Entrevista a Juanjo Conti

Cinco minutos para viajar en el tiempo

Entrevista a Juanjo Conti, autor de Las lagunas (EMR, 2019) y Las iteraciones (Contramar, 2019).
08-07-2022 | 15:49 |

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Juanjo Conti. Foto: Gentileza.


Damián Pettinari


Si pudiera viajar en el tiempo le gustaría espiar de lejos a sus referentes literarios, Roberto Bolaño en los ‘80 y Philip Dick en los ‘60. Juanjo Conti, nacido en Carlos Prellegrini (Santa Fe), es autor de Las iteraciones (Contramar, 2019), una novela ambientada en un futuro en el que todo el mundo tiene sus cinco minutos para viajar en el tiempo. Conti además es ingeniero en sistemas y desarrolló el software de maquetación Automágica, con el que publicó su primera novela Xolopes (2014) y tres libros de cuentos, Santa Furia, La prueba del dulce de leche y Carne de los dioses. También publicó Las lagunas (2019), finalista del Concurso Regional de Nouvelle de Editorial Municipal de Rosario.

-Tenés un blog desde 2005. Vivió el auge y la caída del formato. ¿Qué significó para vos?

-Empecé mi blog en septiembre de 2005. En ese momento seguía varios blogs de programadores que admiraba y mi idea era imitarlos. Me atraía ese cruce entre divulgador cuasi científico y hacker capaz de las más oscuras hazañas tecnológicas. Ahora que lo pienso, teniendo en cuenta esta definición, podríamos decir que Isaac Asimov, con sus artículos de divulgación y los ensayos de El monstruo subatómico, fue el primer blogger.

Un buen día instalé WordPress, el software estándar de facto para llevar un blog por aquel entonces, en mi servidor y como primer post publiqué El derecho a leer, un cuento de 1997 escrito por Richard Stallman, que imagina un futuro distópico en el que compartir libros es malo y sucio, y leerlos cuesta mucho dinero.

A los dos días, me di cuenta de que debería haber empezado el blog de una forma más clásica y escribí una entrada titulada “El que debería haber sido mi primer post”. Ahí expliqué el término “post”, que es un término lindo y como todos, tiene su historia. Se remonta a los tiempos de los reyes, las princesas y los dragones. En la plaza del poblado había un gran poste, y cuando el rey quería comunicarle algo al pueblo, uno de sus servidores clavaba sobre él un papel. Posteaba la noticia.

-¿Cuáles son las influencias que reconocés a la hora de escribir?

-Esto varía con el tiempo. Me gusta creer que desde siempre me influencia Borges, lo leí por primera vez en la escuela secundaria, de la mano de nuestra profesora de Literatura, Sonia Bianciotto, y lo sigo leyendo con regularidad, a pesar de que en la literatura actual se lo busque más para víctima de parricidio que como guía tutelar.

Más adelante, en la facultad, gracias también a un profesor de Química, el ingeniero químico Oscar Abel Delgado y a un compañero y amigo, César Portela, leí mucho a Asimov. Era una ciencia ficción inocente, que años más tarde corrompí con otra que me interesa más, cuyo máximo representante es Philip K. Dick.

No fue hasta que terminé la facultad en Santa Fe y pasé de los intentos de escritura privada a mirar un poco hacia afuera que conocí la referencia obligada para alguien que intenta escribir en este sector del planeta: Saer. Como todos los que se acercan desprevenidos a su obra, se me pegaron sus temas y su sintaxis. Queda claro que esto no es ni meritorio ni valioso. Después de algunos años, creo que pude profundizar en su obra para tomar del autor de Nadie nada nunca algunos recursos menos superficiales y más enriquecedores.

Por último, voy a nombrar a Roberto Bolaño. Me fue revelado en los años de talleres literarios y me zambullí en la lectura de toda su prosa. En ella, encontré, y no soy original en esto, un español universal y una idea de obra que intento imitar.

-¿Cuánto tiempo trabajaste en Las lagunas? ¿Siempre la pensaste como una nouvelle?

-La idea de la novela se me reveló en un sueño. Una noche de 2014 me desperté con la imagen de un chico que escarbaba la tierra con sus manos y supe en ese instante que era el final de una historia. Se lo conté a mi esposa Cecilia y no pude volver a dormirme hasta que me levanté y bosquejé una docena de capítulos que desembocaban en ese final. Durante el resto del año, trabajé en expandir esos capítulos y ubiqué la historia en mi pueblo natal, Carlos Pellegrini. Usé algunos recuerdos para darle color y a mis padres, como personajes secundarios. Después guardé el material. Todavía no había terminado de escribir ninguna novela, aunque sí muchos cuentos, y la longitud se me había hecho difícil de manejar.

Durante 2017 asistí al taller de Francisco Bitar que se desarrollaba en Del otro lado Libros. Uno de esos miércoles vimos que en la puerta de la librería había un cartel que anunciaba un concurso regional de nouvelle de la Editorial Municipal de Rosario. Las bases estaban en la web y la longitud exigida se ajustaba a lo que yo tenía escrito y guardado en una carpeta de mi computadora. Así que llevé el material al taller y lo empezamos a trabajar. Reescribimos partes, reordenamos capítulos y definimos la estructura pendular que tiene la novela, entre dos historias paralelas que apenas se tocan, excepto en el final. Ese verano la envié al concurso y en marzo de 2018 me llamó Oscar Taborda, el director de la editorial, para decirme que Las lagunas había sido una de las obras finalistas y que la querían publicar.

-¿Cuánto hay de tu grupo de amigos de LugCOS en los personajes de Las iteraciones?

