Le hicieron dos goles de cabeza y de pelota quieta. Había empezado ganando con gol de Wanchope (al principio aplaudido y luego silbado), se lo igualaron enseguida y después, Instituto se lo sacó de las manos a puro tesón y empuje. Fue 3 a 1 en el peor partido de Colón.
Colón es un equipo que necesita tener la pelota. Si no la tiene, no sirve. No le conviene. Y si el partido se traslada al terreno de la lucha, es difícil que pueda sacar ventaja. Ya lo dijo Gorosito luego del partido con Central, cuando señaló que “nosotros no podemos ir al golpe por golpe, a noquear o correr el riesgo de ser noqueados; tenemos que llevar el partido al terreno de la técnica”. Y justamente ahí es donde se planteó el partido durante buena parte del primer tiempo.
El partido no pudo haber arrancado mejor para Colón. Dice el dicho que “no hay peor cuña que la del mismo palo”. Y justamente fue Wanchope Abila, confeso hincha de Instituto (primero aplaudido y luego silbado, sobre todo cuando protestó airadamente una mano adentro del área de la Gloria, que la revisión del VAR no verificó), el que se anticipó en un pase al medio de Espínola para abrir el marcador.
Duró poco esa alegría parcial de la visita, porque “Maravilla” Martínez cabeceó increíblemente solo en un córner desde la izquierda y empató el partido, que estaba plagado de situaciones de peligro frente a los arcos. A Colón lo complicaba la subida de Franco y la sociedad que formaba con Graciani por derecha, le traía muchos problemas a la dupla Garcés-Delgado y obligó a Gorosito a cambiar de posición a los volantes laterales: pasó Pierotti a jugar por izquierda y Tomás Galván se fue a jugar por derecha.
Pero al margen de eso y de las veces que le cabecearon en el área, el problema de Colón era que no tenía la pelota. Entre las “lagunas” de Botta, la escasa participación de Pierotti y Galván y el poco juego que aportó Favio Alvarez, el partido derivó al terreno de la dinámica, de la velocidad y de la lucha. Y eso favoreció a Instituto, que terminó mejor el primer tiempo.
Las dudas y seguramente el disconformismo de Gorosito se vieron reflejados claramente en la vuelta de los jugadores al campo de juego para jugar el segundo tiempo. Adentro Nardelli y Perlaza, afuera Espínola (estaba amonestado) y Pierotti. La idea con Perlaza era la de proporcionar una alternativa más de manejo de la pelota, que fue el déficit en el primer tiempo.
Hubo dos jugadas en el área cordobesa para consignar en el primer tiempo. Una fue en un centro de Pierotti desde la derecha, buscando a Botta, que alcanzó a pegar en la mano de un defensor, se revisó en el VAR y determinó que no hubo penal. Luego, un gol anulado a Wanchope, en posición adelantada pero definiendo muy bien ante la salida de Roffo.
Se fue desdibujando el trabajo de Colón, deslucido, ahora con Botta tirado por derecha, Galván retornando a la posición por izquierda y Perlaza sumándose al circuito central con Cardozo Lucena y Favio Alvarez. El problema seguía siendo el de no conseguir la pelota. Y hasta dio la impresión en un pasaje del segundo tiempo que la idea era más la de pararse de contragolpe que la de hacer lo más conveniente, que era la de jugar con la tenencia de la pelota.
Sobre los 20 minutos, Pipo experimentó dos cambios más. Salió Wanchope (estruendosamente silbado) para dar lugar al ingreso de Toledo y también Cardozo Lucena dejó su puesto de volante central para permitir el ingreso de Moreyra. Ya el partido no tenía el atractivo del primer tiempo. No tenía situaciones de peligro, no tenía goles y tampoco tenía emoción. Se hizo mucho más cortado, sin que ninguno pueda sacar ventajas ni crearle complicaciones al adversario.
Hasga que llegó el segundo. Otra vez una jugada de pelota quieta, esta vez un tiro libre cruzado al segundo palo, y otra vez Martínez para meter un cabezazo que no encontró una resistencia más efectiva de parte de Chicco. Parecía que no pasaba nada, a los dos les costaba mucho llegar, pero nuevamente en una pelota quieta y otra vez con un cabezazo, el partido se puso 2 a 1.
Gorosito apostó al último cambio con el ingreso de Guille por Galván. Lo paró como volante por derecha para liberar nuevamente a un Botta esta vez apático, sin ninguna incidencia en el trámite y siendo el reflejo de un Colón muy poco claro e impreciso con la pelota. Un compendio de impotencia.
Para el final, un Colón totalmente regalado y abierto le permitió a Instituto que aproveche un contragolpe para generar superioridad numérica en el terreno sabalero, que terminó con un toque corto de Martínez para Barrientos, que le pegó cruzado y no perdonó.
Lo sufrió Colón, lo padeció, fue un paso atrás y la consecuencia de un partido deslucido. Tuvo problemas defensivos y, lo que es peor, no tuvo esta vez la capacidad para manejar la pelota. Y allí estuvo el gran pecado, el grave error. Sin la pelota y con un rendimiento individual muy bajo de todos los que deben jugar al fútbol, Colón se convirtió en un equipo impotente, livianito y que le dejó al desnudo debilidades que el rival supo aprovechar.
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