Poesía

Mercedes Roffé. Una voz poética de reconocimiento internacional

En diálogo con Mirador Provincial repasamos su obra poética, su trabajo como editora en Estados Unidos y sus inicios con la escritura en España y Argentina.
03-03-2022 | 14:32 |

Foto:Gentileza.
Alvaro Marrocco


Mercedes vive en la ciudad de New York (EE.UU) donde trabaja y escribe; Su oficio, le permite viajar a diversas latitudes, aunque su patria tira cada tanto. "Espero poder pasar varios meses en Argentina", dice en relación a este 2022. A escasos días de recibir un Premio a la Trayectoria de la "Casa Bukowski Internacional" (Madrid) y de terminar varios manuscritos que serán parte del volumen de micro-ensayos, titulado "Prosas fugaces", que está programado para salir en marzo por la Editorial Las Furias, de Buenos Aires, Mercedes se da un respiro, rememora sobre sus inicios en la poesía, y dice que hubo dos factores claves; uno fue la biblioteca de su madre, "los libros que ella ponía en mis manos: González Tuñón, Girondo, Borges, Barletta, Mujica Láinez, el otro fue la magnífica educación que mi generación le debe a la escuela pública, al menos en Buenos Aires". Allí, leyó lo principal de la literatura española, y lo principal de la poesía latinoamericana, de Sor Juana a Lugones, Garcilaso, San Juan, Fray Luis, Santa Teresa, Quevedo, Góngora, El vida es sueño y algo de Galdós, José Asunción Silva y el "Salmo Pluvial". "Son voces fundantes que han quedado en mí desde entonces".

Sus inicios entre Argentina y España
A comienzos de la dictadura todavía estaba en la universidad, en la carrera de Letras, luchando con Latín y Filología. "Compartíamos Latín IV con Horacio Zabaljáuregui y gracias a él visité varias veces las reuniones de los viernes del grupo de Último Reino, en casa del poeta Mario Morales. Mi amistad con Susana Villalba data de entonces. También conocí allí a María Julia de Ruschi y a Mónica Tracy, a las que llegué a querer y a admirar como poetas años más tarde".

En el 73 empezó a participar de los talleres de la SADE, "A los dos meses de empezar vino a coordinar el taller el poeta Ángel Leiva, de Tucumán, que ya había publicado dos bellísimos libros en la Editorial Losada. Con él vivimos, desde Buenos Aires, el golpe de Pinochet y la muerte (el asesinato) de Neruda. En casa de Ángel conocí a Teuco Castilla, con quien nos seguimos viendo cada vez que podemos". Por esos años tuvo ocasión de participar en algunas lecturas con otros poetas, como Irene Gruss y María del Carmen Colombo, pero todo eso se interrumpió con el golpe y no volvieron a verse hasta fines del 83. "En el medio viví dos años en Madrid. Ya en Buenos Aires (del 81 al 83) frecuenté mucho el Bar La Paz. Allí tuve mucho contacto con Quique Fogwill, que publicaría mi libro El tapiz en su editorial Tierra Baldía. Una poeta excepcional que a veces nos acompañaba era Susana Cerdá, autora de un poemario precioso: Solía, que se publicó por entonces". Agrega que eran muchos los que se reunían allí de noche: varones y mujeres, poetas y narradores, periodistas, gente de cine y de teatro, algunos mayores, ya consagrados. Otros todavía muy jóvenes, "pero ya pergeñando una obra que hoy se conoce y se valora".

En 1978, con la publicación de tu primer poemario, Poemas (1973-77), se inicia en Madrid tu carrera literaria. ¿Cómo era el movimiento poético de Madrid en ese período?

Franco había muerto a fines del 75 y yo gané el Premio por ese manuscrito en el 77. Viajé a recibirlo, porque estaba muy bien dotado económicamente, además de que implicaba mi primera publicación en libro. Y luego volví con una beca para estudiar en la Complutense. La beca la había ganado con una tesina sobre un poeta español, Diego Jesús Jiménez, que había sido Premio Adonáis y había publicado sus primeros libros, realmente magníficos, en los años 60. Diego Jesús trabajaba en el diario del PC y había tenido una trayectoria militante muy comprometida. Noté que el vacío que se le hacía por entonces era enorme. Entre todos los poetas de su generación, que yo había estudiado en Buenos Aires, lo había elegido a él como el más deslumbrante, y cuando llego a Madrid, noto ese silencio. El profesor de Teoría Literaria con el que tomaba un curso en la universidad se negó a leer mi trabajo por tratarse de él. Por su parte, el profesor era del Opus Dei. Por suerte las cosas cambiarían pronto: en las décadas siguientes Diego Jesús Jiménez ganaría tres veces el Premio Nacional.

Así que lo que había por entonces, que se viera a primera vista, al menos, o que circulara en los lugares de reunión habitual eran resabios de la cultura oficial de las décadas anteriores. No que ya no hubiera gente más interesante escribiendo. Pero surgirían bastante después. El primer libro de Ana Rosetti se publicaría recién a mediados de 1980. Y Las Diosas Blancas iba a salir en el 85, lo que indica que claro que ya había varias excelentes poetas jóvenes escribiendo. Pero no conocí a ninguna poeta mujer mientras estuve allí, fuera de Francisca Aguirre, que trabajaba en el Instituto de Cultura Hispánica. Por entonces, como durante la dictadura argentina, los poetas tampoco hacían lecturas públicas. O no muchas. Apenas recuerdo haber ido a escuchar a Nicolás Guillén en el Ateneo —eso sí, a sala llena.

