De Mendoza a Entre Ríos

La alegría de volver a alegrar

El histórico Parque de Diversiones "Central Park" retomó las actividades en la región con juegos para toda la familia. Tras su paso por Nogoyá, donde estuvieron parados diez meses por la pandemia, la familia parquera desembarcó en Crespo con excelentes repercusiones. En diálogo con Mirador Entre Ríos, el dueño de las instalaciones, Daniel Golbano, habló de cuánto la pelearon para salir adelante y hacerle frente a la situación. El próximo rumbo es Paraná.
07-03-2021 | 15:22 |

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Los autos chocadores se convirtieron en el atractivo de todos. Foto: José Prinsich




José Prinsich
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"Dale mamá, apurate", le manifestó efusiva una pequeña de cuatro años a su madre, mientras le agarraba la remera y le pedía que camine más rápido para poder llegar a la boletería. La cabecita de la niña giraba de un lado para el otro al visualizar una increíble cantidad de juegos, de aparatos gigantescos con movimientos exorbitantes, adornados con luces y sonidos. Era su primera vez en un parque de diversiones, lo que justificaba cualquier tipo de reacción.

Cuando la señora que atendía la boletería depositó en su mano el ticket para ingresar al predio, la alegría invadió el rostro de la chica, que salió corriendo rumbo a los atractivos juegos. Sin querer queriendo, la dama detrás del mostrador también compartió cada una de las emociones de la pequeña. No era su primera vez en el parque, al contrario llevaba varios años trabajando allí, pero sintió que era un volver a empezar después de estar parados tantos meses. Pasó cerca de un año desde que la integrante del Central Park entregó su último boleto, antes de la llegada de la pandemia.

Instalados

No importa la edad que tengas al momento de leer esta crónica, los parques de diversiones seguramente formaron parte de alguna escena de tu vida. Desde que Daniel Golbano desembarcó en Crespo para armar Central Park no pararon de ingresar familias, jóvenes y grupos de niños ansiosos de subirse a cada una de las propuestas.

El pórtico de entrada, frente al Parque del Lago, fue el escenario ideal para recibir esta entretenida iniciativa, que viene de presentarse en ciudades como Nogoyá y Victoria. Los autos chocadores, el Kamikaze, la Vuelta al Mundo o Estrella y el Barco Pirata se roban siempre todas las miradas y son de los atractivos más concurridos. Pero también tienen buena adhesión el tobogán gigante, el gusano loco, el zamba rock, el rotor, los avioncitos o los castillos inflables. Entre las novedades se destaca el Auto VIP, un vehículo para los más pequeños que representa el popular Bumblebee de la película Transformers.

Para Daniel, que pertenece a la tercera generación de familias parqueras, el juego que no puede faltar es el carrusel, también conocido como calesita o tiovivo. "Es lo tradicional, nunca muere. Es la esencia del parque. Podés tener de todo pero si no tenés calesita no es parque. Con ese juego se empezó y seguir de por vida", manifestó el hombre de 62 años a Mirador Entre Ríos.

En total, Central Park cuenta con unos 23 juegos para toda la familia. A eso se le suma la cantina con comidas rápidas y los infaltables copos de azúcar, pochoclos y manzanas caramelizadas. La atención a los espectadores comienza a partir de las 18 todos los días. Pero son los fines de semanas los que reciben mayor cantidad de gente. Por la mañana, el personal se encarga del mantenimiento y limpieza de los aparatos. Asimismo, desde el emprendimiento, se generan pequeños puestos de trabajo para los residentes de la localidad, más que nada destinados al armado de las estructuras.

Las medidas sanitarias estuvieron vigentes en todo momento desde el control de temperatura y la exigencia del uso del barbijo junto con el alcohol diluido hasta la restricción de acceso (solamente para los que tenían ticket) y el distanciamiento social en el lugar. El boca a boca acompañado de las redes sociales fueron fundamentales para la buena concurrencia del público, que vino no sólo de la ciudad crespense sino de otros lugares cercanos como General Ramírez, Seguí, Aranguren, Libertador San Martín, entre otros.

"Nos fue muy lindo. No nos queremos ir, pero ya se nos acaba la autorización para estar acá. Vinimos por un mes y al final nos quedamos por dos meses, con ganas de más. Esto es una diversión sana", dejó en claro el mendocino. Y agregó: "Estamos buscando un lugar en Paraná u Oro Verde. El problema son los predios porque en Paraná no hay predios. Cuando buscamos lugares priorizamos la seguridad de las familias y de nosotros. Por eso hemos tenido que trasladarnos a las localidades cercanas".

