El cine ha muerto, de Juan Benítez Allassia

El problema de filmar lo que no está

El primer trabajo documental del realizador, toma como punto de partida la progresiva desaparición de las salas de cine del interior para finalmente adentrarse en la relación intima y personal con su padre. El ensayo avanza retratando fantasmas e indagando en el modo de registrar las ausencias. Tuvo su premiere mundial el pasado 20 de marzo en la sección Film Forward Competition del Festival de Tesalónica (Grecia).
26-03-2022 | 19:41 |

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Foto: Gentileza.


Cristian Oliva


Juan Benítez Allassia nació en Díaz, una pequeña localidad de menos de 2.000 habitantes ubicada entre Monje y San Genaro, a 74 kilómetros de la ciudad de Rosario. Partió de allí con la intención de estudiar comunicación social, actividad que ofició de motor para el descubrimiento de su verdadera vocación, la de cineasta. Con ese horizonte y tras obtener una beca, pudo perfeccionarse en CABA y en la Universidad del Cine.

El cine ha muerto es el nombre de su primer trabajo documental, trabajo que cobró una especial relevancia, tras su premiere mundial el pasado 20 de marzo en la sección Film Forward Competition del Festival de Tesalónica (Grecia), una de las muestras internacionales más prestigiosas del cine de esas características.

El trabajo audiovisual interpela y dialoga no solo con el público, sino con las propias raíces del autor y de su ciudad. Desoyendo los consejos del Alfredo (Philippe Noiret) de “Cinema Paradiso”, Benítez Allassia regresa nostálgicamente a su pueblo para registrar la paulatina desaparición de las salas de cine del interior, tomando como punto de partida una que sentía muy suya.

Para ello contó inicialmente con la ayuda de su padre con quién revisito, cámara en mano, espacios que les fueron comunes en algún momento (hay imágenes de las salas de Centeno y Díaz). Un compromiso, sin dudas, cargado de una militancia tendiente a reconquistar y reactivar esos espacios que a priori parecían perdidos y destinados al olvido.

“Esta película es el resultado de una búsqueda personal que empezó en las salas de cine de Díaz. Allí, el tiempo las fue derrumbando con el advenimiento de las tecnologías digitales, y los habitantes se fueron alejando de a poco de las pantallas gigantes, para estar más cerca y más solos en los televisores. Toda esta historia fenecía en la época en la que yo nací: los años ’90. Investigar sobre estos sucesos me acercaron a mi padre, que en la época dorada formó parte de la comisión de Cine Monumental en Estación Díaz. Él llevó el primer proyector al pueblo y esta historia nos acercaba”, sostiene el realizador.

Al poco tiempo el guion cinematográfico contrastaría con el de la vida de su propio autor. Cacho, su padre, fallece y con él una idea, que inmediatamente se reformuló para dar paso a una nueva. Lo significativo es que más allá de las formas y recursos elegidos, el recorrido plasmado siempre es de a dos, es imposible pensar al autor sin la compañía de su padre.

El documental se vuelve más intimo, abandonando lo general (el pueblo y sus sentires) para adentrase en algo mucho más personal. “El cine ha muerto” coquetea con el vinculo padre e hijo y con la posibilidad o modo de registrar esa ausencia. Así como el pueblo desaparece frente a la falta de pantallas, el cine mismo lo hace sin la presencia del padre del realizador. La sentencia es firme: su padre es el cine y sin su padre… el cine ha muerto. Irónicamente, y allí radica uno de los pilares fundamentales del trabajo, es también gracias al cine que Benítez Allassia puede dialogar nuevamente con él. Los archivos no desaparecen, por eso, su padre ahora es eterno.

“Mi preocupación ya no era que desaparezcan las salas de cine. Ahora, el miedo era olvidarme de mi padre. El encuentro con el archivo familiar y los espacios abandonados de mi pueblo configuran un nuevo presente. La película se adentra en las dimensiones de la memoria para explorar los modos en que se configura la experiencia de los encuentros. El cine considerado un artilugio que potenciaba la ilusión ahora se convertía en el único medio para poder hacer que la figura de mi padre recorriera esos espacios casi muertos por los que transitó en su vida. Es así que vuelvo al pueblo, del que ya hace unos años no habito, y decido proyectar imágenes en sus paredes y salas. Con este gesto, las historias del pueblo, mía y de mi padre, iluminan y dan vida a esos muros gastados y muertos por el tiempo. El re-encuadre y el desmontaje traen vida donde ya no la hay. Ubico mi cuerpo allí donde mi papá decide abandonarnos. Decido retomar su historia para preguntarme por la mía”, apunta el artista.