-Cuando escribo, me gusta usar para los personajes los nombres de algunos amigos o personas que conozco. No es que las personas sean los personajes, sino que los interpretan. Como si yo fuera un director de cine de bajo presupuesto y le pidiera a mis amigos que actuaran en mis cortos en lugar de contratar actores profesionales. Luego, arrastrados por sus nombres, algunos rasgos de sus personalidades o vivencias de sus pasados se filtran en los personajes. Encontré que esto ayuda a que sean más atractivos, menos planos; con sutilezas.

En el caso de LugCOS, el grupo de usuarios de Linux del que participé mientras viví en Carlos Pellegrini, tomé tanto de ellos como este recurso de escritura me lo permitió. No lo hago siempre; suelo ser más medido, lo dosifico. Pero en este caso, mis amigos tenían, en su realidad, tanta riqueza literaria que no pude resistirme: uno es un camionero que programa, otro un ex seminarista motoquero, otro un radioaficionado veterano, otro llegó a ser un filósofo de talla mundial.

-¿Cómo fue que decidiste programar Automágica, el software de maquetación?

-Durante mis primeros años de ejercicio de la escritura, cuando escribía solo cuentos, fantaseaba con tener un libro de mi autoría en papel. Creo que a todos les pasa al principio. Por supuesto, lograr la atención de una editorial es muy difícil para alguien que recién se inicia. Intenté una primera edición de autor, de esas en las que el autor paga, pero no me convencía el proceso de entregar el manuscrito y que se perdiera por un agujero de gusano hasta que del otro lado salía un libro. ¿Qué pasaba si quería cambiar algo en el medio? ¿Quién me aseguraba que mi cambio en el original llegara al libro en papel? Quería más control. Así que programé una herramienta cuya entrada es el manuscrito original de un autor y su salida, los archivos necesarios para enviar un libro a la imprenta. Si antes de que el libro se empiece a imprimir yo quería modificar algo, cambiaba mi “manuscrito”, apretaba un botón y el libro se regeneraba. Con ese software edité mi primera novela, Xolopes, y algunos libros de cuentos que no tenían otro fin que el de mejorar la herramienta. Después tuve la posibilidad de ser editado y la experiencia fue superadora a la de ser el único encargado del libro. Pero el software seguía ahí y podía usarse para editar libros de otros. Entonces, se me ocurrió que Automágica, además de un programa, podía ser una editorial. Pero editar a otros no me resultó tan fácil como pensaba que iba a ser y el proyecto habría desaparecido si no se hubiera sumado Sofía Storani, quien no solo trabaja con los textos, ya que es profesora de Letras, poeta y editora, sino con el software. Aprendió a usarlo mejor que nadie y logró que haga cosas para las que yo no lo había diseñado.

-¿Cómo se relaciona el trabajo de programador con el de escritor?

-Es lo que Guillermo Martínez llama “ampliación del campo de batalla”. En mi caso, llevar elementos de la programación a la escritura. Tengo poemas escritos con palabras reservadas de lenguajes de programación, hablé sobre el oficio en poemas, cuentos y novelas y hasta me sirvió de material para un ensayo en el que comparo ambas actividades. Intento que esta área del conocimiento en la que me formé, mientras otros escritores en potencia leían a los clásicos rusos o descubrían a los poetas beatniks, me dé algún diferencial ante un posible lector.

Las lagunas: la novela que se reveló en un sueño

La novela corta se estructura alrededor de un acontecimiento intenso, singular y cerrado, algo que no se termina de comprender. En Las Lagunas un secreto articula la trama, Conti parte del género policial para construir hábilmente una historia de ciencia ficción. El caso policial a cargo de la oficial Dana Carrique se origina por un “acontecimiento”, la aparición de una calavera humana en una de las lagunas de la zona que rodea al pueblo de Carlos Prellegrini.

Narrada en tercera persona, la nouvelle tiende dos líneas argumentales, en una Dana Carrique investiga un caso difícil, que ofrece pocas pistas y muchas dudas. En la otra línea conocemos a Matías Miglioratti, un chico del pueblo, algo retraído. Asistimos a su cotideaneidad, en los días en que conoce a Leandro, su primer amigo. Ambas líneas argumentales, lentamente, van a confluir en un desenlace bien elaborado que cierra la narración pero deja preguntas abiertas.

Las iteraciones: viajes en el tiempo, activismo hacker y software libre

Las iteraciones, su segunda novela, encuadrada dentro del género de ciencia ficción, está ambientada en un futuro en el que todo el mundo tiene sus cinco minutos para viajar en el tiempo. Un grupo de viejos hackers se pone al servicio de una organización guerrillera, el objetivo: obtener el dinero suficiente para que uno de ellos vuelva 24 horas al pasado y recupere a un viejo amor.

“Llamamos ‘Iteración’ a la realidad que se genera luego de un viaje en el tiempo. Si antes de mi viaje estábamos viviendo en la iteración N, ahora estamos en la iteración N+1.” se nos explica al comienzo del libro. Si bien en la literatura los viajes en el tiempo son un tópico ampliamente explorado, empezando por el clásico El fin de la eternidad de Isaac Asimov, no deja de ser interesante leer acerca de viajes en el tiempo realizados en la provincia de Santa Fe.

La novela, narrada mayormente en primera persona, comienza con una breve explicación acerca de la publicación del paper científico que originó el desarrollo de los viajes en el tiempo. La lectura es ágil, pese a que la utilización de cierta terminología informática puede dificultar el camino fuera del mundo geek.

Más allá de la premisa original, los viajes en el tiempo, la novela habla apasionadamente acerca del activismo hacker y el movimiento del software libre. Los giros en la trama, bien planeados, y la absorbente modificación de las líneas temporales son sus aspectos más destacados.



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