“De chico iba a una biblioteca pública cerca de mi casa en Vicente López donde saqué todos los libros de aventuras de la Colección Robin Hood, y en mis cumpleaños les pedía a mis padres, abuelos y tíos que me regalaran libros” confiesa Roberto Herrscher. Foto: Gentileza.
Gisela Mesa redacció[email protected]
Periodista especializado en cultura, sociedad y medio ambiente, y profesor de periodismo. Estudió sociología y teatro en Buenos Aires, periodismo en Nueva York y reporterismo ambiental en Berlín. Es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad de Columbia. Desde 1998 vive y trabaja en Barcelona, donde dirige y enseña en el máster en Periodismo BCN-NY, organizado por la Universidad de Barcelona y la Universidad de Columbia en Nueva York. Autor de Periodismo narrativo y del relato de no ficción Los viajes del Penélope. Mirador Provincial dialogó con el escritor, periodista sobre sus comienzos, y sobre el lanzamiento de su libro Crónicas bananeras (Editorial Tusquets). Además de un gran consejo a los estudiantes de esta bellísimo y complicado oficio que es el periodismo.
Comienzos literarios
-¿Podrías explicarnos cuándo y cómo se despertó en vos la vocación literaria?
-Suena a frase hecha, pero creo que desde siempre. Cuando aprendí a leer me atrapó el mundo de los libros. De chico iba a una biblioteca pública cerca de mi casa en Vicente López donde saqué todos los libros de aventuras de la Colección Robin Hood, y en mis cumpleaños les pedía a mis padres, abuelos y tíos que me regalaran libros. Me ayudó que vengo de una familia de lectores ávidos, que no quiere decir que todos leían muchos libros, pero sí que los leían con pasión. De todos quiero resaltar ahora a mi abuelo, Pepe Rovira, un catalán inmigrante que no tenía educación formal más que la básica, pero que era un gran lector y contador de historias. Y desde chico escribía cuentos que imitaban las aventuras que leía. Por eso tal vez sigo escribiendo relatos de viajes.
Escritores preferidos
-Todo escritor tiene uno o varios escritores preferidos, ¿podrías confesarnos cuáles son los tuyos?
-Me parece que todos los que escribimos tenemos dos listas de autores preferidos: los que nos gustan, aunque no tengan nada que ver con lo que escribimos, y los que nos sirven como modelo o ejemplo para nuestro camino. De los primeros, los poetas y dramaturgos. Me encantan los poetas españoles de la exaltación del sentimiento y la lucha social, la generación del ’27: Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti. ¡Qué magia con las palabras! Y de los dramaturgos, me fascina el contar historias solo con las voces de personajes, y que puedan habitar y hacernos reales y queribles personajes opuestos, enfrentados. Henrik Ibsen, August Strindberg, Luigi Pirandello, y sobre todo William Shakespeare, una fuente inagotable. Para mi trabajo, los cronistas de los que saco métodos y lecciones, muchos de los cuales están en mi libro Periodismo narrativo: Ryszard Kapuscinski, George Orwell, Gabriel García Márquez y los argentinos de ayer (Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez) y de hoy (Leila Guerriero, Martín Caparrós, Josefina Licitra). Me encanta aprender de los cronistas más jóvenes que yo, como Javier Sinay, Ernesto Picco, Federico Bianchini o Victoria de Masi.
Sensaciones en la escritura
-¿Sufrimiento, placer? ¿Cuál de estas sensaciones experimentás a la hora de escribir?
-Las dos a la vez. Para mí no hay un texto que valga la pena sin gozarlo y sin sufrirlo. Hay mucho de trabajo duro, de “picar piedra”, de dar vueltas hasta encontrar la frase que queremos. No perfecta, pero la que nos deja satisfechos. Y el gozo son momentos, cuando encontramos algo, cuando escribimos una frase, la miramos y nos parece que pusimos un huevito de oro.
Crónicas Bananeras
-Cuéntanos por favor la génesis de tu libro Crónicas Bananeras ¿Cómo se fraguó?
