El reconocido motoviajero santotomesino Pablo Imhoff, quien acaba de regresar a su ciudad natal tras casi seis años de recorrer América en moto hasta Alaska, visitó la redacción de El Litoral. Imhoff destacó que su Honda C90 de baja cilindrada fue clave para una inmersión cultural profunda, permitiéndole una conexión única con la gente y las costumbres locales. El aventurero compartió la experiencia de su travesía y el impacto de viajar «despacio» por el continente.
El regreso a casa del santafesino que cumplió un sueño épico
Pablo Imhoff, el motoviajero oriundo de Santo Tomé que unió Ushuaia con Alaska en una aventura de casi seis años, regresó a nuestra región para pasar las fiestas y compartir su experiencia. Tras un breve paso por el Obelisco en Buenos Aires, donde se encontró con seguidores y, curiosamente, con su propio hermano, Pablo eligió las instalaciones de la redacción de El Litoral en la ciudad de Santa Fe para conversar sobre este viaje que lo transformó.
«Soy motoviajero, YouTuber, influencer, creador de contenido y nómada digital. De todas esas etiquetas, con la que más me identifico es con la de YouTuber, porque es a lo que más ganas le pongo y creo que es lo que mejor me sale», explicó Pablo, quien hoy cuenta con más de un millón y medio de suscriptores que siguieron su travesía día a día.
De Santo Tomé a Alaska: una travesía en la «Econo»
La aventura de Pablo comenzó en enero de 2020, cuando partió de Santo Tomé con su Honda C90, bautizada como «La Econo». El objetivo: unir los extremos del continente americano. «Elegir una moto pequeña hace que el viaje sea mucho más aventurero; es un verdadero desafío de bajas cilindradas que te obliga a adaptarte a contratiempos constantes», relató. Alaska, para él, representaba el otro extremo, pero el verdadero foco estuvo en el camino: los 15 países, los más de 56.000 kilómetros recorridos y la riqueza cultural de su gente.
El viaje, que inicialmente Pablo proyectó para tres años y medio, se extendió a casi seis. «El mismo viaje me obligó a tomar un ritmo un poco más desacelerado», confesó. Esta lentitud le permitió sumergirse en las culturas, interactuar con la gente y ser parte de las sociedades que visitó, conviviendo incluso con tribus aborígenes.
Desafíos y resiliencia en la ruta
La travesía estuvo marcada por desafíos inesperados. La pandemia de Covid-19 lo encontró en Ushuaia, obligándolo a detenerse casi un año. A pesar de todo, ese período fue «uno de mis mejores años» porque le permitió descubrir el lugar y generar un fuerte vínculo con su gente.
El cansancio físico y emocional también se hizo presente. «Después de casi once años viajando, viviendo de forma nómada, por momentos sí se siente el cansancio. Se extraña y se necesita también un lugar donde hacer base», admitió. La moto, su fiel compañera, requirió reparaciones importantes, incluyendo dos reconstrucciones de motor en Perú y Ecuador, producto de la exigencia de la altura en la Cordillera de los Andes. «Esta moto es la más vendida de la historia y es muy fácil conseguir repuestos y arreglarla en cualquier lado», destacó.
Entre los momentos más difíciles, recordó una vez que, acampando a 5.000 metros de altura en el Abra del Acay, sufrió mal de montaña en medio de una tormenta de nieve, llegando a pensar que no sobreviviría.
La comunidad digital y el sustento del viaje
Pablo logró que su sueño fuera sustentable gracias a las redes sociales. «Mi principal sustento es YouTube, complementado con Instagram, algunos sponsors y una tienda online. Por suerte, pude costear todo el trayecto con esos ingresos», explicó. La comunidad que construyó a través de sus videos fue fundamental, un apoyo que él mismo reconoció al llegar a Alaska: «Esto no es solo mío. Siéntanse parte de este sueño, porque sin ustedes no lo lograba».
Para él, el cumplimiento de este sueño es comparable a lo que siente un futbolista al ser campeón del mundo. «Se siente haber cumplido un sueño de años. Además, en lo profesional, logré crear contenido de calidad y alcanzar el millón de suscriptores», afirmó.
Reflexiones sobre el camino y la identidad latinoamericana
Entre los momentos más memorables, Pablo destacó acampar en el Salar de Uyuni el día de su cumpleaños, el encuentro cara a cara con un jaguar en Tikal (Guatemala), el cruce del Tapón del Darién compartiendo con migrantes, la llegada a Alaska y el regreso a Argentina por la cordillera mendocina.
Al analizar la identidad latinoamericana, nuestro motoviajero concluyó: «Somos una misma cultura. Aunque cambien algunas costumbres, compartimos el idioma, la religión y hasta la esencia de las comidas. América es un conjunto de países que conforman una misma unidad cultural, lo que te permite interactuar y ser uno más en cualquier lugar». El viaje lento en una moto pequeña le permitió esa inmersión, una oportunidad que un vehículo más grande no brinda.
El futuro después de Alaska
Tras tocar el cartel de «Welcome to Alaska» en medio de lágrimas y una emoción indescriptible, Pablo anunció el fin del «Proyecto Alaska». Sin embargo, esto no representa un cierre definitivo para su espíritu viajero. «Este viaje está por encima de los anteriores respecto a lo épico que fue, pero no lo veo como un cierre. Por ahora, la idea es seguir viajando, pero nunca se sabe qué va a pasar», adelantó.
Actualmente, Pablo se encuentra en una etapa de transición, disfrutando y procesando lo vivido. «Por ahora no quiero ponerme metas largas. Seguramente viva un tiempo en Buenos Aires y siga relacionado con los viajes y las motos en las redes, pero sin objetivos inmediatos», comentó. Al mirar hacia atrás, si pudiera hablar con el Pablo que salió en 2014, le diría «que no se tome todo tan en serio». «Soy muy perfeccionista y exigente, y aunque eso me ayudó a llegar, a veces me impedía disfrutar del momento por estar tan enfocado en generar contenido de calidad», reflexionó.
Para el motoviajero santafesino, un viaje de esta magnitud es como «armar un rompecabezas infinito: mientras estás en la ruta, vas recolectando piezas de culturas, paisajes y personas, y solo al regresar y mirar hacia atrás lográs ver la imagen completa de lo que realmente viviste». Pablo Imhoff regresó a Santo Tomé y a Santa Fe, pero no es el mismo que partió. El camino, sin duda, ha dejado sus marcas.
