Reseñas peluqueriles

Mujeres tras las rejas

 Graciela Rojas, la incansable trabajadora por los derechos de las mujeres presas tiene mucho para contar desde sus libros y sobre la acción constante que lleva a cabo en las cárceles. Cada derecho ganado suele complicarse y lo obtenido a veces retrocede. Aún así va sentando bases para las generaciones futuras, para que se visibilice a través de su oratoria escuchada y presentada tanto en el país como en Chile o Uruguay.

18-03-2024 | 17:22 |

Las investigaciones de Graciela se demuestran en una gran cantidad de artículos que figuran en distintas universidades como la UBA o la Universidad de San Martín.
Foto:Foto: Gentileza.


“Soy del Abasto, de cuando había carreta y mercado y que ahora es la Plaza Libertad. Hice la primaria en la Escuela Juana Manso a la que llegábamos caminando con mi hermana. En ese momento era una escuela destacada, con programas especiales. El secundario lo hice en el Consejo de Mujeres, que después pasó a llamarse María Bicecci. En aquel momento tenía cierto prestigio y un nivel por encima del promedio que fue bastante innovador, porque tenía las primeras escuelas contables para mujeres. Me recibí en 1966; de esa generación aparecieron las primeras mujeres que salían del secundario sabiendo contabilidad, un hecho que rompía varias estructuras porque corría ese pensamiento de que solamente el hombre podía amasar fortunas y manejar las economías. Inmediatamente empecé a trabajar en una financiera y a estudiar abogacía”.

-¿En qué momento empieza tu militancia?


-En el secundario integraba los grupos de voluntariado de la Cruz Roja, hacíamos acercamientos barriales. En ese tiempo teníamos ese pensamiento de fijarnos en las necesidades de los otros. Vengo de familia peronista, soy hija de un foguista de barco que se quemó la panza poniéndole el fuego, la vista y la vida a la caldera. Era sindicalista y tenía bien en claro que solamente la ascensión social iba a suceder a través de la preparación, el trabajo, la capacitación y el estudio. El propendía mucho a que estudiáramos con mi hermana quien al final hizo solamente el secundario, pero era autogestiva, trabajadora y muy dispuesta; se rebelaba contra las formas.

-¿Cómo empieza tu trabajo en la docencia?


-Cuando conocí a Juan Carlos, que estudiaba Derecho; estaba más avanzado en la carrera y cuando nos casamos, sucedió esto muy común de mi época. Teníamos los mismos intereses, pero era difícil para nuestra economía. Yo aguantaría hasta que Juan Carlos se recibiera y colaboraba con él adentro de la casa o con los trabajos jurídicos de acompañamiento. Cuando volví a la Facultad de Derecho, entendí que me faltaba mucho y resolví hacer el profesorado de enseñanza primaria. Hice la residencia en el colegio Lasalle y ahí me dieron un grado. Después me llamaron de una escuela socio-asistencial, que era La Basilicata, en Virasoro y Corrientes. Ahí encontré mi lugar en la docencia. Trabajábamos con Villa La Lata. Íbamos a buscar a los chicos y tuvimos una relación hermosa. Suelo verme con algunos que encuentro en lugares que no quisiera que estén y a otros los encuentro bien. Fue un trabajo enriquecedor y los pibes aprendían y tenían unos cuadernos prolijitos. Uno iba a golpear la puerta de sus casas y nunca había nadie que atendiera o se ocupara y sin embargo progresaban dentro de la escolaridad. Es difícil salir de ese espacio territorial, ahí uno va entendiendo que la igualdad es una fantasía, porque sin libros, sin recursos, sin apoyo, sin políticas públicas, los pisos nunca son iguales para partir. Muchos años después me fui al Normal 3, e hice un trabajo parecido al de La Basilicata. Es un complejo educativo histórico con una raíz importante porque había sido una escuela media de élite de varones, para un nivel social acomodado, los hijos de profesionales y comerciantes. Pero con el correr del tiempo las cosas van descantando y las familias van mirando como objetivo social el de cambiar de escuela y salir del barrio.

-Tu trabajo en las cárceles ha sentado un precedente importante en el país, ¿cómo empieza todo?


-Empiezo a ver que a los cargos jerárquicos de AMSAFE los ocupaban varones y en el recuento de todo lo que iba viviendo como la domesticidad, la vida social, el compañerismo con mis colegas, me fue llevando a investigar, estudiar y leer sobre el feminismo. En el año 2006, desemboco en la maestría de género. Ya había hecho una licenciatura en la Universidad de El Salvador, en Pedagogía Social, en donde también quedé como profesora durante cuatro años trabajando con adultos. Y miraba cómo se iban desarrollando las profesiones en desigualdad, la falta de empatía o ese desclase que hay con las mujeres en muchos espacios. La maestría la empezamos con Raquel Miño, una compañera de escuela. Debíamos presentar un pre-proyecto para trabajarlo a lo largo de la carrera. También íbamos asistiendo a los encuentros de mujeres que se hacen en distintas partes del país. Fuimos a Jujuy ese año en que estuvo en el tapete la situación de Romina Tejerina. Una joven del interior de Jujuy que mata a su bebé neonato y es condenada primero a prisión perpetua y después es revisado en la corte. Con Raquel dijimos: “mirá cuántas aristas hay de mujeres no vistas”. Vimos tesis hechas sobre mujeres empresarias, del servicio doméstico, maternidad, sobre docencias, pero mujeres presas no había nada y con eso hicimos nuestro proyecto. A fin de octubre del 2006, hicimos la primera llegada a través de Soledad Pedrana, una psicóloga que trabajaba en el servicio penitenciario que gestionó nuestro ingreso a las cárcel de mujeres.

