Feria revuelta

Un fin de año libre de mandatos patriarcales

Una feria de regalos para las fiestas de fin de año, donde se cuestionan los mandatos patriarcales, puede operar como un disparador reflexivo que nos permita advertir los modos de distribución desigual de las responsabilidades en estos festejos y la multiplicación de estereotipos.
03-01-2020 | 14:18 |

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La Feria Revuelta convoca a emprendedores de distinguida producción. Foto: Gentileza Manuel Mendoza



Guillermina Ferraris | [email protected]


La Navidad y el Año nuevo son fenómenos culturales que marcan, movilizan y reúnen a millones de personas que habitan lugares distantes en todo el mundo. Empujados por la industria publicitaria, suele quedar relegado o invisibilizado el carácter de las celebraciones y los estereotipos representados a través de la figura del obsequio y la división desigual de las responsabilidades, en general en perjuicio de las mujeres.


En Paraná se realizó la Feria Revuelta, una alternativa de emprendedoras que ofrecen todo tipo de artículos libres de estereotipos machistas. Al recorrerla, además de admirar la calidad de lo ofrecido, y de comparar con lo que ocurre en los comercios tradicionales, se pueden tender puentes conceptuales con materiales en los que se ha reflexionado acerca de procesos absolutamente naturalizados, en los que se reproducen los mandatos patriarcales.


Experiencia local



Una forma de profundizar y generar conciencia sobre este tipo de miradas críticas de las festividades, es impulsar espacios de intercambio que estén atravesados por otras lógicas y criterios a la hora de ofrecer productos para obsequiar. Por ejemplo, la Feria Revuelta, realizada el 21, 22 y 23 en Paraná ofreció una propuesta distinta en cuanto a poder destacar la industria del diseño de manera cultural, para que la persona que compra sepa cómo se hizo lo que se está llevando, quién lo hizo, qué pensó cuándo lo hizo y qué materiales eligió.


MIRADOR DE ENTRE RÍOS dialogó con Micaela Romero, quien formó parte de la organización desde la gestión cultural, acerca del cambio de paradigma que se está generando en la comunidad paranaense. “La idea es poder cambiar e intervenir en esa estructura ya tradicional y la diferencia la marcamos en la invitación que motiva previamente a elegir el regalo o algo que hace mucho te querías comprar, a disfrutar de buena música en vivo, destapando y celebrando con la cultura local. Salirse un poco de la vorágine de ir, comprar y salir corriendo, y detenerse a disfrutar de eso que estamos buscando para regalarle a alguien más”.


Sobre el carácter capitalista de las fiestas, Micaela opinó que “Somos conscientes de que hay determinadas necesidades que tenemos, pero a través de La Revuelta pudimos confirmar que se pueden cubrir de otras maneras, siendo conscientes de que detrás de eso hay una persona, una idea, una historia y un planeta”.


Porque el feminismo nos interpela y porque no es sólo cosa de mujeres, ésta fecha también se presenta como una oportunidad ideal para deshacerse de los mandatos tradicionales provenientes del modelo de familia patriarcal. Pequeños detalles como dividir de forma horizontal y justa las responsabilidades y compromisos, hacen grandes cambios para aquellas personas que por mandato cultural tuvieron que desarrollar aquellas tareas que nadie de la familia quiso resolver.


Pensar el entorno



La experiencia puede ser un movilizador adecuado de reflexión, acerca de unos fenómenos complejos, que se van transmitiendo incluso de manera amable, cordial, hasta afectuosa, muchas veces de unas mujeres a otras, donde ciertos estereotipos se reescenifican.


Durante la modernidad, las celebraciones de fin de año se constituyeron a través de dos características propias de la época. Por un lado el sentimiento de esperanza, nuevas oportunidades, momentos de encuentro, afecto, optimismo generalizado y también, intercambio material. Por otro, la legitimación de su significado religioso que aún hoy se ve evidenciada en rituales y tradiciones que se transmiten de generación en generación, como pesebres de decoración, misas, etc. Sin embargo, actualmente esta última connotación está un tanto desvanecida, tal como ocurre con la Semana Santa, que es más una semana de vacaciones de primavera.


