Los recuerdos, a esta altura del año, se transforman en balance. Una suerte de descripción de los últimos pasos dados, de historias y sacudones tristes o alegres que conforman el día a día de nuestra respiración.
No me estaría haciendo amigo de los balances. Porque las pérdidas se van acumulando. Y, en consecuencia, los recuerdos. Pero, al leer debe y haber se me ocurren dos cosas. O recordar triste esos adioses acumulados. O contar feliz, eso, lo feliz que me hicieron.
Y en esa pulseada, por escaso margen, gana lo segundo.
De todos modos, es tiempo de reflexión. De estos años difíciles, donde estamos viviendo el amor en los tiempos del cólera como describía García Márquez, en aclamado texto literario.
Trato de ser respetuoso igualmente. Porque como decía la vieja Edith, siempre hay alguien que puede estar mejor, pero otro peor. Entonces no me quejo. Y doy gracias. Por los hijos, por los trabajos y porque 2022 me dio tantas lecciones que hoy puedo asegurar, sin equivocarme, sin ruborizarme, que le estoy encontrando la mano a esto de vivir.
Alguna vez me aterraba saber que los años se apilaban, y la vida, ese famoso carretel con un hilo que se va acortando, empezaba a jugar sus tiempos de despedida. Ya no me da miedo. Y disfruto. El sonido de una chicharra en la arboleda en el medio de un campo arado, por ejemplo.
Así que estoy preparado para el resto del viaje. Que será lindo. Con esa mochila de recuerdos, pero con los saberes aprendidos. Lógico, en lo que viene habrá más cosas. Positivas o negativas.
Pero el desafío está. Seguir caminando. Brindo por todos. Por mi amigo Rubén Gey que este año se fue y con él su relato de gol tan querido.
Brindo por mis hijos que avanzan en sus proyectos. Y por ustedes, que han tenido la delicadeza de leerme en mis escritos.
No puedo dejar de escribir de la Selección Argentina de Fútbol. Nos dio una alegría renovadora. Nos dio incentivo para creer en nosotros mismos. No fue una Copa del Mundo ganada nomás.
Y junto a García Márquez y Messi bajo una metáfora: “En tiempos del cólera, la Selección y Leo nos devolvieron la ilusión”.
Rumbo al 2023. Que el viaje sea placentero. Como aquel que hacía de pibe con Dante, mi padre, y su camión Mercedes Benz rojo. Cada 1 de enero de mis años de infancia, a eso de las 4 de la madrugada tomábamos la ruta rumbo al puerto. Andábamos por ahí, viajando con un destino que era una estación. Pero el viaje. El viaje era lo que disfrutábamos.
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