Las investigaciones de Graciela se demuestran en una gran cantidad de artículos que figuran en distintas universidades como la UBA o la Universidad de San Martín. Ha participado en foros, en conversatorios a nivel nacional, en Chile y Uruguay. Cuenta con un equipo con el que va a dar charlas a las facultades, pero insiste en que es un tema difícil de poner en la agenda. El resultado de sus investigaciones fue volcado a libros. Escribió Nadie las visita e Historias presas con Raquel Miño y hace poco salió Confinadas, una obra que resume su enorme compromiso con el tema.


-¿Cómo podés resumir todo este trabajo?


-Historias presas es de ficción y Nadie las visita plantea el estado de combinación de la mujer con el hijo. ¿Qué hace con el hijo adentro de la cárcel? Cuando una mujer cae presa se desmorona toda la estructura familiar. Porque en general son de familias monoparentales. El encarcelamiento femenino hace lo que dice Eugenio Zaffaroni: el punitivismo es selectivo, camina por los barrios pobres, suburbanos, marginales. El problema cae sobre otra mujer cuando una de ellas va presa y la mujer que sostiene a los pibes, difícilmente pueda ir a visitarla. Porque sin sustento no tiene cómo. Y los defensores que son públicos, también hacen agua. En las cárceles de varones a las mujeres las sacan de acá y las llevan a cumplir la visita sanitaria de los varones. Están paraditas ahí con los bolsos, con los pibes, siempre la mujer, la novia, la madre, la amante, la prima, aquella que le quiere arrastrar el ala, todas. Porque el sistema carcelario tampoco cumple con lo que tiene que cumplir. Por ejemplo, hicieron una cárcel nueva en 27 de febrero al 7800. El colectivo te deja a 5 cuadras en medio de la Villa Santa Lucía. Sabiendo que para las mujeres el agua es indispensable, porque menstruamos, amamantamos, o tenemos situaciones ginecológicas indispensables, no hay agua. No hay un espacio hecho para la mujer cuando llega el preparto o el posparto; tampoco lugar para la visita íntima. Una construcción nueva que al final regula la sexualidad de las mujeres. Cuando fundamos con Raquel Miño, la ONG Mujeres Tras las Rejas, mucha gente se sintió motivada y convocada a visibilizar el encierro carcelario femenino. Dice la ley que las personas privadas de la libertad, en la última parte de su pena, deben tener acceso, a la capacitación, al estudio, al trabajo. Escribimos un protocolo para convertirlo en ley con respecto a la presencia de la niñez encarcelada que tiene media sanción en diputados. Lo presentamos en el 2022 en la gobernación y tuvo la apoyatura de diputadas y senadores también, pero todavía no salió de senadores. Porque cuando los chicos pasan la barrera de los 12 años quedan a cargo de una tía o una abuela y a través de entrevistas de todas las partes incluso a los pibes, llegamos a la conclusión de que, hasta cierta edad, los varones y las nenas cumplen con la escolaridad y quedan como más sujetos a la estructura familiar. Pero aunque tengan al padre preso desfenestran a la madre presa. Que por culpa de ella les pasa esto y se rebelan en contra de las estructuras familiares, caen en adicciones, en el delito, en la prostitución, en embarazos no deseados. ¿Y quién se hace cargo de esos pibes? ¿Qué responsabilidad tiene la ley?

-Aparte de ser tu primer libro de trabajo individual, Confinadas es un trabajo de investigación que lleva a cuestionar todo el régimen carcelario desde el ingreso hasta el egreso de las mujeres presas.


-Sí, se cuestiona la ley de ejecución de la pena, que es una sola, pero ¿cómo es que su aplicación se da con tanto desequilibrio? Confinadas tiene una segunda parte que es un conversatorio que se hizo en el 2021 en forma virtual. Participaron mujeres descarceladas y mujeres que estaban aún en prisión. Tuvo más de 200 asistentes y duró 6 meses. Fue en el Museo de la Ciudad, estuvieron tres de ellas, que están en libertad y que no les resulta fácil mostrarse porque hay una discriminación y una culpa que no la tiene el varón que sale de la cárcel. Se les complica en la escuela de los chicos, en lo social, para encontrar trabajo o en el entorno familiar. En el 2021 alquilamos y creamos la Casa de Pre-Egreso. Le dimos función legal a un espacio que lo habilitó la seguridad de la provincia y los jueces lo establecieron. Por tres años le dimos ese espacio de salida a las mujeres, pero llegaron los nuevos gobiernos y hubo que levantarla porque se triplicó el alquiler. Pasaron muchas mujeres y sólo dos reincidieron, el resto fue construyendo autonomía, buscaron trabajos, se canalizaron. Trabajamos también con las que construyen sus núcleos familiares, tanto de varones como de mujeres encarceladas. Porque las mujeres sostienen las cárceles, son las que se preocupan si el varón tiene fiebre, si necesita médicos, psicólogos, o atención de otro tipo. Y ellas se debaten en la cárcel. Ahora hay una nueva legislación muy extrema en la provincia. Se quitaron accesos a derechos que responde a los reclamos de la gente que no visualiza esta situación social. ¿Qué es lo que pasa con esa masa empobrecida, discriminada, excluida? Tendría que revertirse con más escuelas, más hospitales, más atención de salud, más lugares de recreación para ese grupo humano. La situación deshumanizante solo produce mayor violencia.


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