Entrevista con Patricia Severín

Somos todos sobrevivientes del naufragio de la infancia

 
26-10-2021 | 19:56 |

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Patricia Severín asegura que "lo mío no es autobiográfico pero sí autorreferencial. ¿Qué quiero decir con esto? Que a veces tomo pasajes, circunstancias, anécdotas de mi vida y las voy, digamos, 'reciclando' para mi escritura". Foto: Gentileza


Enrique Butti


-En "Te quedan lindas las trenzas" una niña cuenta episodios de su infancia, y el primero de los muchos logros de la novela es el tono del habla para ese personaje que habla en primera persona. ¿Fue espontáneo o trabajoso el encuentro de ese lenguaje?

-El lenguaje de Lina me resultó totalmente espontáneo y fluido. Estuve muy cómoda escribiendo desde ese lugar; quizá se debió a que cuando comencé a construir la novela, mi nieta mayor tenía más o menos los años de la protagonista y yo conversaba mucho con ella. Además, hizo casi todos los dibujos que están en el libro y me dio algunas ideas para varios pasajes en los que tenía duda.

-Esa niña cuenta su infancia, con sus luces y sombras. Y a esta voz se suma otra que revela los pensamientos últimos de la niña y anticipa su futuro y el de algunos de los personajes que la acompañan, y ahí sí las sombras arrecian, quizás porque son las feas sombras que devastaron el país durante la juventud de la protagonista y sus hermanos, en los fatídicos y nada ideales años 70.

-Esta segunda voz sí que me dio trabajo. Necesitaba que alguien pudiese ver un poco más que Lina; entonces recurrí a esta forma de omnisciente que la acompaña, diciendo lo que ella aún no puede decir por sus pocos años. Quería encontrar el tono justo, y eso no fue fácil. En el último capítulo esta voz toma todo el espacio hasta llegar al desenlace. Los personajes, por edad, me daban muy bien para que hayan vivido en los años 70, y allí decidí que a dos de ellos les iba tocar sufrir la dictadura. No quise ahondar demasiado en sus vidas futuras aunque tuve muchísimas ganas de hacerlo. Vos sabés bien que, aunque no lo escribamos, conocemos todo acerca de los protagonistas. Pero me pareció mejor dar solo unas pinceladas de lo que pasaría en el futuro y dejarle el lugar a los lectores para que pudiesen llenar esos huecos que faltan.

-Sí, bastan esas sugerencias para imaginar todo… Lina, la protagonista, nos describe los conflictos y las insensateces y perfidias que la rodean. Sobrevive sin embargo a cada naufragio. ¿Ese es el sino de la infancia?

-Louis Glück dice: "Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria". Yo creo que somos sobrevivientes de lo que casi siempre ha sido un naufragio; después de la infancia, todo lo que nos resta por vivir es desenvolver el aprendizaje para que el bote de la vida quede a flote. Vamos sacando con un tarro pequeño el agua que se deposita dentro del bote en cada embestida de las olas. De una manera o de otra, somos el resultado de lo que nos tocó vivir allá lejos y hace tiempo.

-La pregunta inevitable: ¿cuánto hay de autobiográfico en la novela?

-Siempre digo que lo mío no es autobiográfico pero sí autorreferencial. ¿Qué quiero decir con esto? Que a veces tomo pasajes, circunstancias, anécdotas de mi vida y las voy, digamos, "reciclando" para mi escritura. En este caso yo no soy Lina, aunque hubiese podido serlo. Tuve, sí, una abuela a la que quise mucho y que fue la materna. Ella y el abuelo no vivían en el campo cuando yo era chica, pero sí cuando tuvieron sus hijos. A mi otra abuela –la piamontesa– la sufrí toda la niñez; vivimos en su casa hasta que yo cumplí catorce años; era una mujer arrogante y egocéntrica que sólo se quería a sí misma. Su marido, mi abuelo paterno, murió cuando nací. Pero yo necesitaba de ese abuelo para que fuese un contrapunto en el texto. Mi madre, por ejemplo, es el opuesto absoluto de Leandra: fui delineando un personaje contrario recordando cómo fue ella. O el ejército de las Marías, las empleadas domésticas de mi abuela piamontesa, que se nombran en el libro. En realidad, ella tenía una sola María, mala como la sarna, que era la que ejecutaba sus órdenes. A mi abuela, por cierto, le hubiese encantado tener un ejército de empleadas que la sirvieran, y le di ese gusto postrero, escribiéndolo. Me propuse también desarrollar el tema de la hermandad que es, la mayoría de las veces, un vínculo difícil, complejo.

