Durante años, para muchos vecinos y vecinas de Rosario, ciertas esquinas y veredas fueron sinónimo de abandono. Baldíos sin uso, sectores tomados por el arrojo irregular de residuos, tramos de calle evitados por inseguridad o falta de iluminación. Esos espacios —ni privados ni verdaderamente públicos en la práctica— concentraban reclamos repetidos y una sensación persistente de deterioro urbano. De esa acumulación de demandas surgió una política pública que hoy muestra resultados concretos: las plazas de bolsillo.
“El punto de partida siempre es el reclamo del vecino”, explica a Mirador Provincial Julieta De Luca, coordinadora del programa de Plazas de Bolsillo, que este año cerrará con 72 espacios recuperados a lo largo y ancho de la ciudad. “Son los vecinos los que nos dicen dónde hay que intervenir, dónde hay un basural crónico, dónde hay un espacio que se volvió un no lugar”.
El programa de Plazas de Bolsillo, formalizado por la Ordenanza N.º 10.114 en 2020, no nació de cero. Se apoya en una larga historia de normativas municipales vinculadas al uso social de baldíos y en una idea que atraviesa distintas gestiones: priorizar la función social del suelo urbano. El esquema actual sistematizó ese recorrido y lo convirtió en un mecanismo operativo, con reglas claras y una fuerte impronta territorial.

El reclamo como punto de partida
El circuito comienza lejos de los escritorios. “Las Direcciones de Distrito aportan la mirada territorial indispensable”, señala De Luca. Los reclamos ingresan por múltiples vías —el número 147, el chatbot Munibot, los consejos barriales y los operativos barriales— y se acumulan en un mapa vivo de demandas urbanas.
En ese proceso aparece un primer filtro vinculado a la repetición de los reclamos, la complejidad del problema y el impacto que tiene en la vida cotidiana del barrio. A esa lectura se suman criterios de priorización relacionados con la cercanía a escuelas, centros de salud, paradas de transporte público, corredores urbanos y áreas de actividad económica barrial.
A diferencia de las plazas tradicionales, las plazas de bolsillo operan sobre una escala mínima pero estratégica. “Estamos hablando, en la mayoría de los casos, del espacio entre la línea municipal y la calle. Todo ese espacio verde y de vereda, que suele tener entre tres y cinco metros de ancho, es el que se interviene a lo largo de una cuadra”, explica De Luca.
En términos lineales, la intervención promedio ronda los 100 metros, aunque en zonas más complejas puede extenderse a dos o incluso cuatro cuadras. “Hemos llegado a hacer hasta 400 metros lineales de erradicación de basurales, según la situación del barrio”, señala la coordinadora del programa.

Qué terrenos estaban sujetos a esta política y qué pasa ahora
La Ordenanza N.º 10.114 habilitó originalmente la incorporación tanto de terrenos estatales como privados al programa. En el caso de los baldíos privados, el mecanismo previsto era la cesión temporal y gratuita mediante un contrato de comodato, sin que eso implicara un cambio en la titularidad del inmueble. “El esquema estaba pensado para recuperar terrenos ociosos, incluso privados, a partir de acuerdos voluntarios”, explica De Luca.
La norma contemplaba beneficios concretos para los propietarios, como exenciones de tasas, condonación de multas vinculadas al mantenimiento del baldío y planes especiales de pago, siempre que el terreno se cediera por un plazo mínimo. Ese enfoque permitió avanzar en una primera etapa del programa y consolidar la idea de que un baldío podía cumplir una función social sin perder su condición jurídica.
Con el paso del tiempo, el municipio redefinió el foco operativo. “Hoy estamos concentrados exclusivamente en espacios de dominio público. Las plazas de bolsillo que estamos ejecutando ahora —unas cuatro o cinco por mes— se hacen sobre veredas, esquinas y espacios que ya son públicos”, dice De Luca.

Reconstruir la circulación
La intervención no se limita a sumar espacio verde. Implica una transformación integral del entorno urbano. “Se reconstruyen las veredas, se colocan juegos aeróbicos, bancos, mesas, se suma iluminación. Se reconvierte toda la cuadra”, detalla De Luca.
Estas acciones buscan revertir situaciones de abandono que durante años afectaron la circulación cotidiana. Calles evitadas, esquinas asociadas a la inseguridad y sectores degradados comienzan a recuperar tránsito y presencia vecinal a partir de la intervención.
En ese proceso, la participación de quienes viven y transitan el lugar resulta central. “Creemos que es fundamental hacer parte al vecino que convive y transita en el lugar”, sostiene De Luca. “La experiencia demuestra que la erradicación resulta más efectiva cuando los vecinos conocen el proyecto y se reconocen como parte del proceso”.

Un programa transversal
Las plazas de bolsillo se sostienen en un trabajo transversal que involucra a distintas áreas del Estado municipal: Ambiente y Espacio Público, Desarrollo Humano y Hábitat, Obras Públicas, Planeamiento, Cultura y Cercanía y Gestión Ciudadana. Esa lógica interdisciplinaria permite adaptar cada intervención a las particularidades del territorio.
“No hay dos plazas iguales”, resume De Luca, al describir una política que retoma antecedentes normativos vigentes desde fines de la década de 1970, atravesó distintas ordenanzas y tuvo un hito en 2004 con el Programa para el Uso Social de Baldíos.
Con más de 70 espacios ejecutados o en ejecución, las plazas de bolsillo se consolidan como una herramienta de escala barrial que transforma reclamos persistentes en espacios de uso cotidiano. Donde antes había basura y abandono, hoy aparecen lugares de descanso, circulación y encuentro, integrados a la vida diaria de la ciudad.
