Mujeres viajeras

Cuando la rosa de los vientos es la única guía

Cada vez son más las mujeres que deciden viajar solas, yendo en contra de un coro de voces que recomiendan quedarse quietas y a salvo. Una de ellas es Paula Kindsvater, una viajera que reside en Paraná y nos acerca sus experiencias de recorrer el mundo y conocer nueva gente en desconocidos caminos.
07-01-2020 | 14:13 |

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Cada cultura tiene sus particularidades y es conveniente ser prudente. Foto: Gentileza Paula Kindsvater




Guillermina Ferraris | [email protected]


Para quienes no lo planean durante el año, en época de vacaciones reaparecen las ganas de viajar ya sea a una localidad cercana a pasar el fin de semana o del otro lado del mundo, a pasar todo el verano. De manera casi simultánea, muchas personas que por uno u otro motivo toman la decisión de hacerlo solas, comienzan a hacerse las clásicas preguntas: ¿Y si me pasa algo? ¿Y si me siento solo/a? ¿Y si me pierdo? ¿Y si me enfermo? ¿Será inseguro? Sin embargo, hay un factor que vale la pena considerar: no es lo mismo viajar sola siendo mujer que siendo varón, en un mundo donde tanto en oriente como en occidente, rige por norma general el sistema patriarcal. De hecho las viajeras deben enfrentarse a las opiniones, la inseguridad y el miedo de muchísimas personas que intentarán desmotivarlas haciendo alusión a situaciones de peligro.


Un ejemplo clarísimo en nuestro país ocurrió a raíz del caso de dos mochileras mendocinas que en febrero de 2016 fueron asesinadas en Montañita, Ecuador, mientras estaban de viaje. Un aluvión de opiniones públicas y críticas se hicieron presentes para restringir y limitar la libertad de movimiento de las mujeres en general y particularmente, de las que gustan de viajar solas. No sucede de manera premeditada, pero tampoco de forma aislada: es una cuestión cultural, una de las prácticas favoritas del patriarcado. Entre las opiniones que circularon, una de las más polémicas fue la del “especialista” Hugo Marietan, médico psiquiatra, quien llegó a adfirmar que las mujeres que viajan solas son “víctimas propiciatorias”.


En otro artículo, publicado en la Revista Anfibia, la periodista Silvina Heguy, cronista y movilera que viajó a hacer coberturas por todo el mundo, interpela a Marietan e inaugura una serie de manifiestos contra la violencia de género, que dejan en claro cómo claramente la violencia va más allá de la situación y del lugar. De hecho, estadísticamente, el lugar más amenazante y peligroso para una mujer, es su propio hogar familiar, a donde ocurren la mayoría de las violencias en su contra.


En primera persona



Una de esas viajeras con experiencia en vérselas sola es Paula Kindsvater, comunicadora, fotógrafa, docente, que forma parte del Área de Comunicación Institucional de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER.


–¿Cómo tomaste la decisión de comenzar a viajar sola?

–Sentí que el universo me lo pedía. Cuando llegaban las vacaciones y no sabía con quién viajar, mis amigas se organizaban para ir en grupo a lugares que no me interpelaban y no quería ir tampoco con mi familia. Así que no lo pensé mucho, tenía el dinero para hacerlo en ese momento, entonces me compré un pasaje a Bariloche y además recorrí El Bolsón y Esquel. La verdad es que fue una experiencia única de apertura para mí, porque después no paré. De hecho, pensé, ah bueno esto es facilísimo (entre risas).
El bichito viajero me picó fuerte y desde ese entonces decidí que iba a invertir todos mis ahorros en viajes. No quiero ningún lujo, no tengo vehículo ni me interesa tenerlo, no planifico nada que sea a largo plazo como una casa por ejemplo. De hecho desarrollé una especie de capacidad para anticiparme a los aumentos de pasaje y ver cuándo salen las ofertas, por lo general lo compro con 6 meses de anticipación. No importa que el mundo se venga abajo yo en enero me voy. Tengo un trabajo que me permite estar todo el mes afuera. Y me organizo siempre para salir en año nuevo; paso las fiestas y después viene mi cumpleaños así que hago un arranque de año bien reseteado.


–¿Qué otros lugares recorriste?

–Después de ese viaje al sur probé con el norte e hice un par de viajes cortos, y más adelante vino lo más fuerte que hice sola: un mes entero a Europa. Luego de eso, la ambición fue creciendo cada vez más y al año siguiente fui nuevamente con una amiga. Cuando pasamos por Granada, España, quedé muy encantada con la cultura árabe porque está super marcada en esa ciudad. Ahí decidí que quería animarme a conocer más en profundidad la cultura oriental, musulmana.


Razones


–¿Cuál crees que es la mayor virtud que tiene viajar?