En este sentido, Brenda Salafia, miembro del equipo desde hace siete años, sostuvo que "el público nos trató re bien. Es un pueblo lindo y no se ve delincuencia. La gente es respetuosa. No tenemos de qué quejarnos. Me encanta cuando son tranquilos los pueblos".

Lo pasado, pensado

El dueño de las instalaciones junto a su familia y equipo de trabajo, que hacen un total de unas 30 personas, llegó a fines de diciembre a la Capital Nacional de la Avicultura, justo para las fiestas. El staff oriundo de Mendoza arribó con todo el optimismo del mundo luego de atravesar diez meses difíciles, con una pandemia que los llevó a la supervivencia extrema.

"Nosotros estuvimos bastante tiempo parados, pero gracias a Dios pudimos volver a reabrir el parque. Estamos contentos de volver a la rutina", expresó contenta la nuera de Daniel. De un día para el otro, la pandemia por coronavirus detuvo la marcha de los motores, lo que provocó la tristeza y desazón en el grupo no sólo por la falta de ingresos sino también porque caducaba una forma de entretener. El Covid-19 cerró cientos de parques en todo el país y el de Golbano fue uno de los pocos que quedó con vida.

El gran parate de Central Park los agarró en Nogoyá. Allí tuvieron que reinventarse para poder sobrevivir y relucir la capacidad de ingenio para generar dinero. "Nos alimentábamos con lo que teníamos y nos quedaba. A lo último no teníamos muchos recursos, así que vendíamos en la calle barbijos, chulengos, limones, choclos o los cambiábamos por alimentos. Hacíamos olla para todos. Luego, la gente se fue enterando que nos habíamos quedado varados y nos empezaron a traer ropa, comida", continuó la joven de 25 años.

"No te digo que la pasamos mal, pero nos costó. Hicimos cosas que no teníamos pensando hacer y dentro de todo nos rebuscábamos la vida. Igualmente, la gente nos ayudó muchísimo. Nosotros no nos podemos deshacer de todo esto porque seguimos viviendo de esto. Mucha gente se ha fundido en este tiempo y nosotros no. Es una anécdota que nos servirá para siempre. La pandemia nos enseñó a valorar lo que uno tiene y que si uno quiere puede. Nosotros salíamos adelante porque hacíamos cosas. Nos adaptamos. Era triste ver el parque vacío y en un solo lugar", culminó.

"Muchos colegas están parados, vendiendo los camiones, las camionetas, porque no los dejan trabajar. Nosotros nos pusimos como meta no vender los vehículos, porque es con lo que nos movemos y hasta ahora lo logramos", agregó el jefe del Central Park.

"Nosotros salíamos adelante porque hacíamos cosas. Nos adaptamos. Era triste ver el parque vacío y en un solo lugar". Trabajadora del parque de diversiones.

De generación en generación

La vida del parquero es sacrificada, cargada de esfuerzos y en constante movimiento. Los Golbano lo saben muy bien a eso y aunque a veces cueste llevar adelante un parque de diversiones, no aflojan un segundo y tiran para adelante todo el tiempo. Este emprendimiento familiar tiene varios años, o mejor dicho varias décadas. Fue Rafael Golbano, bisabuelo de Daniel, el que trajo la curiosa idea desde España por la década del cuarenta. Al principio con el formato de kermesse, luego con espectáculos diversos y más tarde decidió incursionar en el mundo de los juegos, así que comenzó a comprar aparatos.

Aquel parque se llamó Gran Oeste Argentino y se inició en Mendoza. Desde allí recorrieron diversos puntos del territorio nacional con otras dificultades a las actuales: no hay camiones, sino que se movilizaban en trenes y la energía eléctrica no llegaba a todos lados, por ende tenían que prescindir de generadores para darle actividad a los juegos. Con mucho sacrificio, la familia cuyana alcanzó la decena de parques.

En ese entonces, Argentina exportaba juegos, muchos de los cuales se fabricaban en Rosario. Hoy, los aparatos se traen de países como China, Francia, Alemania o Italia. Actualmente, Daniel es el único (de cuatro hermanos) que continuó con esta pasión y su herencia está depositada en sus hijos, la cuarta generación de parqueros.

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