“Nombrarte recuerdo” en Rafaela

Amoroso juego de dualidades

En el caso de “Nombrarte recuerdo”, obra presentada por Punto T/La Máscara de Rafaela, puede hablarse de mágico porque en la escena todo se transforma ante los ojos de los espectadores por obra y gracia de esos personajes, que no sólo conmueve (mucho) y electrifica sino que sorprende con su belleza.
11-11-2019 | 17:18 |

Foto:Gentileza Producción
Roberto Schneider
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Luces magníficas y desoladoras descienden y enmarcan los rostros y los cuerpos de siete personajes sobre la escena. Suena una música reconocida y bailan. Desde la platea, los espectadores siguen el ritmo de lo conocido. Ellos y ellas siguen bailando... Suele hablarse de la magia en el teatro. En el caso de “Nombrarte recuerdo”, obra presentada por Punto T/La Máscara de Rafaela, puede hablarse de mágico porque en la escena todo se transforma ante los ojos de los espectadores por obra y gracia de esos personajes, que no sólo conmueve (mucho) y electrifica sino que sorprende con su belleza.

Explicar el contenido del montaje es manifestar, tal vez, una visión particular. Estos creadores proponen un trabajo esencialmente basado en textos e imágenes que permiten un sinfín de lecturas. Lo que sin duda queda tácito es el permanente juego de dualidades: vigilia y sueño, amor y odio, ficción y realidad, encuentro y desencuentro, vida y muerte, hombre y mujer, el uno y los otros. El particular universo en el que se encuentran los protagonistas en el inicio y a lo largo de la representación se abre sobre un abismo que los conducirá al vértice de un conocimiento implacable; al destierro de toda piedad; a la aceptación lúcida y descarnada de sus identidades.
Esos siete seres, sometidos a un intenso trabajo cerebral y corporal, se convierten en complejos pensamientos que por momentos no pueden expresar. Incluso pueden exhibirse ante un público que paga para verlos en una especie de vértigo impetuoso, que no descarta el humor y, por suerte, la ensoñación.

Siete son las secuencias que integran el espectáculo: Inés, derrumbes y pérdidas; Amorela y sus tres abuelas; Darío en las siestas de carnaval; Mayra y la luz del amor; Corina: la muerte de Grand Horse; Esequiel quiere un final feliz y Gustavo: los parches del amor. Cada una de ellas, ¿es cultora o víctima de la soledad? Quizás las dos cosas. O ninguna. Una representación, hecha hombre y hecha mujer, de un mal que la sociedad contemporánea alimenta sobre la base del consumismo y de una insatisfecha superación material que, en la mayoría de los casos, facilita la involución de la especie. Mayra Armando, Esequiel Caluva, Amorela Coppes, Darío Dalmas, Gustavo Mondino, Inés Nosti y Corina Perotti construyen un emotivo paisaje de la frustración, el amor, la vida y la muerte; una parábola singular sobre esas realidades indefinibles que el ser humano, habitante de una gran ciudad, puede descubrir a través del negro y el blanco, de la tristeza o la alegría o una ineludible desesperación.

Cada intérprete de Punto T/La Máscara es autor de su monólogo, bajo la conducción y supervisión dramatúrgica de Gustavo Mondino. Son relatos autónomos que se suman y organizan en una narración completa, sin fisuras. El mundo que refleja la totalidad es el de la soledad de un grupo de seres pero también la radiografía de una estructura que no reconoce las necesidades de quienes la integran. Entonces el espectáculo brilla por su intensidad. La de cada uno de ellos: Armando, Caluva, Coppes, Dalmas, Mondino, Nosti y Perotti. La belleza de la puesta en escena, dirigida por Gustavo Mondino; la sabia y precisa utilización de la música -con la edición de Matías Bainotti-, la expresividad del vestuario de Julia Barreiro y Mondino; la asistencia coreográfica de Candela Pruvost más el signo elocuente de la magnífica iluminación de Marcelo Allasino lo transforman en una experiencia de máxima calidad.

El trabajo actoral del elenco merece el calificativo de excelente. La interpretación de cada uno de ellos ayuda a plasmar a plasmar escénicamente la idea del dolor, de la angustia y de la alegría, sin eludir el humor. Todos cuentan secuencias esenciales de sus vidas (y la de sus personajes). La emotividad más pura invade la escena, para hacernos disfrutar y la totalidad construye un lenguaje poético que es vital para el teatro. Y que logra conmover porque, de lejos o de cerca, a alguien le ha tocado vivir una experiencia similar. “Nombrarte recuerdo” es una obra sobre las huellas de la historia propia y de la ajena; sobre el deseo de ser amado; la espera y la búsqueda de lo conocido. En esencia, sobre la pena de que nada sea como podría ser.


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