La historia detrás de sus bellas playas

Santa Ana: medio pueblo sumergido que se resiste a quedar en el olvido

Hace 40 años se inauguró la represa hidroeléctrica de Salto Grande entre Concordia y Salto (Uruguay), pero para que esto fuera posible la intervención en la naturaleza fue gigantesca. Santa Ana fue uno de los pueblos afectados, el 50 por ciento de su territorio quedó bajo agua. Viviendas, los ferrocarriles, sus calles, lugares de recreación, todo. En cada bajante, como la que se presenta actualmente, los cimientos de las casas vuelven a aparecer.
16-02-2020 | 17:57 |

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El hogar y el taller de la familia Dalarda antes de la construcción de la represa.




Lucía Torres
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Claro Toler tenía 17 años cuando en su pueblo se comenzó a hablar de la creación de una represa. Poco se sabía acerca de lo que se trataba, y mucho menos se llegaba a tomar dimensión de cómo los afectaría el cambio. Hoy, más de 40 años después, sigue añorando lo que sería del pueblo si el lago no hubiera aparecido.

Haciendo el paralelismo con lo que pasó en Federación, Toler aseguró que "como Santa Ana quedó en el mismo lugar, parecería que no fue tanto, pero sí lo fue". Uno de los puntos clave que perdió Santa Ana con el surgimiento del lago fue el ferrocarril y la estación, "que era la vida de Santa Ana", remarcó a Mirador Entre Ríos, y recordó que "todas las colonias de la zona pasaban por acá, además daba trabajo a 30 familias de ferroviarios. Era una estación muy importante, no había en Chajarí ni en Federación, estaba Santa Ana, Mocoretá y Ayuí, en Concordia, donde trabajaban los obreros del ferrocarril".

Otro espacio fundamental que se llevó el lago fue la telefonía. "Teníamos la central telefónica con un empleado que atendía, todo eso se perdió", sostuvo el santanense. En cuanto al aspecto turístico también estaba incipiente antes de la represa, "hace más de 50 años funcionaba ya un club de pesca, que después con la gran crecida de 1959 se perdió, pero había movimiento y crecimiento".

Otra de las pérdidas con la represa fue la escuela secundaria. "Antes era fácil llegar a Santa Ana, pero desde la represa los accesos eran pocos y malos. Así que al no venir profesores se cerró la escuela secundaria, los que pudieron iban a Chajarí, pero eran los menos, después tuvimos que esperar hasta el retorno de la democracia, unos 10 años después, para que Santa Ana vuelva a tener escuela secundaria". Antes de la represa, a Santa Ana ingresaban los colectivos de larga distancia, comunicación que hasta el día de hoy no recuperaron.

Momento de cambios

Si bien la inauguración fue en 1979, todo comenzó mucho antes. A principios de la década del 60 se empezó a hablar de lo que se venía. "Ya en 1970 se comenzó a medir hasta qué altura iba a llegar el agua, la mensura y la nivelación, y a definir después qué pasaría con Santa Ana, porque también acá cerca era uno de los lugares donde podían traer a Federación", rememoró el vecino. 

De lo que recuerda que se comentaba en las calles mencionó que en un primer momento había tranquilidad porque "nos decían que iban a hacer un puente, entonces así tendríamos salida hasta la ruta, por Colonia Belgrano, pero quedó en promesas, ya estaba todo diagramado, medido, todo, pero cambió el gobernador y desapareció el puente", dijo, aún indignado, Toler. Cuando pasó eso mucha gente decidió dejar Santa Ana, porque el pueblo quedó completamente aislado de todo.

Más agua, menos cítricos

En lo productivo, la construcción de la represa también aparejó inconvenientes. "Antes de la represa acá había siete galpones de empaque, porque toda la fruta se cargaba en el tren, de los cuales quedó uno, y ahora, 40 años después, hay dos", contó Toler. En su caso particular, el problema no fue sólo por el traslado de la fruta, "teníamos nuestros campos a 4 kilómetros, muchas veces íbamos caminando, pero con la aparición del lago nos quedó a 17 km la chacra, sin caminos, una tristeza", señaló.

Además esta gran intervención en la naturaleza afectó la manera de producir: "Hay chacras que quedaron al borde del lago y la tierra cambió, lo que antes era un bañado ahora chupa el agua y no queda nada, cambió mucho", aseguró el productor.

Avance del agua

El proceso de llenado de esta cuenca fue lento, "iban abriendo y cerrando las compuertas, probando", dijo Toler. Quedó un 50 por ciento bajo agua, en territorio, pero se trató de la mayoría del pueblo en cantidad de familias, porque era donde estaban más los barrios, las casas una junto a la otra, a todos ellos les daban una casa más arriba en la tierra, o les daban el dinero, pero lo que pagaban era una miseria comparado con lo que valía.