Durante tus años de estudio en Nueva York en los años 80s pudiste acercarte a diferentes corrientes y movimientos de la literatura estadounidense, principalmente la poesía. ¿Qué poetas y escritores reconocidos has conocido en esa etapa?

Durante mis años de estudio en los 80 y hasta mediados de los 90, me dediqué especialmente a mis estudios de doctorado en Literatura Medieval. Mis lecturas por entonces fueron todos los ciclos de romances españoles y franceses (lo que mal se llama la "proto-novela") que luego irían a alimentar las páginas de El Quijote. Un corpus realmente bellísimo que me tuvo absorbida por varios años. Una vez que pasé a vivir y a enseñar en Vassar College, a dos horas de Nueva York, pude alternar las lecturas académicas que hacía mientras escribía mi tesis, con la lectura de muchos de los poetas norteamericanos más reconocidos, especialmente las poetas que unas décadas antes habían impulsado el movimiento feminista a través de su activismo y de su obra poética. Así que toda esa etapa fue más bien de lecturas. El contacto en vivo con poetas se dio más bien al volver a vivir en Manhattan, en el 95, cuando ya pude asistir y participar en las lecturas del Poetry Project, o frecuentar las de la 92nd Y y otros espacios que siguen funcionando aun hoy.

Becas y distinciones
Mercedes comenta que las becas tienen una importancia enorme, debido a que el reconocimiento que significan es un espaldarazo muy grande a una labor que suele ser tan solitaria y silenciosa como la poesía: "te permite saberte parte de un grupo de creadores que se han abocado seriamente a su trabajo y están logrando que ese trabajo se materialice en obras bien encaminadas, relevantes y reconocidas más allá de su grupo de pertenencia". Puntualmente, le permitieron escribir. "Con la beca Guggenheim escribí La ópera fantasma, que se publicó en Argentina en el 2005 y en España y México en el 2012. Por lo que sé, ya se agotaron varias ediciones. La beca Civitella Ranieri es una beca de residencia en un castillo, en Umbria, Italia, donde un grupo de unos 15 o 20 escritores, compositores y artistas plásticos, conviven durante un mes". En esa estadía pudo escribir más de la mitad del libro Carcaj : Vislumbres, que se publicaría en el 2014, un proyecto en el que ya había empezado a trabajar en NY, pero al que pudo darle un enorme envión durante ese mes en Italia. Otra cosa que se produjo durante ese mes, fue que empezó a dedicase al dibujo a la tinta, algo que luego continuó desarrollando en su casa. "Hice varios libros de artista desde entonces y algunas series de tintas que han gustado bastante".

-Desde 1998 dirigís el sello Ediciones Pen Press. ¿Cómo empezaste a interesarte en publicar a otros poetas?
-Eso se produjo a raíz de ver una muestra en la New York Public Library, en el año 98, en la que se exponía un notable número de publicaciones alternativas que los poetas estadounidenses habían dado en publicar especialmente a partir de los años 60, en cierto modo favorecidos por la aparición del mimeógrafo. La muestra incluía plaquettes y revistas de los poetas más renombrados de esas últimas tres décadas. Lo que probaba que la publicación artesanal, alternativa, representaba un deseo en sí misma, y que no tenía nada que ver con "no acceder" a publicaciones más comerciales o prestigiosas. En realidad, el prestigio lo da el catálogo. Por eso encontrabas allí en "pequeño formato" a los mismos poetas que publicaban en Penguin.

Esa muestra me confrontó con un acervo similar que se venía gestando en Hispanoamérica, del cual yo misma tenía en mi biblioteca ejemplos por demás importantes. No pocos de Santa Fe, por cierto. Así que fui concibiendo un proyecto editorial que yo misma pudiera mantener económicamente. El primer impulso que tuve fue de dos de las mayores poetas de Venezuela: Patricia Guzmán y Yolanda Pantin, que antes de que se consolidara el sello ya me habían confiado sus manuscritos.

-¿Qué poetas y escritores santafesinos destacarías?
-Es una larga lista. El Paraná es cuna de talentos. En principio, mis amigas, las poetas Mirta Rosenberg y Diana Bellessi. La queridísima Noemí Ulla, con quien compartí hermosos años de amistad, de lecturas, de enseñanzas. De leerlos, a Saer, a Padeletti, a Gola, a Beatriz Vallejos... Con Charlie Feiling y Beatriz Guido también compartí momentos preciosos. Con Charlie, a partir de nuestro regreso a la UBA en el 84. Con Beatriz, unos años antes, cuando trabajábamos las dos (yo como correctora, ella como asesora editorial) en la Editorial Losada. Más recientemente tuve ocasión de leer y conocer personalmente a Patricia Severin, que es además la editora en Argentina de mi libro de fotografías Otras lenguas, con poemas de Inés Aráoz. Otros dos poetas de Rosario que conozco personalmente y admiro en especial son Héctor Piccoli y Beatriz Vignoli. Sé que me estoy dejando a varios sin nombrar, pero es que son muchos, enormemente valiosos.

Mercedes Roffé (Buenos Aires) es una de las voces poéticas argentinas de mayor reconocimiento internacional. Poeta y editora; sus libros se han traducido y publicado en Francia, Italia, Líbano, Brasil y Estados Unidos. También se han publicado antologías de su obra en varios países de Latinoamérica. Desde 1998 dirige Ediciones Pen Press (www.edicionespenpress.com). Entre otras distinciones, recibió las becas John Simon Guggenheim (2001) y Civitella Ranieri (2012).



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