Homenaje

"El Potro", joven y soltero

 
03-04-2021 | 20:45 |

Foto:Revista Risario 1983
Ariel Gustavo Pennisi
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El viernes 2 de abril, la famosa esquina de Cochabamba y Entre Ríos de la ciudad de Rosario, amaneció por primera vez en más de 30 años con su bandera Argentina a media asta. El emblemático barrio del Abasto estaba de luto por la partida física de su prócer Jorgito, "El Potro".

En las presente líneas, recuerdo y evoco mi primer encuentro con el popular almacenero.

Maradona me debe un yogur

Frecuentemente caminaba las calles del barrio del Abasto con mi amigo de toda la vida, José Barracos. El fue testigo de mi encuentro con Salvador Saggar, alias Jorgito, el hermoso, El Potro joven y soltero.

Nuestro encuentro con "El Potro" podemos decir que fue por casualidad, necesidad o curiosidad. Cualquiera de las causas pueden soldarse al inicio de la experiencia devenida en anécdota. Por aquellos años 90, Jorgito ya era un hombre grande con tintes mas de poeta que de comediante, de gran fama en el abasto aunque poco conocida por nosotros mas allá de la vislumbrante atención que sus epígrafes reflejaban en los pizarrones de la famosa esquina de Entre Ríos y Cochabamba.

Según cuentan los relatos barriales, el mercado que albergaba frutas, verduras y todos tipos de productos necesarios para el hogar, tenía más de 25 años de existencia. El Potro era un maestro del oficio. Había logrado generar un estilo propio que confluía el arte de la comedia y la narrativa en completa armonía con el rol de comerciante. Su comercio, que ocupaba la ochaba izquierda, estaba sabiamente decorado no solo por los pizarrones que regalaban a diario algún aforismo al barrio, sino por las verduras del día, perfecto cóctel que convertía su esquina en un oasis de historias que invitan a ser evocadas una y otra vez con la peligrosidad del ramal indescifrable que solo pueden ofrecer el extravío de la posibilidad como relato. Pero me animo al desafío de orientarme en el recuerdo de aquel primer encuentro evitando las casi irresistibles tentaciones propias de las anécdotas a contar que el oasis ofrece.

Salgo de él y me centro en aquella tarde donde me encontraba con Barracos en carencia de biromes. Sigo los consejos de mi guía y amigo entrando al mercadito. Lo cierto es que poca pinta tenía el lugar de vender insumos de librería. La inexpresiva mirada de Salvador se fijo en las ya incrédulas esperanzas de quien escribe. No obstante, mis ojos debieron agrandarse segundo a segundo alimentados por el asombro provocado por las fotografías de Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Moria Casan que decoraban el mostrador. Todas celebridades abrazadas a El Potro. Por supuesto que él miraba de forma inmutable, a punto de rajarnos a patadas en el or.. si rápidamente no comprábamos algo. La foto que más me llamaba la atención fue la del joven Chespirito. ¿Qué carajo hacia el Chavo en ese lugar?

Estaba claro, yo era un pichón ante semejante figura. Mire su cara, adornada por una birome en su oreja. Necesito una, atiné a decir. Me miró estudiando cada una de mis palabras, no sé si se percató de la presencia de Barracos, estimo que sí. Jorgito era de los tipos que no dejaban detalles al azar. Gran observador, siempre listo para la intervención artística que rompa cualquier tipo de estructura fantasmal. Tomó su birome, aquella que adornaba la oreja izquierda, la destapo e hizo un garabato en el más minúsculo de los papeles del mostrador, “tomá flaquito, son dos pesos”. Era una estafa, dos pesos eran por aquel entonces dos dólares. Dos dólares una birome. Está claro que no pude decir que no y pague sin dudar mi rol de víctima de aquella estafa.

Con miradas mas relajadas, le pregunté sobre las fotos. Fue entonces donde dijo incorporando a mi compañero en la conversación, “pibes esas fotos son mis tesoros existenciales, más que el negocio. Tengo una que no la expongo, pero ustedes me caen bien, se las voy a mostrar”. Entonces saco aquella imagen del cajón del mostrador, aquella que deslumbraba por si sola. El estaba espléndido, sonriente, con la sonrisa que nunca le vi en sus democráticos gestos. Ahí estaba la receptora sonrisa de todo tipo de galanterías habida y por haber, con sus lentes de sol Ray Ban, abrazándolo a el. No pude más que mirar a Barracos con los pulmones carentes de oxígeno, ¿es él ? Pregunté. Ese petiso, ¿es él?, “si, vino en los ochenta, así como lo ven en la foto, en cuero, short azul y ojotas, era la hora de la merienda. Se había olvidado la billetera y necesitaba un yogur. Estaba con una mina, en la casa de ella, acá a la vuelta. Me dijo después te lo pago. Lo estoy esperando, me debe un yogur”.

Aquel día entendí el valor de las historias convertidas en anécdotas...

Hoy, a la edad de 86 años, la presencia de Jorgito sigue siendo soberana en el barrio. Para algunos vecinos funciona de acicate, para otros de recordatorio o abastecedor de biromes. Espera ansiosamente que su cliente vuelva y le pague el yogur que le debe. Mi amigo José Barracos y quien escribe Gustavo Infante, también esperamos el día que Maradona vuelva por el barrio del Abasto.

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