Pandemia

La batalla final del año en que vivimos en peligro

Tenemos todo en contra, la cancha sin luz, el 10 vio la roja, el arquero se lesionó y al presidente del club lo investigan por coimas a la barra brava.
07-05-2021 | 17:18 |

Foto:Archivo.
Francisco Díaz de Azevedo


Tenemos todo para desaparecer, el predio rematado, al DT le deben 8 meses de sueldo, y el 5 se desgarró en la práctica de ayer.

Tenemos todo para dejar de ser, para dejar de existir, tenemos todo, lo malo, lo gris, lo frío, lo triste.

Tenemos la hinchada dividida por temas políticos. ¿Quién se queda con el tablón y quien se queda con los “trapitos”?

Tenemos el peor panorama que nos podamos imaginar.

Así somos, así estamos, los argentinos. Esa bendita raza que habita el planeta tierra. Esa misma, que mueve pasiones en un mundial, la que es dueña de los mejores rincones que la naturaleza, la raza madre del glaciar más imponente y de las cataratas más altas. La raza que paladea el mejor vino del mundo.

Somos la raza gris, que se arrastra por la limosna del FMI, pero que brilla con científicos desperdigados por el mundo, que les pasan el trapo a los yanquis, a los alemanes, a los canadienses y a los chinos.

La que tiene sangre celeste y blanca, pero corre detrás del dólar.

Somos los sobrevivientes eternos, esos que cuando el Titanic se hunde, inventamos una canoa con tres clavos, un alambre y un pedazo de cortina del camarote, mientras que muchos ciudadanos del primer mundo se ahogarían en las aguas heladas como Jack.

Los que, con ese presente pálido, le podemos ganar el campeonato al equipo más poderoso, porque saldremos a la cancha y dejaremos todo.

Tenemos el peor panorama, hoy, con la pandemia de la muerte, en el año que corrió peligro nuestra vida, en los meses helados que se vienen.

Tenemos la memoria de los días felices, y de las tempestades más duras.

Tenemos problemas, estamos divididos, estamos enojados, estamos politizados, somos inmunes a las reglas, pero no al virus. Tenemos inconvenientes con la letra chica, con la trampa constante, y en el mundo nos miran mal, muy mal.

Y duele cuando sin querer queriendo, a veces, los de afuera, nos susurran “delicadamente lo mal que estamos”. Nos duele la Argentina, me duele la Argentina. Me duele el argentino, me duele en el corazón.

Pero siempre somos sobrevivientes. Creamos el dulce de leche, tenemos el Río de la Plata, el puente colgante, tenemos el acento cordobés y las ballenas en el sur. Lo tenemos a Messi, lo tuvimos al Diego, nos aman por Vilas y nos idolatran por Ginóbili o Sabatini.

El Papa se llama Jorge o Francisco y nació en Buenos Aires, una ciudad a la que se arrodillan al verla pasar París, Berlín, Madrid o Washington.

A los equipos europeos los dirige Pochettino, los cautiva el Kun Agüero, los enamoraba Di Stefano.

Tenemos a Borges y a Cortázar charlando en el Bar Imperio, Mafalda posa junto a la Biblia en la biblioteca de Alejandría, el alfajor supera a cualquier maza de Viena y el “Negro” Fontanarrosa nos ilumina el cielo de la guapísima cuna de la bandera. Cerati es la banda de sonido de toda América y el tango se baila cerca de Notre Dame.

Pero también, tenemos en el horizonte, una luz de esperanza, que se agiganta día a día.

Tenemos esta lucha. La de la pandemia, la que pronto llegará al final. ¡Créanme! ¡Falta menos! ¡Mucho menos! Estamos cerca del final. Estos, los de hoy, son los últimos vestigios de un naufragio llamado coronavirus.

Si no me creen, ubíquense exactamente un año atrás. Estábamos desorientados, aterrados, sin saber qué nos iba a pasar. Tejiendo teorías y construyendo hipótesis sin fundamentos.

Un año después, en el mundo ya hay distribuidas 1.215.571.386 dosis de vacunas y en Argentina, 10 millones de ellas.

Hay en el mundo un puñado de laboratorios que ya producen el antídoto para derrotar al virus y hay adn científico argentino en esos laboratorios. Vaya si lo hay.

Sólo nos restan unos meses de esta guerra que se hizo eterna. Estamos en la batalla final. La más dura, estamos agotados, pero muchos seguimos vivos y por nuestros muertos, no tenemos que dejarnos vencer.

Si en un año pasó todo esto, imagínense en un año más. Otros cientos de laboratorios producirán el remedio, y el Covid 19, será un cuento chino, doloroso, pero un cuento al fin, para contar a nuestros nietos.

Les pido, a cada argentino, desde mi humilde rol de comunicador social, que, sin banderas políticas, nos unamos. Hay que ser justos. Hay muchos países que dejaron a sus muertos en la calle. Argentina a ninguno. Este país, con sus defectos y virtudes, pelea con sus armas. Conozco y pisé países desarrollados y del primer mundo, que, sin una obra social, te dejan morir tirado en la vereda. No es el caso de mi país. Con los tres clavos, el alambre y la cortina del camarote, este país, construye una canoa para salvarnos de las aguas heladas y no morir en el naufragio.

Dejemos para otro momento, la discusión de que si el camino era tal o cual.

Hoy cuidémonos. En un rato llamarán a tu teléfono. Te dirán que tu vacuna te espera en el centro de salud más próximo y así, uno a uno, iremos subiendo a la canoa. La canoa de los sobrevivientes.

La canoa de los argentinos. La canoa de la raza que superó dictaduras, guerras, que se independizó de los ingleses y los españoles, la que ostenta el cerro de los siete colores, la del bello atardecer con el sol poniéndose en el mar de Monte Hermoso, la del Valle de la Luna y la cuna de los pingüinos en Madryn.

La Argentina del mejor asado del mundo, ese que los europeos hacen 12.000 kilómetros para venir a probar. La Argentina del Teatro Colón, del malambo del Ballet de mi pueblo, la Argentina de la bandera que lleva los colores del cielo. Mi hermana un día me dijo que era la más linda del mundo y recién ahí me dí cuenta que lo es.

Nos tenemos que dar cuenta. ¡Todos! ¡Juntos! ¡Unidos!

Falta poco, nada, cuidate, decile a tu pibe que no salga por un tiempito, que te puede contagiar, cuidate vos, cuidá a los tuyos, cuidanos, cuidalos, falta nada. El pinchazo final está cerca.

Pronto, muy pronto, recordaremos con dolor, pero mirando de lejos y con orgullo, que vencimos en esa batalla, la batalla del año en que vivimos en peligro.



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