–En los viajes una va conociendo un montón de gente y se van abriendo ventanitas de opciones para conocer y cosas que podés hacer o cosas que no deberías hacer. Yo estaba muy obsesionada con Turquía pero un chico turco que conocí me había recomendado viajar con una pareja o una amiga, alguien que me pudiese amparar un poco allá, porque la cultura es bastante conservadora. Finalmente terminó siendo Marruecos y fue una súper aventura. Más allá de que es un país muy abierto y preparado para el turismo hay que tener en cuenta que es una cultura diferente, a donde no se habla mucho inglés y sobre todo está la cuestión cultural, totalmente distinta. Aprendí un montón y fue humanamente muy enriquecedor. Esa es la gran potencia de los viajes, la posibilidad de abrirte la cabeza a otros mundos, otras cosas que no están a la vuelta de la esquina. Te enriquece el modo de vivir. Ojalá todos tuvieran la chance de viajar a donde quisieran.


–¿Cómo es la dinámica de tus viajes?

–Hay algo que tengo establecido: no hago viajes muy costosos ni lujosos. Trato de abaratar teniendo algunas cosas en cuenta, como ver las ofertas de vuelos con tiempo, me hospedo en hostels. Si el hostel tiene cocina me cocino ahí, no suelo ir a restaurantes, a veces como en la calle, a donde hay puestitos de comida típica del lugar, no tengo drama con eso. Mi premisa es tratar de acoplarme a la cultura del lugar y lo disfruto más así. Hace un par de años estuve en Ecuador y me la pasé comiendo en unos chiringuitos que había en la calle, por muy poca plata y re bien. Comes con la gente que sale del laburo, con los trabajadores. Con mucho respeto, disfruto de entrar a los lugares que la gente habita todos los días, no los lugares turísticos.


–Hay un tesoro allí…

–Me encanta charlar con la gente del lugar, esa es la forma en la que más me enriquezco. También me gustan mucho los mercados populares, me encanta sacar fotos ahí, caminar y probar cosas raras, ser medio aventurera. Fundamentalmente camino, no me gustan los colectivos esos que te llevan por todos los puntos importantes. No me interesa, yo me quiero perder, si me pierdo caminando, fantástico, es parte de la aventura. También debo confesar que nunca tuve malas experiencias, aun estando en lugares que no eran tan amigables. No sé si fue suerte, o que he sido un poco precavida. También hay cosas que me he perdido por ser mujer, y eso me revienta. Tengo un odio a no poder hacer algunas cosas como ir a acampar al medio de la ruta o a ver un amanecer en la playa sola. Sabemos que nos exponemos a determinados riesgos, entonces al viajar sola trato de reducir esos riesgos al mínimo. Pero no he tenido miedo de caminar sola, preguntar o meterme en lugares para conocer.


Desprenderse de lo cómodo


Durante una entrevista realizada en el programa radial Voces Poderosas, una viajera que se encuentra recorriendo Europa desde el mes de julio se pregunta ¿es cierto que en los viajes sos más libre? automáticamente se contesta: estando de viaje tirás el hilo de los prejuicios y de tu curiosidad. Hay algo de ese “ser la otredad”, de necesitar agua, un techo o que te levanten en la ruta, que te hace liberar los planes a la suerte. Empezás a ver la belleza, le agarras cariño a esa manera de pensar para afuera. Te liberas del bueno o del malo. Así como mirones que nos gusta ser, no somos invencibles, el otro siempre tiene algo para decirnos de nosotros mismos que no sabíamos.


Viajar también nos constituye


La realidad es que miles de mujeres viajan solas cada año, y vuelven habiendo logrado superar sus miedos y enriquecido sus vidas. Es una experiencia de poder que ayuda a desprendernos de los aspectos que marcan nuestra identidad: la edad, el empleo que nos define más de lo que deseamos, nuestros roles, nuestros amigos. En un artículo que habla sobre cómo la experiencia de viajar se constituye en un hecho feminista, la socióloga Cristina Hernández explica que “en nuestra vida cotidiana actuamos en relación a las expectativas que los otros tienen de nosotras y vernos en el mundo sin esas expectativas es realmente liberador. Viajar sola es saber que durante un tiempo no habrá zona de confort. Todo lo que nos define (que también es lo que nos limita) se queda en tierra gracias al anonimato. Se desdibuja cuando tenemos que elegir qué vamos contar sobre nosotras. Y de golpe aparece lo que somos en esencia. Descubrirme así, para mí, fue una auténtica revelación personal”, afirma.


Otra forma de afirmarse


Independientemente del género, pero siendo conscientes de las diferencias, viajar le permite a las mujeres autoconocerse, encontrarse, alimentar la seguridad y construir el autoestima, conocer otras culturas y ambientes.


Amplía la perspectiva del mundo, ayuda a alcanzar la conciencia para entender que el pequeño círculo social que frecuentamos a diario no representa la verdad del universo. Rompe la burbuja de confort, nos obliga a conocer gente y experimentar modos de vida totalmente diferentes al propio. Lo cierto es que el mundo es tan seguro como peligroso.


No son los países los que matan, sino un encuentro fatal con la persona errónea. La única regla a seguir es el instinto, el estar atentas, alertas y ser cuidadosas con las decisiones que se van tomando durante el viaje.


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