Espacio sidéreo

El mundo desde afuera según Natacha M

La cantante y compositora Natacha M presenta su disco debut, producido por Guillo Espel y editado a través del Club del Disco. La artista irrumpe con un trabajo musical magnifico y original.

08-06-2023 | 9:53 |

“Comencé a indagar en la naturaleza propia de mi quehacer, en principio como cantante, luego como compositora”, dice Natacha M
.
Foto:Gentileza: Anna Ciaffi.

El mundo desde afuera es mucho más que un disco: es también una puesta en escena poética. Canciones breves que imbrican el canto y el habla, músicas originales y los arreglos exquisitos de Guillo Espel.

La idea surge en 2015 como una inquietud creativa centrada en eso que alguna vez Wagner (también el propio Nietzsche) formuló como la obra total. Wagner encontró la solución a su problema en la composición de óperas, cuya dramaturgia y texto eran propios también (algo verdaderamente inusual entonces). Sin embargo, aún dentro de la ópera, a veces las suturas entre diversas disciplinas pueden ser demasiado evidentes. EMDA busca resolver el viejo problema de la unidad artística en una búsqueda de organicidad en la que la honestidad es el elemento clave.



El mundo desde afuera intenta dar cuenta de universos personales, íntimos, por momentos minimalistas, luminosos o desgarrados. La palabra como centro, desde su forma, desde su naturaleza musical. El espectador está invitado a entrar en pequeñas ficciones que se suceden una tras otra, como un viaje hacia un interior alucinado y siempre genuinos. En tiempos de des-sensibilización y urgencia, EMDA propone una inmersión en lo maravilloso, entendido como aquello fuera del cotidiano. La ficción del juego, los universos que propone el arte para, como diría Nietzsche, no morir por la verdad. En conversación con Mirador Provincial la artista recorre su trayectoria, sus miedos y su amor por este disco.

Sobre El mundo desde afuera
-¿Cómo fue la producción de El mundo desde afuera? ¿Cómo resultó el trabajo de edición del disco?

-Fue fantástica, realmente. Y no es de extrañar, porque el productor fue Guillo Espel y eso es un montón. Yo digo que tengo mucha suerte para las primeras veces, que cuando me pongo a hacer algo por primera vez, las cosas se dan casi idealmente. Y yo lo valoro a posteriori, porque como no tengo contra qué comparar, no puedo darme cuenta de lo bien que marcha todo. Con el tiempo, miro hacia atrás y digo: “pucha, qué bien que estuvo esto; ¿cómo hice?”. Con este disco creo que es así. Comenzamos en pandemia, reuniéndonos con Guillo por Zoom y charlando ideas. Yo le mandé un material, él me hizo algunas devoluciones y seleccionamos juntos lo que iba a ir. Incluso él me amplió la mirada, me alentó a incluir materiales que yo estaba dejando afuera porque me parecían un poco “raros”. Charlamos sobre estéticas y cuando me quise acordar, él ya estaba arreglando para las cuerdas. Tiene una capacidad de laburo increíble y a mí me llevaba como flameando, no me daba tiempo a pensar nada, cuando hablas las cosas, ya están sucediendo. Para mí fue vertiginosamente necesario porque si no… piscis…

Hubo además muchísima libertad en cuanto a tiempos, ideas, formas. Trabajé con el material que me dio la gana, sin límites ni presiones y con muchísimo humor. Jamás se nos ocurrió pensar en términos de conveniencia, sino que todo lo hacíamos por diversión, con la idea de hacer un hermoso disco y ya. Guillo estaba justo terminando también su último disco, Souvenir, y me recomendó el mismo estudio con el que él estaba trabajando: fue en Punto Ar, el estudio de Ariel Gato, una persona súper entrañable y muy divertido también; con mucho criterio y muy respetuoso de las decisiones estéticas, pero dispuesto a dar su punto de vista si se lo pedías, muy comprometido con el trabajo, con la música. La verdad es que nos reíamos mucho todas las sesiones. Y con Guillo forjamos una amistad, creo que podemos decir que nos tenemos cariño. Es una persona muy generosa. Además de que hizo un trabajo exquisito.

-¿Cuándo y cómo se despertó en vos el talento musical?

-No sé si hablar de talento (eso se lo dejo a mi abuelita), pero sí seguro de deseo. En ese sentido, desde muy chica tengo afinidad con la música y en particular con la voz, con la posibilidad de generar yo misma desde el cuerpo, sonidos. Tengo recuerdos muy vívidos repitiendo palabras sólo porque me llamaba la atención su sonoridad. También hubo desde chica una inquietud en relación con el movimiento y también un poco con lo escénico: de chiquita era muy payasa, me gustaba inventar personajes y hacía bizarreadas delante de mi familia. Mi papá tocaba la guitarra y yo cantaba: lo que escuchábamos en los discos en casa y más adelante cosas que yo le pedía que tocara para acompañarme. Cantaba en el coro de la escuela y luego con un coro femenino también, hasta los doce o trece años.

La vida misma
-¿Cómo te llevas con las contrariedades de la vida?

-¡Mal, por supuesto! Bueno, fuera de bromas… creo que el hecho de llamarlas contrariedades ya habla de cómo nos posicionamos ante ellas, ¿no? Tengo una tendencia a ser muy exigente, muy cabeza dura y bastante reactiva con la realidad cuando no me gusta. Y en seguida, cuando la cosa no es como yo esperaba o me imaginaba (encima, soy muy imaginativa, jajaja), me pongo de mal humor. Pero, de la misma manera, creo que, pasado el momento del berrinche, tengo algo de flexibilidad, capacidad para reacomodarme. Como conozco esa tendencia (y me trae muchos dolores de cabeza), la tengo vigilada, intento que no me domine: ser más aceptante (al fin y al cabo, la realidad es lo que es) y más agradecida también, por qué no.

