Sobre históricos emblemas

Dos pequeñas historias

Siempre son los grandes acontecimientos los que constituyen finalmente el relato formal sobre los orígenes de un pueblo y de su sociedad. Sin embargo, por debajo, existen detalles antiguos que merecen su espacio en las enciclopedias que descansan en las bibliotecas.
22-10-2020 | 22:20 |

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La insignia de la Escuela Normal nació por idea del Club Colegial en el año 1957.


Ignacio Etchart
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La historia muchas veces descansa en pequeñas anécdotas y situaciones que parecen intrascendentes pero en realidad ocupan un lugar central en la memoria y corazones de un pueblo.
En la ciudad de Victoria, estas mínimas historias proliferan cuando se busca con decisión e ímpetu. Una sociedad que siempre resguardó sus orígenes en relatos orales o en escondidos detalles a plena vista de todos.

Por suerte, esa necesaria y comprometida búsqueda siempre encuentra sus practicantes, férreos amantes de su pueblo, de sus historias y de sus vecinos.

En este caso, además de citar a “Historias de Victoria”, portal de Facebook encargado de sistematizar y divulgar sobre la tradición de la ciudad, se le suma el “Archivo Histórico Victoriense”, otro espacio digital ubicado en la misma plataforma.

A las personas ubicadas detrás de estos refugios del olvido, como siempre el merecido agradecimiento y mención.

Escudo

El 17 de enero de 1910, el presidente José Figueroa Alcorta y el Ministro de Instrucción Pública, José Carlos Naón, decretaron la creación de la Escuela Normal Rural de Victoria, hoy denominada Escuela Normal Superior “Osvaldo Magnasco”.

Por ella han pasado una enorme cantidad de historias durante sus 110 años de funcionamiento. Sin embargo, como todo establecimiento, el acto inaugural en realidad da comienzo a su vida y no a una simple conclusión institucional. En este caso, la pequeña historia a relatar es sobre su escudo.
La insignia de la Escuela Normal nació por idea del Club Colegial en el año 1957. El presidente de aquel entonces, Nahir Iván Campañaro, entendió la necesidad de un emblema que identificara a la academia. La moción presentada ante la Comisión Directiva de la Escuela fue aceptada unánimemente.

Incluso el director de aquel entonces, el Prof. Cándido Montenegro (cuyo apellido denomina una de las calles circundantes de la escuela), entusiasmado por la idea, solicitó a las profesoras Bertha Medrano de Godoy y María Esther Camoirano de Nievas el diseño de la misma. Fue gracias a la creatividad y compromiso de estas mujeres que hoy la reconocida insignia normalista se la conoce tal y como es.

Al año siguiente se mandaron imprimir cientos de escudos que fueron adquiridos masivamente por el alumnado, siendo incorporadas al guardapolvo blanco, tradición que hasta el día de hoy se mantiene.

Por si fuera poco, con el dinero recaudado por la venta de insignias, el Club Colegial otorgó varias becas a alumnos para continuar sus estudios.

La explicación

El escudo de la escuela expresa entre sus símbolos una antorcha, cuya luz representa la sabiduría compartida entre los miembros de la academia, así como también irradia el espíritu normalista en apoyo a la educación argentina como formadora de maestros, histórica tradición de las escuelas concebidas por Domingo Faustino Sarmiento.

Por otro lado, el libro abierto refiere al camino del saber y de la ciencia orientado a los niños que reciben una educación integral desde su infancia hasta la recepción de su diploma normalista.
Las laureadas letras “O. M.” corresponden al nombre del destacado educador Dr. Osvaldo Magnasco, ubicadas en el centro de dicho emblema.

Por último, el color verde característico está tomado de las diversas estructuras que ornamentaron durante mucho tiempo la composición general del edificio y que han hecho eco en la heráldica de este escudo.

Cuando la escuela cumplió 100 años desde su inauguración, los alumnos y alumnas de último año reemplazaron el guardapolvo por uniformes de color verde y blanco, en homenaje a la institución que los acompañó durante gran parte de sus vidas.

Sobre un palo borracho

Histórico en la ciudad es el Hospital Fermín Salaberry, institución pública que ya ha ocupado varias páginas de Mirador Entre Ríos.

En este nuevo capítulo sobre la historia del hospital, se relatará sobre un monumento natural. Esta relación armoniosa entre el vecino victoriense y su medioambiente fue siempre característica, a pesar del reciente accionar de un puñado de individuos que lejos de representar esta idiosincrasia, la ofende.

Situado en uno de los patios del hospital y supuestamente plantado en 1890 por la comunidad fundadora de la institución, Las Hermanas de la Caridad, descansa pacífico un hermoso palo borracho.

Este centenario ejemplar tiene su propia mitología. En la antigüedad, cuando la belleza humana se relacionaba con la fertilidad y la vida, estos árboles eran relacionados con la mujer.

La leyenda cuenta que el árbol representaba el cuerpo femenino durante tres etapas de la vida: la Juventud, mientras el tronco se muestra esbelto; la Plenitud, cuando las formas de la mujer representaban su vigor espiritual y físico; y la Vejez, cuando el árbol se relacionaba con la imagen de una matrona en reposo.

Por esta razón, ciertas tribus de la zona del río Pilcomayo lo llamaban “Madre adherida a la tierra” o directamente “Mujer”.

Leyenda

Se cuenta que un eterno amor existía en una antigua tribu de la selva. Este romance entre una muy bella joven y un valiente guerrero se vio interrumpido por el comienzo de una feroz guerra de la cual, tras una larga espera por parte de la muchacha, el guerrero no volvió.

Ahogada en penas y adolorida por una herida en el pecho que no sanaba, una tarde se internó en la selva. Tiempo después, durante uno de sus viajes de cacería, unos nativos encontraron su cuerpo envuelto en malezas.

Conmocionados por la escena, trataron de levantarla y devolver su cuerpo a la aldea. Sin embargo, en el instante que tocaron sus restos, comenzaron a crecer de sus brazos ramas y espinas que impedían su tarea. Espantados y confundidos por la situación, no tuvieron más remedio que echarse a correr al ver que de los dedos de la joven nacieron flores blancas.

Unos días después, reanimados de valor, los cazadores nativos intentaron nuevamente el rescate del cuerpo de la joven. Sin embargo, sólo encontraron un robusto árbol cuyas flores blancas se volvieron rosas.

Fue así como interpretaron que las primeras flores blancas simbolizaron las lágrimas derramadas por la joven y la posterior coloración rojiza representó la sangre vertida por el valiente guerrero.
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