-Como en otros de mis libros (por ejemplo, Los viajes del Penélope, también publicado por Tusquets) parto de una pregunta, un contraste, algo que no me encaja. Creo que lo que tenemos seguro e inamovible no produce una investigación periodística de las que remecen prejuicios, te hacen cuestionar lo que pensabas, te dan nuevas herramientas para entender la realidad. En este caso, parto de dos aparentes contrastes: uno, por qué los que vivieron la época bananera en las plantaciones la recuerdan mayormente con nostalgia, con gratitud, mientras que los investigadores y escritores la ven como un infierno sin paliativos. Esto me sumerge en los caminos de la memoria. La otra, porque entre los que quieren mejorar las condiciones de vida, ambientales, laborales, en la zona bananera hay una lucha profunda. Encontré en la “república bananera” el campo ideal para estudiar y contar los caminos radicalmente distintos entre los reformistas y los revolucionarios, los que quieren mejorar las cosas desde adentro y los que quieren cambiarlas desde fuera. Ambos dilemas me llevaron a tomar las plantaciones bananeras como ejemplo de las luchas por el pasado, el presente y el futuro en América Latina allí mismo donde se empezó a formar la conciencia del continente.
-¿Qué tiene esta historia que te atrapó?
-Empecé a soñar este proyecto en el año 2000. El último capítulo es la escena en la que me “cayó la moneda”, cuando me di cuenta de que este era el libro que quería escribir. Yo llevaba ya siete años transitando el territorio bananero, desde que llegué a dirigir las publicaciones de medio ambiente y población en la central latinoamericana una agencia de noticias internacional, en San José de Costa Rica. En total, son dos décadas dándole vuelta a este libro, que es muy importante para mí. Tal vez porque me resultó, junto con atrapante, muy difícil de investigar y de escribir. Los años centrales de mi investigación fueron de 2008 a 2012, cuatro años en los que dediqué todas mis vacaciones y viajes a investigar, leer, entrevistar, escribir, pulir. La versión que presenté a Tusquets era demasiado larga, como una enciclopedia, con problemas de orden y de síntesis. Me rechazaron esta versión. Dejé el proyecto para dedicarme a otros libros, al trabajo universitario y periodístico (nunca tuve un semestre sabático para poder dedicarme solamente a esto). En cierta forma, la pandemia de 2020 fue una bendición para este proyecto: volví a ver todo lo que tenía y después de leer a autores que me abrieron los ojos sobre cómo debía encararlo, lo rearmé con la ayuda invalorable de mis editores de Tusquets Colombia, y en un año más avancé paso a paso en esta versión que sí me satisface, que creo que logra plasmar lo que quería decir de los temas complejos y los personajes fascinantes que encontré en este
camino.
-¿Y dónde puede adquirirse Crónicas Bananeras?
-El libro salió en Tusquets, que es la gran editorial catalana que publica, entre otros, a uno de mis autores preferidos de no ficción narrativa mezclada con ensayo: Javier Cercas. Estoy feliz porque, además de la enorme admiración por esta tradicional editorial de libros de calidad, es mi primera casa editorial. En 2007 publiqué en Tusquets Argentina Los viajes del Penélope, que es otro viaje a la memoria y reflexión sobre otro de los grandes dramas de la humanidad y de nuestro continente: la guerra, la muerte, la valentía, el peligro, el odio, el acercarse a la historia y la mirada del “otro”. En ese caso, el personaje que viaja al pasado para entender el mundo soy yo mismo: el Penélope es el barco en el que yo pasé gran parte de la Guerra de las Malvinas. En Crónicas bananeras, mi principal personaje es un hombre aparentemente muy distinto a mí, pero que en el transcurso de un viaje que emprendemos juntos desde su pueblo en Nicaragua hasta la zona bananera y el lugar donde vivía cuando lo entrevisté, encontré, y espero que encuentren también los lectores, muchos elementos de identificación. En los próximos meses, además de Colombia, se imprimirá en Argentina. Por ahora, se puede encontrar en toda Latinoamérica en Mercado Libre y a través del buscador Buscalibre.com.ar. Sé que ya lo compraron en Buenos Aires por esa vía.
-Si tuvieras que publicitar tu libro en 4 o 5 líneas, ¿qué dirías?
-¡Uy! Te pido el doble, como dos tweets: Crónicas bananeras cuenta la historia de la United Fruit Company, la productora, exportadora y vendedora de bananas (llamadas bananos o plátanos en algunos países), que dominó la política en Centroamérica y el Caribe, afectó profundamente el territorio, las prácticas laborales y la salud y se convirtió en un símbolo del poder de las multinacionales y del imperialismo de Estados Unidos en Latinoamérica. Lo cuenta en dos relatos paralelos: por un lado, la vida de la compañía desde su propia visión, la de sus críticos y la de los fascinantes escritores de “novela bananera”. Por otro, la saga de la familia de un peón bananero, inmigrante nicaragüense en Costa Rica, y de su hija, arqueóloga lúcida que vuelve sin buscarlo al territorio de su padre. Muestra este mundo desde lo macro y lo micro, desde lo íntimo y lo estructural.
