La investigación fue realizada en las ciudades de Rafaela, Esperanza, Santa Fe, Rosario y el corredor de la ruta 1.
El consumo que más creció es el de ansiolíticos y antidepresivos que se venden ilegalmente en comercios formales. La trazabilidad e identificación de las drogas desapareció como política de Estado. Sin la prensa que rodea al narcotráfico, pero con similar daño a la salud pública, la rentabilidad extraordinaria del mercado negro ha transformado a titulares de droguerías en parte de un sistema criminal que incluye cuentas off shore, en paraísos fiscales, que han pasado desapercibido en las filtraciones de los últimos años.
La investigación fue realizada en las ciudades de Rafaela, Esperanza, Santa Fe, Rosario y el corredor de la ruta 1, en un total de 132 visitas a locales comerciales en donde se corroboró la oferta de medicamentos de distinta complejidad sin utilizar ardid alguno, más que la pregunta directa y concreta en demanda de fármacos.
De la muestra periodística, documentada, extraemos los elementos que determinamos más preocupantes y con alto impacto en la salud pública provincial.
En este primer informe, realizamos un “corte” cuantitativo de lo que supone la existencia de un mercado negro de drogas farmacéuticas cuya oferta es natural y naturalizada. Esto evidencia una estructura logística, financiera y fiscal de dimensiones incalculables que emanan de la precariedad de un sistema que nace en gigantes laboratorios – privados y públicos- y terminan los kioscos más recónditos de barrios periféricos. La oferta es variada y se puede acceder a digestivos, analgésicos, descongestivos y hasta psicofármacos, anticonceptivos, abortivos, en “stock”. Y una variante que es: “Te lo puedo conseguir si me das una semana”.
Lo que aquí relatamos, no solo es conocido por el Estado y su poder de policía de la salud pública, sino que no resultará sorpresivo, para la gran mayoría de los lectores, y es que desde las farmacias de los efectores públicos, es desde donde sale una sideral cantidad de medicamentos como fruto de la falta de controles y laxitud de compras a “granel”.
Un tupper plástico, por lo general, es la farmacia del kiosco o almacén del barrio. En su interior, decenas de blíster de medicamentos, de distintos colores y tamaños, se apiñan junto a una tijera escolar y un cartoncito en los que figura la “lista de precios”.
Buscapina, ibuprofeno, diclofenac, dorixina, paracetamol, algún que otro multi vitamínico, antidiarreicos, antihistamínico, pastillas para el dolor de garganta, agua oxigenada, descongestivos, merthiolate, pervinox, alguna crema cicatrizante, antibióticos variados y la variante pos pandémica que se estrena en el mercado negro: los psicofármacos.
Estos son algunos de los medicamentos que no pueden faltar en el stock permanente de cualquier kiosco.
Marta, de barrio Roma, cuenta que “a mi marido se le ocurrió, el año pasado, una promoción que eran cuatro buscapinas de regalo con la compra de un cajón de cerveza” se ríe, “el de enfrente después nos consiguió, del hospital, kits de suero con los descartables, dicen que es mágico para la resaca. Los vecinos nos cargan porque dicen que les hacemos comprar más porrones porque tenemos el antídoto”.
Marta, de manera idéntica a los demás kioskeros, tiene un discurso uniforme y certero “yo no te vendo cualquier cosa, estás pastillas son de venta libre y sé a quién le compro. Dos o tres veces por semana pasan ofreciendo, pero al único al que le compró es uno de acá del Centro de Salud. Ibuprofeno me vende, es lo que más se compra y él los regala prácticamente, entonces vendo por tabletas”. Le pido entonces una tableta y lo saca de otro lado, una bolsa llena, “10 pastillas por 300 pesos”, me la extiende y veo que son del Laboratorio de la provincia (LIF), se lo hago saber y me responde “pero no te preocupés que funciona, ayer con el calor me latía la cabeza del dolor, me tomé media y ya está, mi marido vuelve del taller y toma una por las dudas antes de comer”.
Inútil sería explicarle que “venta libre” refiere a “sin prescripción médica” y que “el despacho y venta al público de medicamentos, en todo el territorio de la Nación, solamente puede ser efectuado en farmacias habilitadas” (Ley 26.567).
La venta libre y liberada de medicamentos, de todo tipo, está tan generalizada, y precarizado su control, que sería absurdo detenerse en los daños colaterales latentes en la liviandad de la ingesta de pastillas, sin seguridad alguna, como costumbre popular normalizada e “inevitable”.
Ricardo, un almacenero de Nuevo Alberdi (Rosario), tiene el tupper debajo de la caja registradora. Ante mi pregunta se defiende: “Mirá, todo es venta libre, andate al Rucci y preguntá, te hacen hasta una quimioterapia atrás de las heladeras”, nos reímos y aprovecho para aclararle que me está vendiendo comprimidos por unidad sin saber cuál es la fecha de vencimiento. Podrían ser placebos, migas de pan duro o plastina coloreada.