"La gente venía, hacía las medidas y te hacían una oferta por el terreno o la promesa de casa, y ahí comenzaron a trabajar, en menos de un año ya habían comprado todos los terrenos, hicieron todas las calles nuevas", precisó el vecino. La Junta de Gobierno que por ese entonces estaba al frente de Santa Ana, no tenía personería jurídica, lo que hacía imposible cualquier gestión en pos del pueblo.

El momento en el que el agua comenzó a subir lo recuerda con pocas palabras: "Fue una gran tristeza. Íbamos a mirar cómo se iba tapando todo, dolor en el alma". Claro Toler concluyó que, a su parecer, las ganancias de Salto Grande, "fueron mal invertidas, debería haber sido para los damnificados. Nos mintieron fue adelanto para otros, no para nosotros", remarcó, y volvió a pedir la ansiada salida a la Ruta Nacional, "existe un proyecto del puente sobre el arroyo Mandisoví para tener salida hacia Colonia Alemana".

Con ojos de niña, pérdidas grandes

Andrea Dalarda tenía 8 años cuando se creó la represa. Con su percepción de niña vivió este cambio tan radical para su querida Santa Ana. El 28 de marzo de 1979 fue la última noche que pasaron en el pueblo viejo. "Nadie durmió, quizás los más chiquitos un rato sí dormimos, pero los grandes nada. Fue un desarraigo total, dejarlo todo, nuestra casa, la pieza", dijo Dalarda.

En el caso de la familia de Andrea optaron por el dinero, "porque mi papá quería construirla él, como había hecho con la primera casa, pero el dinero que te daban no alcanzaba. Hoy pienso que hubiera convenido quedarnos con la casa que nos daban, pero en ese momento eso no se sabía". Pero más allá del factor económico, era lo que más quitaba el sueño era lo emocional, "sentíamos hasta el sabor del agua diferente, el ver todo pelado, sin verde, porque nos daban un espacio para construir en el que también teníamos que empezar a plantar nuestros árboles y plantas, entonces cuando llegamos no había nada", recordó Andrea.

Otra pérdida grande que sufrió fue la de las amistades, "yo tenía amigos que sus papás trabajaban en el ferrocarril, y ahí se fueron a otro lado porque en Santa Ana ya no tenían más trabajo". En su caso, el nivel secundario lo realizó en Chajarí, "pero tenía que estar en el internado del colegio de lunes a viernes, y regresaba los viernes por la tarde", lo que significó otro desapego muy importante.

Si bien la familia Dalarda no estaba directamente ligada a la citricultura en lo laboral, la disminución del trabajo también se sintió. "Mi papá siempre fue y es el único mecánico de Santa Ana, un mecánico de pueblo, que incluso recorría las colonias, colonias que después del lago, quedaban lejísimo y era muy difícil que alguien vaya hasta Santa Ana", relató la vecina.

En busca de "tesoros"

Cada vez que el lago baja está presente Andrea junto a su familia y otras familias que también se acercan al lugar. "En las primeras bajantes íbamos a ver qué aparecía, siempre aparecen tesoros que nos devuelve el lago, primero buscábamos juguetes que hayan quedado entre los escombros, y aparecían joyas, crucifijos, alhajas, monedas. En esta última bajante aparecieron, pedazos de herramientas que eran pesadas y quedaron. Hay que tener en cuenta que las casas no eran como ahora, eran más que nada de piso de ladrillos y demás, entonces quedaban cosas en las coyunturas, o cosas que quedaban porque muchos no se iban hasta último momento", mencionó Dalarda.

Los vecinos cada vez que el Uruguay disminuye su caudal van a los lugares precisos donde se encontraban sus viviendas. "Mi casa se distingue perfecta, se ven los cimientos donde estaba la galería, la cocina, el baño, el taller de mi papá". A esta visita a los restos de su barrio, Andrea no la vive con tristeza, "en lo personal siempre supe internamente que Santa Ana iba a tener su recompensa".

Del momento en que el agua comenzó a subir su recuerdo es diferente al de Claro, quizás producto de la percepción de niña. "Fue rápido, no recuerdo el tiempo", pero sí mencionó un episodio en el que ya habían comenzado a largar agua y junto a sus padres habían ido a Chajarí, por el puente del arroyo Sauce, "en el regreso no pudimos volver por el puente, ya lo había tapado el agua y tuvimos que dar toda la vuelta". Además recuerda que sus mayores no creían hasta el último momento: "Mi papá decía que no era posible que el agua tape todo, él decía que podía subir bastante el nivel del agua, pero no hasta tapar las viviendas, no le entraba en la cabeza esa posibilidad, hasta que lo vio".

Del comienzo de cero en la nueva casa dijo que se extrañaba todo, "desde la posición de la cama, y lo que yo más extrañé fue el verde, porque ahora sí en mi casa tenemos verde, pero llevó su tiempo, entonces eso para mí fue súper difícil". Ante la pregunta de cómo estaría al día de hoy Santa Ana de no haber sido afectada por la represa dudó y luego expresó que, "seguramente iba a ser grande y fuerte en lo económico, pero sin las bellezas que tiene ahora, sería una ciudad más, alrededor de la estación de trenes".

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