El periodismo de hoy
-Una pregunta que siempre es clisé, pero tan necesaria, ¿Cómo ves el panorama del periodismo en el mundo?
-Jajaja… Bien y mal. Nunca como ahora hubo tantos y tan buenos periodistas. Tienen muchas lecturas (en internet hay muchísimo más que lo que yo tenía a mano en el Buenos Aires de los ochenta), y también mejoró mucho la formación que dan las universidades y la posibilidad de cursos y talleres con maestros generosos. Obvio que hay carreras y profesores malos, como siempre, pero creo que hay mucho de donde elegir si un joven quiere convertirse en periodista. Y hay herramientas que da la tecnología actual que te ayudan a conseguir información, fuentes, y presentarlo con herramientas muy atractivas. Pero hay muy poca plata para el buen periodismo: la publicidad se fue a los gigantes tecnológicos, el público no paga, y hay pocos medios que hoy pagan por lo que realmente vale hacer, por ejemplo, una nota de investigación o una crónica que quedará en la memoria y cambiará la visión de un tema. Confío, o quiero creer como optimista que soy, que este producto, el buen periodismo, encontrará una forma de ser financiado después del doble desastre de la caída del periodismo de pago y de la publicidad. Por eso creo que hay una crisis, que espero que sea temporal, en la economía de los medios, pero hay un hambre de buen periodismo no satisfecho y una enorme cantidad de excelentes periodistas para alimentar a ese público insatisfecho.
-Hablando de vos… ¿Recordás el primer libro que leíste? ¿Y la primera historia que escribiste?
-En cada una de mis épocas “nací” como lector. Recuerdo cuando leí Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, y me parecía que no podía existir nada mejor que esas novelas de aventuras. En la adolescencia, mi papá me regaló el primero de muchos libros de su ídolo, Hermann Hesse, Siddharta. Y me abrió la cabeza a una posibilidad de escribir sobre un camino y un cambio interior, no exterior, como las aventuras que leía antes. Y ya en el primer año de universidad leí Cien años de soledad y Rayuela… y me revelaron un mundo literario más complejo, en el límite de lo que yo era capaz de comprender. Ya tenía 24 años cuando entré a trabajar en el Buenos Aires Herald. Y recuerdo la primera vez que hice una crónica de una marcha de las Madres de Plaza de Mayo. Traté de transformar lo que yo sentía en imágenes, sonidos, olores, lo que llegaba a mis sentidos. Tenía un gran editor, un tipo muy modesto, que no figura ni siquiera en los libros sobre los héroes del Herald que se enfrentaron a la dictadura, porque era un editor en las sombras: Michael Soltys. Pero Michael me enseñó a no contar lo que yo sentía sino a hacer, a través de la historia que contaba, que los lectores lo sintieran.
De amor y de letras
-¿El primer amor que te llevó a escribir alguna carta o prosa?
-¡Me pongo colorado! Yo era un chico extremadamente tímido. En toda la secundaria miraba a las chicas que me gustaban y no me atrevía a acercarme. Mis compañeros iban a bailar y a mí me daba pavor. Al terminar la secundaria hice un viaje de mochilero a Brasil con un grupo de la Asociación Cristiana de Jóvenes (que no tenía nada de religioso, era un grupo de deportes y campamentos), y empecé a salir con mi primera novia, Carolina. Volvimos y entré al servicio militar. Era abril de 1981. Desde la instrucción naval en Puerto Belgrano le escribía cartas apasionadas. Cuando estaba por terminar la colimba, me mandaron a Malvinas. Yo realmente sentía en las cartas que le escribí desde allá que cada carta podía ser la última. Describía todo el paisaje, contaba anécdotas con mis compañeros, le decía que la quería y le pedía que si me moría en la guerra, que nunca me olvidara. ¡Qué vergüenza! Ella era poeta, escribía canciones, cantaba muy bien, descubrimos juntos el cancionero de esa época, desde Silvio Rodríguez y Serrat hasta el rock nacional. Siento que esas cartas no son tan malas, leídas ahora, porque no eran solemnes, era la prolongación de nuestras charlas eternas en voz bajita en su pieza en la casa de sus padres, que eran más “modernos” y nos dejaban dormir juntos. Ella estaba en quinto año del secundario. Nos encontrábamos y ella tenía guardapolvo blanco de colegio público, y yo mi traje de marinerito de la colimba. Lo cuento y siento que estuviera hablando de otro…
-Se sabe que el periodismo es un oficio complicado, ¿Qué obstáculos te tocó sortear a lo largo de tu carrera?