Algunos arman árboles de plástico decorados con globitos de colores, otros, colocan roscas en la puerta de la casa y otros simplemente aplican luces de colores en el frente de sus residencias. En Argentina, durante las últimas semanas de diciembre se acostumbra a recibir con singular afecto a los familiares que viven en lugares lejanos, y los clásicos para cenar son chivito, lechón y vitel toné.
Mientras que en Norteamérica se espera la llegada de Santa Claus, en Rusia se aguarda la venida de Babushka, en Francia el arribo de Père Noël y en Alemania la aparición de Christkind.


Hay algo muy evidente y es que las fiestas navideñas son una clara manifestación de la cultura particular de cada sociedad. Un factor que se repite espacial y temporalmente a pesar de las diferencias, es un espíritu navideño repleto de expectativas que de a poco se fue instalando de forma naturalizada entre nosotros, y que conlleva una serie de responsabilidades y roles a cumplir para que todo salga de acuerdo de lo esperado.


Con lentes violetas



El construir conciencia sobre el valor que tiene la división de responsabilidades y roles antes, durante y después de las celebraciones implica romper con una construcción cultural de la familia tradicional que obligó y sigue obligando a las mujeres de la casa a hacerse cargo de las tareas domésticas y de cuidado, incluso y con más razón, en un evento en el que debiera estar todo el mundo a gusto. Labores invisibles pero indispensables, como pensar el menú, comprar los ingredientes y cocinarlos. Decorar la casa, poner la mesa y luego del brindis, comienzan las tareas de limpieza. Según afirma el Foro Económico Mundial, las mujeres trabajan, en promedio, 39 días más al año que los varones.


La teórica, antropóloga e investigadora mexicana, especializada en etnología y representante del feminismo latinoamericano, Marcela Lagarde afirma que “la condición de cuidadoras gratifica a las mujeres afectiva y simbólicamente en un mundo gobernado por el dinero y la valoración económica del trabajo y por el poder político. Dinero, valor y poder son conculcados a las cuidadoras. Los poderes del cuidado, conceptualizados en conjunto como maternazgo, por estar asociados a la maternidad, no sirven a las mujeres para su desarrollo individual y moderno y tampoco pueden ser trasladados del ámbito familiar y doméstico al ámbito del poder político institucional”.


En su artículo Mujeres cuidadoras: entre la obligación y la satisfacción, la autora describe cómo la fórmula enajenante asocia a las mujeres cuidadoras otra clave política: el descuido para lograr el cuido. Es decir, el uso de la mayoría de su tiempo, sus mejores energías vitales, sean afectivas, eróticas, intelectuales o espirituales, y la inversión de sus bienes y recursos, cuyos principales destinatarios son los otros.


Para completar el cuadro enajenante, la organización genérica hace que las mujeres estén políticamente subsumidas y subordinadas a los otros, y jerárquicamente en posición de inferioridad en relación a la supremacía de los otros sobre ellas.


De compras



A esto se le suma la difícil tarea de comprar los regalos, justificada con la obsoleta idea de que las “madres conocen perfectamente a sus hijos” y tienen mayor sensibilidad perceptiva. Otra actitud machista que nunca falta es la del que regala artefactos de cuidado doméstico o limpieza, que a la vez reproduce estereotipos binarios y limitantes y asume que eso es exactamente lo que las mujeres de la familia desean.


Ni hablar de los centros comerciales y jugueterías que siguen perpetuando y construyendo en sus publicidades infancias binarias, limitadas y heteronormadas. Propagandas televisivas con pasillos rosa y azul, con princesas vulnerables y edulcoradas, con héroes fuertes y salvadores. La regla que rige en la elección del promedio de este tipo de obsequios es simple: futuras obligaciones domésticas y de reproducción para ella y todo lo vinculado a construcciones creativas y de superación quedará reservado para él.


Gema Otero, experta en género, co-educadora y escritora de cuentos infantiles, explica: “Nuestro sistema social y cultural es patriarcal, por lo tanto, todo lo que nos rodea está atravesado por una visión global masculina que menosprecia e invisibiliza a mujeres y niñas”. A lo que añade: “Niñas y niños aprenden a identificar cuál es su lugar en el mundo a través de la observación y el juego. Los juguetes son parte fundamental del aprendizaje cognitivo, emocional y relacional en la infancia. En el proceso de socialización diferencial, se limita su libertad de jugar y experimentar con todo tipo de juguetes, se obstaculiza así su aprendizaje para ser personas más autónomas, empáticas y libres”.
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