde supuestamente deben servir de paso para los espectadores. Y el escenario no tiene una cartelería distinguida que recuerde que está enclavado en Paraná. En fin, estas con las luces y sombras de un punto cuyo potencial es enorme, sobre todo si la idea es usarlo para disfrutar de espectáculos al aire libre.
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