-¿Qué obstáculos tuviste que sortear en el camino artístico?

-Yo misma, mi propia neurosis, cosas familiares en relación con el arte, con lo que significa hacer arte, el lugar en donde eso te coloca. Y sobre todo, una exigencia un poco insana de perfección académica que siempre me negué a satisfacer, pero que tensionaba (y tensiona) mucho todo. Y al que me sobrepongo con bastante esfuerzo. Por suerte encuentro que la única solución a eso es hacer. De manera que aquí estamos, haciéndolo, y haciéndolo mal. Es un aprendizaje hacerlo mal, hay que saber hacer mal las cosas, que sean imperfectas. Hacer, hacer, hacer… y encima, disfrutarlo!

-¿Qué rutinas te agobian?

-Pensar en qué hacer de comer y todo el infierno posterior: comprar, cocinar, ensuciar, limpiar lo que se ensució cocinando. Y lo peor: saber que en pocas horas todo va a comenzar otra vez! ¿Quién eres?

-¿Dónde radica la identidad de Natacha?

-Mi camino de los últimos años es más bien el inverso: des-identificarme, hacerme más universal y menos personal en algún sentido... Esto tiene que ver con mi incursión en la filosofía budista y con todas las filosofías o ramas místicas que buscan un acercamiento a eso que en el barrio llaman “la verdad”. En ese sentido, producir arte pareciera casi una actividad opuesta, una actividad que puede estar muy centrada en la personalidad exterior, en el “yo” y volverse peligrosamente narcisista. Sin embargo, creo que el desafío es encontrar ese filón que es personal y universal a la vez. Y creo que eso sólo se logra con una voluntad de contacto verdadero con un trascendente; es una sensación que quienes practicamos la oración o la meditación conocemos: somos parte de algo más grande, pero a la vez estamos acá como expresiones únicas. Encontrar esa “esencia” (la palabra no me convence mucho) sería la cuestión. Creería que lo mío va por la voz, eso seguro: en el canto, en el habla y en todo lo que hay en el medio entre cantar y hablar. Creería que hay también algo del humor, pero eso lo estoy redescubriendo últimamente, como un retorno a algo que me era muy natural de niña y que luego perdí porque me tomé demasiado en serio. Quizás, ya hablando en términos más estéticos, la identidad de lo que hago radique justamente en que juega en varios territorios a la vez y los habita sin cuestionarse mucho si lo que está haciendo es teatro o música o literatura, o si una guitarra se puede tocar con un arco de violín o usar un megáfono en vez de una loopera (que, además es mucho más barato). Estar en la periferia, digamos, podría llegar a ser algo característico de mi producción.

-¿Cómo es el modus operandi de la composición de las letras?

-Hay canciones que son músicas puestas a poemas que ya estaban escritos de antemano, es decir que existían como poemas. Y hay otras (que son la mayoría) que surgen casi al mismo tiempo que la melodía, porque para mí el lenguaje funciona como material melódico, material musical. O sea que muchas veces tengo una melodía y la empiezo a cantar y vienen palabras, arriban desde algún lugar del inconsciente. En el caso de los poemas es igual: jamás intento transmitir una idea mediante un poema, es algo que no me sale jamás, me quedan cosas horribles, malísimas, así que ya ni lo intento. Lo que viene es una imagen acústica con leve aroma a significado, imágenes vagas que se le asocian, siempre montadas sobre sonoridades lingüísticas. Después, por supuesto, eso se fija en un papel y se empieza a trabajar, a cincelar, se borra, se tacha, se cambian los órdenes y se agregan palabras si es necesario. Después lo dejo varios días, descanso, me olvido. Al tiempo (que puede ser tres días o cinco años), lo retomo y vuelvo a evaluarlo. Y siempre cambio cosas ahí. Hay bastante trabajo sesudo después de la primera oleada. Pero esa primera impresión es la fundamental: te trae la pepita de oro, a veces llena de barro y hojarasca, a veces casi pura, depende. El trabajo es saber encontrar dónde está la esencia de eso que tenés entre manos.

Los caminos de la vida…
-¿Los caminos de la vida eran los que imaginaste de pequeña?

-Sí y no. No fueron, después fueron, después no fueron otra vez, y así. Pero empiezo a vislumbrar una constante, algo que retorna… y en general lo que retorna puede ser, una de dos: o una neurosis muy aguda y mal tratada, o bien algo del orden de la verdad. Yo supongo (déjame darle ese crédito) que la creación artística se enrola más en la verdad que en la neurosis, aunque a veces vengan mezcladitas. Alguna vez escuché que, según el calendario Maya, cuando cumplís cincuenta años, el cielo es exactamente el mismo que cuando naciste. Yo creo que, sin romantizar la infancia (que tiene sus bemoles, claro), hay algo de aquel deseo infantil, de los juegos de la infancia, que hay que retomar, hay algo de tu infancia que te dice por dónde va la cosa para vos. Como si en la infancia, al menos en mi caso, estuviera cifrado algo del sentido de la propia vida, de la propia felicidad. A mí me falta para cumplir cincuenta, pero tengo la sensación de estar en ese camino. Ojalá…

 


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