-En mi caso, de ninguna manera me pongo como ejemplo de nada, siento que nadie me puso palos en la rueda. Lo que no hice, fue porque no me animé, no trabajé más duro, no tuve más ambición cuando era más joven. Trabajé demasiados años en proyectos de otros, que es lo que nos pasa a muchos periodistas que no tenemos la claridad de buscar desde el comienzo nuestro propio camino. Soy hombre, soy blanco, nací en una clase media alta acomodada. Sería muy caradura si dijera que tenía obstáculos. Yo mismo fui la razón por la que no hice más. Es una droga muy potente que te digan que tu trabajo es útil para el medio o la empresa para la que trabajás. Y te quedás ahí. Tuve que tener 33 años y una carrera de servicio hecha, para lanzarme a escribir con mi propia voz, mi propio estilo, buscar un camino que combinara mis años de periodista, mi estudio de sociología y lectura de los teóricos y de estudios de la realidad del mundo, y mis amores de siempre en la literatura. Empecé a leer, enseñar y escribir sobre periodismo narrativo, y al mismo tiempo, me lancé a contar la historia de Los viajes del Penélope, mi propia guerra que tenía atragantada. Desde entonces no paré.
-¿Cómo se sortea la ilusión de un periodismo investigativo denunciante frente a una realidad en la que el periodista trabaja sin poder expresar su ideología?
-Un escritor o activista debe encontrar canales para expresar su ideología. Pero un periodista no está para eso, sino para investigar, contar, denunciar hechos, presentar personajes y lugares, contar historias… y que los lectores saquen sus consecuencias. Ahora voy a sonar como el viejo que soy, pero en la era de las redes sociales, hay muchos otros canales por las que los periodistas, como ciudadanos concienciados, pueden expresar, exponer y defender su ideología. Y también hay medios, aunque como decía se cierran unas puertas, pero se abren otras. Lo grave es que te censuren historias, relatos, fuentes, datos. Eso pasa, lo sé, y no hay que transar. Buscar el medio o si somos freelance, varios medios donde podamos contar las historias que nos parece que deben ser contadas. Controlar, fiscalizar, decir la verdad sobre el poder y los poderes. El ejemplo para mí sigue siendo Operación masacre. Ahí Walsh no “expresa su ideología”. Cuenta lo que sucedió y lo que está pasando, y da voz a los sin voz. Incluso en la época en que lo escribió, muchos de sus personajes eran peronistas y él no lo era. Ese texto perdura porque es una denuncia a las violaciones a los derechos humanos, no porque exprese una ideología. Como decís, es muy difícil trabajar en un entorno censurador. No porque te impidan expresar tu ideología, sino porque te imponen la del medio, los dueños, los censores. La historia que cuenta Henriqueta Muñiz en su diario de cómo hicieron y cómo publicaron Operación masacre es ejemplo de las batallas que hay que luchar. Muchos lo rechazaron o lo quisieron cortar. Esa batalla continúa. Hay que darla todos los días.
-¿Cómo periodista y profesor qué consejos le da a los estudiantes de periodismo?
-Que lean. Que busquen voces nuevas, que encuentren con mucho trabajo su propia voz, que se relacionen con compañeras y compañeros de ruta que estén en el mismo camino con honestidad y trabajo duro. Que salgan a la calle y hablen con mucha gente, con gente que no piensa como ellos y que vive vidas distintas. Que no teman arriesgarse y cometer errores. Que aprendan de los errores. Como decía María Elena Walsh: “laburá, cachá los libros”.
Lo que se viene
-¿Proyectos a futuro?
-Acabo de entregar un artículo para una revista científica sobre el papel de la prostitución en la crónica y la novela del Cono Sur. Ahora tengo una montaña de trabajos de alumnos de cinco cursos para corregir. Apenas termine tengo que escribir la introducción de un libro en el que trabajo hace tres años con un historiador: el tercer tomo de la antología de la crónica periodística chilena. Y para otro libro, en inglés, un artículo sobre un cronista chileno al que admiro por su osadía y originalidad, Rodrigo Fluxá, que es poco conocido fuera de su país. Y estoy dándole vueltas a mi próximo libro. Lo veo como otro viaje a la memoria, que cierre una trilogía con Los viajes del Penélope y Crónicas bananeras. No puedo estar sin tener un libro en proceso… Y vivir, amar, gozar, disfrutar de la vida. El año que viene se cumplen 40 años de esa guerra donde yo creía que iba a morirme a los 19. Lo pienso y me da más ganas de aprovechar cada momento de felicidad.