-Hay, entonces, cuatro abuelos, todos muy distintos. Y hay un padre y una madre muy distintos; hay dos hermanos varones, nada fraternales; hay una tía enclaustrada en su locura. ¿Se trata realmente de una familia singular? O bien vistas (como Tolstoi dice de los matrimonios infelices dignos de ser contados) casi todas las infancias registran en el fondo el choque más o menos trágico con el mundo entero que encontrarán después?

-Exacerbé un tanto los rasgos de todos ellos porque el texto así lo requería para la tensión y para sostener el conflicto. Quizá yo veía, cuando era chica, todo mucho más exagerado de lo que era. Te doy un ejemplo: tuve una tía, que fue a su vez mi madrina, que sufría de bipolaridad (antes se decía que era "maníaca depresiva"). Ella se encerraba en la habitación –en el período depresivo– totalmente a oscuras, y un día escuché en un susurro de pasillo que se había querido suicidar. En verdad no sé si lo intentó, pero sí fui testigo de su muerte. Cuando estuvo mejor de su enfermedad (ya era una mujer mayor) se puso de novia. Una tarde estaba en la vereda con su novio (ella se volvía a su casa), y un auto chocó a una moto, la moto subió a la acera y la atropelló; pegó la cabeza contra el cordón y después de una breve convalecencia falleció. Y fue justo en el momento en que la vida –por fin– le daba un respiro. Ella en la novela es Trinidad.

Por otro lado, mi abuelo materno tuvo una hija, a principios del siglo pasado, cuando iban al norte a buscar tierras fiscales –se dice que fue de una india, que luego abandonó la pequeña–. Mi abuelo se la trajo y la crió su madre. Todos queríamos mucho a esta tía, pero nunca se hablaba de su origen. Era un hermético secreto. Estas son las cosas que dan pie a mi escritura. Mi familia es muy rica en anécdotas e historias, muchas disfuncionales, por cierto, pero que son las mejores para la literatura.

-La presencia fulgurante (y no pocas veces violenta) de la naturaleza, en la estadía de Lina en el campo de los abuelos piamonteses o en el viaje final que toda la familia hace a las cataratas del Iguazú, es una suerte de contrapunto a los desencuentros que parecen signar la vida de los seres humanos. Aunque ahí tampoco hay idealización, ¿no?

-No hay idealización de la naturaleza, pero sí belleza. Siempre estuve en contacto con ella: primero por mi trabajo en el campo, luego por elección; creo que en la naturaleza radica la verdad más profunda que tenemos que descubrir. Aun en los momentos tremendos, como en un tornado o un incendio, muestra la belleza detrás de su violencia, de su estallido. Algo está gritando, al igual que gritan los personajes. Me apenan las grandes ciudades y la gente que tiene que vivir en ellas. Soy feliz en los sitios donde se puede respirar aire puro, donde hay mucho silencio poca gente, y puedo sentirme conectada conmigo misma.

Presentación

El próximo 5 de noviembre, a las 20, en el Foro Cultural de la UNL (9 de Julio 2150, Santa Fe), se presentará "Te quedan lindas las trenzas", de Patricia Severín, de manera conjunta con la novela de Susana Ibáñez, "Mientras vence afuera la sombra".

Presentan ambas novelas Santiago Alassia y Franco Rosso, con la coordinación de Viviana Rosenzwit. Todo ello en el marco de los festejos de los 10 años de la editorial.

Temas: EL MIRADOR 
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