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16-10-2019
Una obra para pensar un país

“El Farmer”, en busca de una identidad patria clandestina

“El Farmer”, en busca de una identidad patria clandestina
El domingo a las 20, en La Vieja Usina, Gregoria Matorras 861, se presentó “El Farmer. Teatro del destierro”, una obra de extrema intención poética, que roza los puntos más sensibles de la ya trágica historia argentina. El guión es una adaptación de la novela de Andrés Rivera. Actúa, Zelmar Aulet; dirige, Augusto Carballal.

«¿Le hablaron a usted de un lugar llamado Destierro?» interpela desde el escenario el General Juan Manuel de Rosas. El mismo que condujo los destinos de la Confederación Argentina con "orden y justicia". Aquel que, al decir de Sarmiento, hacía el mal sin pasión, renace en la obra de Andrés Rivera, se sube al escenario entrerriano, nos mira a los ojos e inquiere: «Soy, aún sólo, Juan Manuel de Rosas. Invoco, nombrándome, lo que la Patria me debe».

La apuesta del grupo Arial 14, busca recrear la profundidad de uno de los textos más potentes de nuestra literatura nacional. En la personificación de Zelmar Aulet y bajo la dirección de Augusto Carballal, cobra vida en nuestra escena provincial una obra de extrema intención poética que roza los puntos más sensibles de la ya trágica historia argentina.

«¡¿Cómo que la población y el paisanaje están hartos de desangrarse en guerras que de pronto, han dejado de entender?!», exclama con indescriptible actualidad un Rosas en el exilio, para concluir con denunciante desdén: «quien gobierne podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos».

La obra dialoga con el corazón de la entrerrianía, tensionando al extremo con la visión de "el gaucho Urquiza" y del "Sr. Sarmiento", mientras sobrevuela el espectro lívido de la derrota en los campos de Caseros.

Un texto con resonancias

La figura de Rosas es, entonces, una excusa para pensar nuestra enrevesada historia, pero también para asomarnos a un debate humano aún más trascendente: por más esfuerzo que hagamos, el ocaso sobrevendrá. Y en la soledad de la conciencia nos visitarán rostros, voces, situaciones y personajes que incluso creímos olvidados.

Es la posibilidad extra que ofrece un material tan bien producido como el de Andrés Rivera. Porque “El Farmer” no es una novela histórica. Es otra cosa. Por supuesto que es una novela (y una de las más grandes, aunque breve, de la literatura en castellano de las últimas décadas), pero no es histórica. A pesar de que el general Rosas narre en ella parte de su vida. O por eso mismo: porque la narra Rosas y no un narrador omnisciente. Y porque su relato se centra sobre todo en lo que tiene más que ver, como diría Camus, con la vida que con la historia. No le interesan a Andrés Rivera ni la sucesión de datos, ni los acontecimientos marcados en el almanaque como fundamentales, ni la realidad. Sí le interesa la verdad, la que él mismo construye a partir de "la exploración de lo circundante".

Cuando en 1996 se publicó “El Farmer” en Argentina, su autor declaró que había utilizado la primera persona para no juzgar, y para "tratar de comprender". La narración inconexa, y a ratos poética y turbia, de Rosas no trata de la historia, sino más bien de otros temas, los que en realidad siempre han interesado a Rivera: el sexo y la muerte; Argentina y los argentinos ("Quien gobierne", escribe Rosas-Rivera, "podrá contar, siempre, con la cobardía incondicional de los argentinos"); la Internacional de Trabajadores y un Marx, aunque innombrado, que vive en la misma Inglaterra que Rosas; y la propia escritura, es decir, la novela: "El señor Sarmiento y yo somos los dos mejores novelistas modernos de este tiempo", proclama el Farmer, que a lo largo de su relato convocará varias veces al autor del Facundo, escrita igualmente en el exilio, como contrapunto de su propia historia, como narrador de otra historia que también, de algún modo, protagoniza Rosas. Si Sarmiento escribe su obra "para no morir", como interpreta el propio Rosas, éste nos cuenta la suya como si pretendiera ajustar cuentas con el pasado. No para pedir perdón, lo que hace su relato aún más interesante: no hay lugar aquí para el patetismo.

Diversas miradas

También Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna revitalizaron esta propuesta que, como se dijo, está basada en la novela homónima de Andrés Rivera en la que un Juan Manuel de Rosas viejo, exiliado y que avizora su muerte es visitado por los fantasmas de la juventud y las disputas políticas que encarnó en el Río de la Plata.

"Al montar la obra, nuestro objetivo no es estrictamente político-histórico sino que nuestro objetivo central es teatral, tomamos esta figura porque es muy atractiva, muy contradictoria, porque en ella se cruzan muchas cosas", destaca Audivert.

"Es una obra que habla de la tragedia de este ser histórico que fue arrojado al destierro y todo lo que ahí puede reflexionarse en esa metáfora que también es una metáfora de la vejez, del cuerpo que ya ha dejado de servir a los fines históricos, del padre mismo y donde se juegan una serie de asociaciones que pueden ir del Rey Lear a todas las asociaciones políticas ligadas a lo nacional y popular", comenta Audivert.

En la adaptación teatral hay un Rosas viejo que enfrenta su último día de vida, a cargo de Audivert y De la Serna interpreta al Rosas mítico, joven, "el cuerpo que va a quedar en la inmortalidad".

– ¿Qué elementos se privilegian y cómo se encara la adaptación de una novela como "El Farmer" a la escena teatral?

– La clave para la adaptación teatral de "El Farmer" fue volver federal el concepto de identidad, sacarlo de su concepción unitaria, hacerlo vibrar poéticamente. Para ello inicialmente dividimos en dos el cuerpo de Rosas, el biológico, que se está muriendo esa noche en Inglaterra y el mítico que nace esa noche a la inmortalidad. A su vez hay otros niveles de identidad fantasmal que se desatan y que nuestros cuerpos de actores representan. El teatro trata de hacer restallar la estructura sagrada de la presencia individual y colectiva en múltiples versiones que conviven en un punto: la escena, el personaje, y que alcanzan así su valencia metafísica.

– ¿Han verificado alguna hipótesis previa a esta puesta con el desarrollo de las funciones desde el estreno hasta las distintas giras que realizó?

– Sí, hemos comprobado que el público agradece un planteo poético teatral que se inscribe en lo nacional. Un teatro que desenfoque de esa mirada unívoca al respecto de la identidad y la pertenencia y la estalle poéticamente. Rosas es una excelente máscara para proyectar esa mirada sobre nosotros, sobre lo argentino, Rosas es la identidad clandestina de la patria y desde ella podemos prismar nuestra visión sobre nosotros mismos como nación, salirnos del libreto oficial que nos condena a una identidad alienada y sometida.


 



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