Periodista especializado en cultura, sociedad y medio ambiente, y profesor de periodismo. Estudió sociología y teatro en Buenos Aires, periodismo en Nueva York y reporterismo ambiental en Berlín. Es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad de Columbia. Desde 1998 vive y trabaja en Barcelona, donde dirige y enseña en el máster en Periodismo BCN-NY, organizado por la Universidad de Barcelona y la Universidad de Columbia en Nueva York. Autor de Periodismo narrativo y del relato de no ficción Los viajes del Penélope. Mirador Provincial dialogó con el escritor, periodista sobre sus comienzos, y sobre el lanzamiento de su libro Crónicas bananeras (Editorial Tusquets). Además de un gran consejo a los estudiantes de esta bellísimo y complicado oficio que es el periodismo.
Comienzos literarios
-¿Podrías explicarnos cuándo y cómo se despertó en vos la vocación literaria?
-Suena a frase hecha, pero creo que desde siempre. Cuando aprendí a leer me atrapó el mundo de los libros. De chico iba a una biblioteca pública cerca de mi casa en Vicente López donde saqué todos los libros de aventuras de la Colección Robin Hood, y en mis cumpleaños les pedía a mis padres, abuelos y tíos que me regalaran libros. Me ayudó que vengo de una familia de lectores ávidos, que no quiere decir que todos leían muchos libros, pero sí que los leían con pasión. De todos quiero resaltar ahora a mi abuelo, Pepe Rovira, un catalán inmigrante que no tenía educación formal más que la básica, pero que era un gran lector y contador de historias. Y desde chico escribía cuentos que imitaban las aventuras que leía. Por eso tal vez sigo escribiendo relatos de viajes.
Escritores preferidos
-Todo escritor tiene uno o varios escritores preferidos, ¿podrías confesarnos cuáles son los tuyos?
-Me parece que todos los que escribimos tenemos dos listas de autores preferidos: los que nos gustan, aunque no tengan nada que ver con lo que escribimos, y los que nos sirven como modelo o ejemplo para nuestro camino. De los primeros, los poetas y dramaturgos. Me encantan los poetas españoles de la exaltación del sentimiento y la lucha social, la generación del ’27: Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti. ¡Qué magia con las palabras! Y de los dramaturgos, me fascina el contar historias solo con las voces de personajes, y que puedan habitar y hacernos reales y queribles personajes opuestos, enfrentados. Henrik Ibsen, August Strindberg, Luigi Pirandello, y sobre todo William Shakespeare, una fuente inagotable. Para mi trabajo, los cronistas de los que saco métodos y lecciones, muchos de los cuales están en mi libro Periodismo narrativo: Ryszard Kapuscinski, George Orwell, Gabriel García Márquez y los argentinos de ayer (Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez) y de hoy (Leila Guerriero, Martín Caparrós, Josefina Licitra). Me encanta aprender de los cronistas más jóvenes que yo, como Javier Sinay, Ernesto Picco, Federico Bianchini o Victoria de Masi.
Sensaciones en la escritura
-¿Sufrimiento, placer? ¿Cuál de estas sensaciones experimentás a la hora de escribir?
-Las dos a la vez. Para mí no hay un texto que valga la pena sin gozarlo y sin sufrirlo. Hay mucho de trabajo duro, de “picar piedra”, de dar vueltas hasta encontrar la frase que queremos. No perfecta, pero la que nos deja satisfechos. Y el gozo son momentos, cuando encontramos algo, cuando escribimos una frase, la miramos y nos parece que pusimos un huevito de oro.
Crónicas Bananeras
-Cuéntanos por favor la génesis de tu libro Crónicas Bananeras ¿Cómo se fraguó?
-Como en otros de mis libros (por ejemplo, Los viajes del Penélope, también publicado por Tusquets) parto de una pregunta, un contraste, algo que no me encaja. Creo que lo que tenemos seguro e inamovible no produce una investigación periodística de las que remecen prejuicios, te hacen cuestionar lo que pensabas, te dan nuevas herramientas para entender la realidad. En este caso, parto de dos aparentes contrastes: uno, por qué los que vivieron la época bananera en las plantaciones la recuerdan mayormente con nostalgia, con gratitud, mientras que los investigadores y escritores la ven como un infierno sin paliativos. Esto me sumerge en los caminos de la memoria. La otra, porque entre los que quieren mejorar las condiciones de vida, ambientales, laborales, en la zona bananera hay una lucha profunda. Encontré en la “república bananera” el campo ideal para estudiar y contar los caminos radicalmente distintos entre los reformistas y los revolucionarios, los que quieren mejorar las cosas desde adentro y los que quieren cambiarlas desde fuera. Ambos dilemas me llevaron a tomar las plantaciones bananeras como ejemplo de las luchas por el pasado, el presente y el futuro en América Latina allí mismo donde se empezó a formar la conciencia del continente.
