Es tremendo. Pero en estas fiestas siempre aparece la imagen de Diego. El del gol, el de la gambeta. El de los sueños futboleros. El patrón del potrero.

Quizás porque de pibe mi ilusión de Nochebuena era encontrar debajo del arbolito esa pelota de cuero para ir a la calle y entre los brindis de los mayores, patear contra la pared, abriendo los ojos grandes, para detener el balón con prestancia y técnica, imaginando que el DT del equipo de Primera me veía y me iba a convocar.

La pelota siempre estuvo debajo del arbolito de Navidad. La viejita querida interpretaba a la perfección aquellos requerimientos de infancia.

La Navidad nos traspasa. Rara cosa porque nos envuelve entre los sentimientos idos y la ansiedad de poder brindar a futuro nos congrega a la medianoche.

Que las familias no son como aquellas, que los ensambles renuevan, que ahora es con amigos en muchos casos.
Pero son las pausas para ver qué pasó en este año. Recordar a los nuestros idos y darle manija a las nuevas generaciones para que la copa siga en alto.

Yo guardo de las Navidades los mejores recuerdos. El fuego de leños en el campo santafesino en las noches de estrellas refulgentes. Otras en la ciudad y prolongando la noche hasta que el día se abrazaba con el sol en tambaleantes regresos a casa.

Ya no me fijo en los días tristes, en las cargas pesadas de otros tiempos, en las ausencias punzantes. Y si me fijo es para agradecerles porque también me hicieron crecer. Hoy quiero bailar, abrazar, mandar un mensaje de alegría. Decirles “te amo a mis hijos”.

Pero, hoy que el equilibrio me envuelve, siento la necesidad de expresar que para mí la pelota de fútbol ha sido mi fiel compañera en esta vida.

Y no la despego de Diego. “La pelota es el juguete más lindo que tuve”, dijo alguna vez.

De cuero, de plástico, la Pulpo, de trapo. No importa. Esa pelota es la cara de Maradó….

Feliz Navidad. Y que la vida nos siga regalando muchos potreros. La esencia de todo está ahí.