En un doble juego de interpretación, el documental avanza buscando la manera de “filmar lo que no está”. Es un ensayo que trabaja retratando fantasmas y conceptualmente, los planos e imágenes volcadas dan cuenta de eso. Existe un novedoso y creativo uso del lenguaje audiovisual. Los cuerpos no se presentan de manera física, no hay testimonios a cámara, ni música, sino voces en off e imágenes proyectadas en lugares extraños como paredes, casas, televisores y teléfonos. Se crea un clima melancólico, casi de ensueño, quizás onírico producto de un registro sonoro que recoge y altera los sonidos del pueblo para que este no suene como tal.

El proyecto llega de la mano de Entre-Imágenes, productora fundada por el director junto con el productor y montajista de la película, Federico Vicente. Yaela Gottlieb (Pasajera Cine de Perú) acompaña en la producción, mientras que el uruguayo Andrés Boero Madrid lo hace en la dirección de fotografía. El sonido corresponde al sanjavierino Augusto Bode Bisio.

Si bien el estreno en nuestra provincia aún es incierto, el realizador se muestra optimista con que pueda realizarse antes de fin de año. “Tengo una idea, que acompañaría este proyecto que es poder hacerla circular en salitas de cines pequeñas de los pueblos y poder acompañar ese recorrido. Me interesa mucho que se pueda ver a nivel local lo antes posible, porque allí hay un cariño de la gente enorme. Me gustaría poder estar presente y contribuir con los pequeños espacios culturales de los pueblos; mover el material y reflexionar sobre lo que implica el cine hoy. Yo vengo de un pueblo muy pequeño y este recorrido lo veo necesario. De todas maneras, al ser mi primera película, con el equipo de producción estamos trabajando en que la peli se mueva por varios festivales más, salas de cines de museos y plataformas de streaming”.

La opera prima del realizador fue el único largometraje sudamericano seleccionado en la competencia oficial del Festival Internacional de Cine de Tesalónica Film Forward en la sección documental de la 24ª edición. No es un detalle menor, sobre todo si tenemos en cuenta que compitieron apenas 12.

Acerca de esto nos decía: “Lo de Tesalónica fue una sorpresa. Yo desconocía el festival. Fue Federico Vicente quien propuso que estemos allá ya que está trabajando en la difusión de la película. Cuando llegué a esta ciudad griega y había un coche esperándome con mi nombre realmente empecé a caer. Con los días me fui dando cuenta de la magnitud del evento. El griego es muy hospitalario por lo cual te hacen sentir como en casa: regalos, proyecciones, charlas, eventos por fuera del cine, te cruzan por los pasillos y te dicen: ‘vi tu película, me encantó’. Todo hermoso. El segundo día conocí la sala donde se iba a proyectar mi película en el Olympo, un multisala con una forma arquitectónica más parecido al teatro que a los cines que hoy conocemos. Se cruzaron muchas emociones porque el poster de mi peli estaba ahí luciéndose en la calle más transitada de Tesalónica. El día del estreno fue hermoso porque la sala estaba completamente llena, pero a la vez porque se quedó mucha gente para el Q&A. Entonces como que pudimos desdoblar la película y hablar de todo aquello que no aparece en ella. La película tiene un nombre que a muchos cinéfilos les asusta: la muerte del cine; y conversamos precisamente sobre ello: un tema que vengo investigando hace varios años”.

Los próximos meses encontrarán a “El cine ha muerto” participando en algunos festivales (en junio estará en el Latino Film Festival de Filadelfia) y espacios que no tienen que ver con el cine, pero que dialogan como es el museo. “Desde lo proyectual a mí me interesa que el proyecto mute, resignifique y se expanda. Esto tiene que ver con la posibilidad de montar instalaciones para museos y trabajar con la película desde el libro de artista. El proyecto que estoy trabajando se llama: Después de la muerte, para llevar esta película a una instancia instalativa de museo. Con la muerte del cine, se abren puertas estético/narrativas y también conceptuales que involucran el espacio. Me interesa que este trabajo continúe en la instalación porque allí el espectador/visitante no está aferrado a una butaca, sino que camina libremente por él”, cierra su director.

Biografía del director

Juan Benítez Allassia (Santa Fe, Argentina, 1990) es investigador y docente audiovisual. Licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica de Santa Fe y magister en Cine Documental en la Universidad del Cine de Buenos Aires, actualmente es jefe de trabajos prácticos en la cátedra de Técnicas Audiovisuales coordinada por Jorge La Ferla en la Universidad del Cine. En 2018 realiza el cortometraje Algo está por desaparecer, a través de un subsidio del Ministerio de Cultura e Innovación de Santa Fe, proyecto que hoy se convierte en el largometraje El cine ha muerto, su opera prima como realizador.



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