-¿Qué tiene esta historia que te atrapó?
-Empecé a soñar este proyecto en el año 2000. El último capítulo es la escena en la que me “cayó la moneda”, cuando me di cuenta de que este era el libro que quería escribir. Yo llevaba ya siete años transitando el territorio bananero, desde que llegué a dirigir las publicaciones de medio ambiente y población en la central latinoamericana una agencia de noticias internacional, en San José de Costa Rica. En total, son dos décadas dándole vuelta a este libro, que es muy importante para mí. Tal vez porque me resultó, junto con atrapante, muy difícil de investigar y de escribir. Los años centrales de mi investigación fueron de 2008 a 2012, cuatro años en los que dediqué todas mis vacaciones y viajes a investigar, leer, entrevistar, escribir, pulir. La versión que presenté a Tusquets era demasiado larga, como una enciclopedia, con problemas de orden y de síntesis. Me rechazaron esta versión. Dejé el proyecto para dedicarme a otros libros, al trabajo universitario y periodístico (nunca tuve un semestre sabático para poder dedicarme solamente a esto). En cierta forma, la pandemia de 2020 fue una bendición para este proyecto: volví a ver todo lo que tenía y después de leer a autores que me abrieron los ojos sobre cómo debía encararlo, lo rearmé con la ayuda invalorable de mis editores de Tusquets Colombia, y en un año más avancé paso a paso en esta versión que sí me satisface, que creo que logra plasmar lo que quería decir de los temas complejos y los personajes fascinantes que encontré en este
camino.
-¿Y dónde puede adquirirse Crónicas Bananeras?
-El libro salió en Tusquets, que es la gran editorial catalana que publica, entre otros, a uno de mis autores preferidos de no ficción narrativa mezclada con ensayo: Javier Cercas. Estoy feliz porque, además de la enorme admiración por esta tradicional editorial de libros de calidad, es mi primera casa editorial. En 2007 publiqué en Tusquets Argentina Los viajes del Penélope, que es otro viaje a la memoria y reflexión sobre otro de los grandes dramas de la humanidad y de nuestro continente: la guerra, la muerte, la valentía, el peligro, el odio, el acercarse a la historia y la mirada del “otro”. En ese caso, el personaje que viaja al pasado para entender el mundo soy yo mismo: el Penélope es el barco en el que yo pasé gran parte de la Guerra de las Malvinas. En Crónicas bananeras, mi principal personaje es un hombre aparentemente muy distinto a mí, pero que en el transcurso de un viaje que emprendemos juntos desde su pueblo en Nicaragua hasta la zona bananera y el lugar donde vivía cuando lo entrevisté, encontré, y espero que encuentren también los lectores, muchos elementos de identificación. En los próximos meses, además de Colombia, se imprimirá en Argentina. Por ahora, se puede encontrar en toda Latinoamérica en Mercado Libre y a través del buscador Buscalibre.com.ar. Sé que ya lo compraron en Buenos Aires por esa vía.
-Si tuvieras que publicitar tu libro en 4 o 5 líneas, ¿qué dirías?
-¡Uy! Te pido el doble, como dos tweets: Crónicas bananeras cuenta la historia de la United Fruit Company, la productora, exportadora y vendedora de bananas (llamadas bananos o plátanos en algunos países), que dominó la política en Centroamérica y el Caribe, afectó profundamente el territorio, las prácticas laborales y la salud y se convirtió en un símbolo del poder de las multinacionales y del imperialismo de Estados Unidos en Latinoamérica. Lo cuenta en dos relatos paralelos: por un lado, la vida de la compañía desde su propia visión, la de sus críticos y la de los fascinantes escritores de “novela bananera”. Por otro, la saga de la familia de un peón bananero, inmigrante nicaragüense en Costa Rica, y de su hija, arqueóloga lúcida que vuelve sin buscarlo al territorio de su padre. Muestra este mundo desde lo macro y lo micro, desde lo íntimo y lo estructural.
