Zulma Rivarola, desde la Unión de Obreros y Empleados Municipales de Concordia (Uoemc), fue una de las responsables y explicó que “nosotros conocemos a Saúl Fernández, que es el papá del niño bautizado; séptimo hijo varón de esta familia que vive en el barrio Carretera La Cruz. Él es un trabajador que tiene relación de dependencia con el municipio y sabía que existía un beneficio para los séptimos hijos varones, así que se acercó para preguntarnos cómo hacía para gestionarlo”.
Desde el sindicato llevaron adelante los trámites con Presidencia de la Nación. “Tuvimos respuestas enseguida, con intercambios de correo. Debimos acercar documentación y una vez que se constató todo, se pudo realizar el trámite administrativo”, contó Rivarola.
Según destacó, “desde Presidencia de la Nación se comunicaron con la familia y le dijeron que en estos días le va a llegar una medalla de reconocimiento como ahijado del Presidente Alberto Fernández”.
La gremialista confirmó que la Ley de Padrinazgo incluso “hace que el chico ingrese a un sistema en donde tiene derecho a algunos beneficios, como por ejemplo becas estudiantiles en todos los niveles”.
“Para el sindicato es la primera vez que hacemos este tipo de trámites, aunque en Concordia hubo antecedentes de bautismo presidencial, pero hace varios años”, mencionó y comentó que “la ceremonia se realizó el domingo, en la Iglesia Gruta de Lourdes, con el párroco Daniel Petelín, que llevó adelante una misa muy linda y explicó lo que conlleva ser el séptimo hijo varón, propio de lo heredado de la cultura popular”.
TRADICIÓN Y NORMATIVA
El padrinazgo presidencial se relaciona con un decreto del año 1973, que establece que el séptimo hijo del mismo sexo de una madre debe ser apadrinado por el Presidente.
Según explica la norma, “el Padrinazgo Presidencial consiste en el otorgamiento de una medalla de oro recordatoria, cuyas características serán establecidas, con carácter general, por la Dirección General de Ceremonial y Audiencias de la Presidencia de la Nación”.
El origen de esta ley se debe buscar en una antigua tradición rusa que dictaba que el séptimo hijo varón de una pareja era un hombre lobo y la séptima hija mujer, una bruja. Por ese motivo, en la Rusia zarista se otorgaba el padrinazgo imperial a los séptimos hijos del mismo sexo entendiendo que eso les daría protección y evitaba que los niños sean abandonados.
Con la migración, llegaron familias rusas a Argentina y con ellas vinieron también sus costumbres. Como se explica en los considerandos de la ley, “en el año 1907 el entonces Presidente de la Nación, doctor José Figueroa Alcorta, accedió al primer pedido de padrinazgo solicitado por un residente en el país, de nacionalidad rusa”.
Desde entonces, todos los mandatarios accedieron a otorgar su padrinazgo hasta convertirse este acto en costumbre tradicional y por último en normativa nacional.
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