Estar donde ocurren los hechos es una de las reglas de oro para los periodistas. Solo así se puede transmitir la verdadera esencia de los acontecimientos y encontrar los mejores testimonios que ayuden a explicar lo sucedido.
En una Redacción, hay hechos que cuando se producen nadie duda de que son una gran noticia. La explosión del edificio de calle Salta 2141, en la ciudad de Rosario, fue uno de ellos. Reunía casi todos los criterios de noticiabilidad que los periodistas, casi instintivamente, evaluamos antes de una cobertura. Fue algo imprevisto, que rompió abruptamente la rutina; gravísimo y de enorme magnitud, porque involucró a muchas personas; se produjo a pocos kilómetros de donde vivimos y vive nuestra audiencia, era cercano; y, además, el hecho estaba en plena evolución e iba a generar más y más noticias.
Estar donde ocurren los hechos es una de las reglas de oro para los periodistas. Solo así se puede transmitir la verdadera esencia de los acontecimientos y encontrar los mejores testimonios que ayuden a explicar lo sucedido.
Habían pasado unas horas de la tragedia y yo estaba inquieta en la Redacción; sentía que teníamos que estar allí, que El Litoral tenía que contarle a sus lectores cómo se vivían esas horas dramáticas en las que los rescatistas buscaban víctimas entre los escombros y las familias de los desaparecidos esperaban un milagro.
No costó mucho convencer a Gustavo Vittori, entonces director del diario, y al otro día Mario Hereñú, histórico chofer del medio, nos llevó a Rosario. Se sumó Agustina Mai y allá nos esperaba Germán De Los Santos, en esa época corresponsal del diario, y el fotógrafo Marcelo Manera. Ellos estaban abocados a la cobertura desde el minuto cero; pero para nosotras fue como entrar en una zona de guerra que solo habíamos visto en fotografías de lugares remotos. Cubrí la inundación de Santa Fe en 2003, y sus devastadoras consecuencias para la gente. Y la de 2007. Pero la de Rosario era otro tipo de tragedia.
Apenas cruzar el vallado dispuesto sobre el bulevar Oroño para despejar la zona de preocupados y curiosos, el silencio extremo nos impactó. Parecían escenas de una película muda. Fue realmente muy impactante y es lo que aún hoy, al recordar esos días de hace 10 años, me estremece: ese silencio respetuoso, doloroso, que transmite mucho más que cualquier palabra.
En las cuadras que rodeaban los escombros del edificio había mucha gente. Socorristas que habían llegado de otras ciudades, médicos, boys scouts, familiares, vecinos, periodistas, funcionarios, cada uno cumplía su función: desde asistir con café y una palabra de aliento, hasta aguardar el turno para ingresar al edificio desmoronado. Pero todos se movían sin hacer ruido. Es que el día después de la explosión la prioridad era encontrar a las 13 personas que aún no habían aparecido. No hubo mucha suerte en esa tarea. Ese día ya había 10 muertos y la cifra final cerró en 22.
Estar en el lugar nos permitió transmitir cómo se encontraba ese día el bulevar más importante de Rosario. Qué pasaba en los alrededores. Quiénes estaban. Qué hacían. Qué se sentía. Cómo contaban lo sucedido los protagonistas directos, los que estuvieron muy cerca de perder la vida por la explosión y se salvaron. Los que aseguraron ver correr al gasista. O la mamá que en medio de la angustia más infinita rogaba por la vida de su hijo. Y reflejarlo en las páginas del diario, en las impresas y en su edición digital, que en definitiva, son documentos que cuentan la historia y quedan para las generaciones futuras.