Daniel Domínguez
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Se puede ganar, perder o empatar. Se puede jugar bien, mal o regular. A veces, se puede merecer algo más de lo que realmente se consigue. Lo que no se puede hacer es tapar el sol con la mano. El momento que atraviesa Central en la Copa de la Liga Profesional es preocupante. Dentro y fuera de la cancha.

La derrota contra San Lorenzo del viernes pasado expuso todas las miserias. Las futbolísticas y las otras. El entrenador, sacado, a los gritos y empujones contra los rivales y siendo controlado por sus propios jugadores, terminó dejando la peor imagen que un estratega pueda dejar, la de un hombre buscando arreglar de manera primitiva algo que no puede arreglar desde la táctica.

Central es un cúmulo de errores. Cuando la comisión directiva confió en Cristian “Kily” González para tomar las riendas del primer equipo no había muchas voces en contra. La salida de Diego Cocca, la pandemia, los problemas económicos y la ausencia de descensos durante dos años, inclinaron la balanza hacia un apellido de la casa, con el sentimiento que muchas veces el hincha pide del otro lado del alambrado.

De entrada, el Kily pisó fuerte. Tomó decisiones, les dio lugar a jugadores del club y permitió el regreso de otros como Emiliano Vecchio, quizás lo único bueno que tiene por el momento este ciclo.

Pero los resultados comenzaron a serle esquivos y la convicción de poner a los pibes fue entrando en una nebulosa. La “banca” del DT en algunos casos duró apenas un par de partidos, otros uno solo y a algunos chicos los terminó exponiendo por demás, como el caso de Mateo Tanlongo, en el encuentro ante el Ciclón.

Sin una idea de juego definida, con variantes de nombres y esquemas, el Kily se fue perdiendo mucho más rápido de lo esperado. Para colmo de males, sus declaraciones y la falta de autocrítica lo dejaron muy expuesto a la hora de tratar de explicar lo inexplicable.

Luego del empate con sabor a derrota ante Central Córdoba de Santiago del Estero en el Gigante de Arroyito, el entrenador cargó contra la prensa y hasta contra sus propios hinchas al sentirse criticado sin sentido y manifestó que no valoraban su trabajo, así como también, dejó en claro que estaba conforme con el “camino” que estaba transitando su equipo.

Hoy el camino “canalla” está lleno de espinas. Y lo peor de todo es que muchas de ellas fueron sembradas desde adentro.
La relación entre el cuerpo técnico y una parte de la comisión directiva está rota. El clima que se respiraba en el Nuevo Gasómetro era espeso y la decisión de no hablar con la prensa post partido no hizo más que acrecentar los rumores sobre el futuro inmediato del Kily.

Central tiene que cambiar, no puede seguir perdiendo, adentro y afuera. El campeonato a estas alturas parece ser una excusa para ver quién tiene razón. Si el DT, con su terquedad y falta de apertura, o los dirigentes, que buscan una respuesta concreta a la falta de resultados.

Mientras tanto, los pibes siguen a la deriva, con un partido sí y dos partidos no. Con poca banca real y lejos de potenciarse como se pretendía en un principio, terminan siendo borrados y dejado de lado.

Los de experiencia, aquellos elegidos para contener a los más jóvenes, tampoco dan la talla. Joaquín Laso, Diego Zabala o Lucas Gamba, por citar algunos, están en un nivel bajísimo y su lugar entre los once solo se justifica porque no hay otros.
En todo este caos, Jorge Broun y el mencionado Vecchio parecen ser la única esperanza para intentar salir del pozo.
El próximo desafío es Banfield. El elenco del sur del Gran Buenos Aires viene de clasificarse a la Sudamericana 2022 y desde la llegada de Javier Sanguinetti es de lo más destacado del fútbol local.

Una buena medida para este Central que parece desorientado, con poco margen para crecer y con mucho por perder. Con un DT en la cuerda floja y un plantel que tiene que rebelarse. Es hora de dejar los egos de lado y encontrar el punto en común para beneficio de la institución y no de fracciones. Todavía está a tiempo de encauzar la historia, porque de lo contrario, será tarde para lamentos.