El periodismo de hoy
-Una pregunta que siempre es clisé, pero tan necesaria, ¿Cómo ves el panorama del periodismo en el mundo?
-Jajaja… Bien y mal. Nunca como ahora hubo tantos y tan buenos periodistas. Tienen muchas lecturas (en internet hay muchísimo más que lo que yo tenía a mano en el Buenos Aires de los ochenta), y también mejoró mucho la formación que dan las universidades y la posibilidad de cursos y talleres con maestros generosos. Obvio que hay carreras y profesores malos, como siempre, pero creo que hay mucho de donde elegir si un joven quiere convertirse en periodista. Y hay herramientas que da la tecnología actual que te ayudan a conseguir información, fuentes, y presentarlo con herramientas muy atractivas. Pero hay muy poca plata para el buen periodismo: la publicidad se fue a los gigantes tecnológicos, el público no paga, y hay pocos medios que hoy pagan por lo que realmente vale hacer, por ejemplo, una nota de investigación o una crónica que quedará en la memoria y cambiará la visión de un tema. Confío, o quiero creer como optimista que soy, que este producto, el buen periodismo, encontrará una forma de ser financiado después del doble desastre de la caída del periodismo de pago y de la publicidad. Por eso creo que hay una crisis, que espero que sea temporal, en la economía de los medios, pero hay un hambre de buen periodismo no satisfecho y una enorme cantidad de excelentes periodistas para alimentar a ese público insatisfecho.
-Hablando de vos… ¿Recordás el primer libro que leíste? ¿Y la primera historia que escribiste?
-En cada una de mis épocas “nací” como lector. Recuerdo cuando leí Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, y me parecía que no podía existir nada mejor que esas novelas de aventuras. En la adolescencia, mi papá me regaló el primero de muchos libros de su ídolo, Hermann Hesse, Siddharta. Y me abrió la cabeza a una posibilidad de escribir sobre un camino y un cambio interior, no exterior, como las aventuras que leía antes. Y ya en el primer año de universidad leí Cien años de soledad y Rayuela… y me revelaron un mundo literario más complejo, en el límite de lo que yo era capaz de comprender. Ya tenía 24 años cuando entré a trabajar en el Buenos Aires Herald. Y recuerdo la primera vez que hice una crónica de una marcha de las Madres de Plaza de Mayo. Traté de transformar lo que yo sentía en imágenes, sonidos, olores, lo que llegaba a mis sentidos. Tenía un gran editor, un tipo muy modesto, que no figura ni siquiera en los libros sobre los héroes del Herald que se enfrentaron a la dictadura, porque era un editor en las sombras: Michael Soltys. Pero Michael me enseñó a no contar lo que yo sentía sino a hacer, a través de la historia que contaba, que los lectores lo sintieran.
De amor y de letras
-¿El primer amor que te llevó a escribir alguna carta o prosa?
-¡Me pongo colorado! Yo era un chico extremadamente tímido. En toda la secundaria miraba a las chicas que me gustaban y no me atrevía a acercarme. Mis compañeros iban a bailar y a mí me daba pavor. Al terminar la secundaria hice un viaje de mochilero a Brasil con un grupo de la Asociación Cristiana de Jóvenes (que no tenía nada de religioso, era un grupo de deportes y campamentos), y empecé a salir con mi primera novia, Carolina. Volvimos y entré al servicio militar. Era abril de 1981. Desde la instrucción naval en Puerto Belgrano le escribía cartas apasionadas. Cuando estaba por terminar la colimba, me mandaron a Malvinas. Yo realmente sentía en las cartas que le escribí desde allá que cada carta podía ser la última. Describía todo el paisaje, contaba anécdotas con mis compañeros, le decía que la quería y le pedía que si me moría en la guerra, que nunca me olvidara. ¡Qué vergüenza! Ella era poeta, escribía canciones, cantaba muy bien, descubrimos juntos el cancionero de esa época, desde Silvio Rodríguez y Serrat hasta el rock nacional. Siento que esas cartas no son tan malas, leídas ahora, porque no eran solemnes, era la prolongación de nuestras charlas eternas en voz bajita en su pieza en la casa de sus padres, que eran más “modernos” y nos dejaban dormir juntos. Ella estaba en quinto año del secundario. Nos encontrábamos y ella tenía guardapolvo blanco de colegio público, y yo mi traje de marinerito de la colimba. Lo cuento y siento que estuviera hablando de otro…
-Se sabe que el periodismo es un oficio complicado, ¿Qué obstáculos te tocó sortear a lo largo de tu carrera?
-En mi caso, de ninguna manera me pongo como ejemplo de nada, siento que nadie me puso palos en la rueda. Lo que no hice, fue porque no me animé, no trabajé más duro, no tuve más ambición cuando era más joven. Trabajé demasiados años en proyectos de otros, que es lo que nos pasa a muchos periodistas que no tenemos la claridad de buscar desde el comienzo nuestro propio camino. Soy hombre, soy blanco, nací en una clase media alta acomodada. Sería muy caradura si dijera que tenía obstáculos. Yo mismo fui la razón por la que no hice más. Es una droga muy potente que te digan que tu trabajo es útil para el medio o la empresa para la que trabajás. Y te quedás ahí. Tuve que tener 33 años y una carrera de servicio hecha, para lanzarme a escribir con mi propia voz, mi propio estilo, buscar un camino que combinara mis años de periodista, mi estudio de sociología y lectura de los teóricos y de estudios de la realidad del mundo, y mis amores de siempre en la literatura. Empecé a leer, enseñar y escribir sobre periodismo narrativo, y al mismo tiempo, me lancé a contar la historia de Los viajes del Penélope, mi propia guerra que tenía atragantada. Desde entonces no paré.
-¿Cómo se sortea la ilusión de un periodismo investigativo denunciante frente a una realidad en la que el periodista trabaja sin poder expresar su ideología?
-Un escritor o activista debe encontrar canales para expresar su ideología. Pero un periodista no está para eso, sino para investigar, contar, denunciar hechos, presentar personajes y lugares, contar historias… y que los lectores saquen sus consecuencias. Ahora voy a sonar como el viejo que soy, pero en la era de las redes sociales, hay muchos otros canales por las que los periodistas, como ciudadanos concienciados, pueden expresar, exponer y defender su ideología. Y también hay medios, aunque como decía se cierran unas puertas, pero se abren otras. Lo grave es que te censuren historias, relatos, fuentes, datos. Eso pasa, lo sé, y no hay que transar. Buscar el medio o si somos freelance, varios medios donde podamos contar las historias que nos parece que deben ser contadas. Controlar, fiscalizar, decir la verdad sobre el poder y los poderes. El ejemplo para mí sigue siendo Operación masacre. Ahí Walsh no “expresa su ideología”. Cuenta lo que sucedió y lo que está pasando, y da voz a los sin voz. Incluso en la época en que lo escribió, muchos de sus personajes eran peronistas y él no lo era. Ese texto perdura porque es una denuncia a las violaciones a los derechos humanos, no porque exprese una ideología. Como decís, es muy difícil trabajar en un entorno censurador. No porque te impidan expresar tu ideología, sino porque te imponen la del medio, los dueños, los censores. La historia que cuenta Henriqueta Muñiz en su diario de cómo hicieron y cómo publicaron Operación masacre es ejemplo de las batallas que hay que luchar. Muchos lo rechazaron o lo quisieron cortar. Esa batalla continúa. Hay que darla todos los días.
-¿Cómo periodista y profesor qué consejos le da a los estudiantes de periodismo?
-Que lean. Que busquen voces nuevas, que encuentren con mucho trabajo su propia voz, que se relacionen con compañeras y compañeros de ruta que estén en el mismo camino con honestidad y trabajo duro. Que salgan a la calle y hablen con mucha gente, con gente que no piensa como ellos y que vive vidas distintas. Que no teman arriesgarse y cometer errores. Que aprendan de los errores. Como decía María Elena Walsh: “laburá, cachá los libros”.
Lo que se viene
-¿Proyectos a futuro?
-Acabo de entregar un artículo para una revista científica sobre el papel de la prostitución en la crónica y la novela del Cono Sur. Ahora tengo una montaña de trabajos de alumnos de cinco cursos para corregir. Apenas termine tengo que escribir la introducción de un libro en el que trabajo hace tres años con un historiador: el tercer tomo de la antología de la crónica periodística chilena. Y para otro libro, en inglés, un artículo sobre un cronista chileno al que admiro por su osadía y originalidad, Rodrigo Fluxá, que es poco conocido fuera de su país. Y estoy dándole vueltas a mi próximo libro. Lo veo como otro viaje a la memoria, que cierre una trilogía con Los viajes del Penélope y Crónicas bananeras. No puedo estar sin tener un libro en proceso… Y vivir, amar, gozar, disfrutar de la vida. El año que viene se cumplen 40 años de esa guerra donde yo creía que iba a morirme a los 19. Lo pienso y me da más ganas de aprovechar cada momento de felicidad.
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