No me vendería un yogurt, una leche o un pan lactal vencido, pero un medicamento sí. “Mirá, me responde, en esta manzana hay tres kioskos y el mío, estas pavadas las vendemos todos, es un servicio, si querés saber de dónde sale, fíjate la marca. Si nadie los controla a ellos, que venden millones ¿Me vas a hacer quilombo a mí, al que vende unas cuantas tabletas por día?”.
Lo miro y un poco por miedo y bastante por sentido común, le devuelvo una sonrisa a su enojo y le regalo un sincero, “tenés razón”.
En todo el recorrido, con la documentación fotográfica obtenida, se pueden ver todo tipo de medicamentos de los más conocidos laboratorios
¿Cómo es que productos, incluso troquelados, desaparecen del circuito legal de suministro, en grandes cantidades, sin que laboratorios, droguerías y farmacias noten semejante faltante?
¿Cómo es que se pueden comercializar drogas, en Santa Fe, del propio Laboratorio del Estado y que son “extraídas” de las farmacias de centros de salud, para luego venderse en los kioscos?.
Dicen que Rucci (norte de Rosario) es un barrio “heavy”.
La inconsciencia del ajeno hace que vaya en busca de un poco “más” de lo que implica el mercado negro farmacéutico. “Lo usan para cortar”, “te venden misoprostol”, “no hay psicofármaco que no tengan”, “podés tener morfina del hospital, pero si vendés flores sin autorización de la cana te dan vuelta el boliche”. Estas son algunas de las “verdades” que circulan por las barriadas de la periferia (no tan profunda) de Rosario.
En ciertos puntos, no importa el barrio, los kioscos y almacenes, te ofrecen desde una curita, un kilo de harina y a la vez son parte de la venta ilegal de benzodiazepinas que están íntimamente ligadas al narcotráfico.
No son, todavía, lo mismo, aunque – sean drogas legales o ilegales adictivas- el efecto sobre la salud es peor. Difiere en la criminalidad que conlleva y la violencia que es parte del valor agregado.
“No es cierto que el corte, del corte, del corte (los ´soldaditos´) lo hagan con ansiolíticos o hipnóticos. Es caro. Aunque no creas el cloro en polvo es lo que más se usa, o el polvillo de los tubos fluorescentes, etc.” explica R.M. quien se presenta como exadicto, convertido al evangelismo.
“El clona, por ejemplo, es una droga que genera dependencia solita y los pibes piran mezclándola con birra o vodka”, explica el viejo de la “vieja guardia”.
“Mirá”, nos cuenta moviendo la cabeza: “Rosario ya no es paso o consumo, es también producción, hay cocinas ´autorizadas’. Laboratorios y droguerías, cuanto menos, abastecen o, directamente, son la fachada para procurarse de precursores. Si tienen ´vía libre´ para semejante monstruo, por qué alguien les impediría infectar los barrios de psicofármacos que son el rito de iniciación da la pibada”.
El recorrido sigue por Rucci. En un pequeño almacén (TyN), a metros de los monoblocks, nos encontramos con la mamá de quienes abrieron un negocito con unas pocas cosas y una sola heladera: “¿Sabés adonde queda la farmacia más cerca? A 25 cuadras. Si yo te vendo algo para que te puedas dormir, o viene una mamá buscando para que su nena se saque el bebé, o lo que sea, yo le digo ´acá tené´ y si no pregunto más. Yo curé a todo quien veas caminando por Rucci, empacho, tortícolis, nervios salidos, mal de ojo. Mi mamá me enseñó y a ella mi abuela. Ahora quieren todo rápido, ni un boldo se quieren tomar, entonces vienen acá y le digo ´con esto ya está´, si está en un blíster te creen y bueno: ¿Qué querés que haga?
Lo que todos vemos
La investigación fue realizada en las ciudades de Rafaela, Esperanza, Santa Fe, Rosario y el corredor de la ruta 1, en un total de 132 visitas a locales comerciales en donde se corroboró la oferta de medicamentos de distinta complejidad sin utilizar ardid alguno, más que la pregunta directa y concreta en demanda de fármacos.
De la muestra periodística, documentada, extraemos los elementos que determinamos más preocupantes y con alto impacto en la salud pública provincial.
Tenés que leer
En este primer informe, realizamos un “corte” cuantitativo de lo que supone la existencia de un mercado negro de drogas farmacéuticas cuya oferta es natural y naturalizada. Esto evidencia una estructura logística, financiera y fiscal de dimensiones incalculables que emanan de la precariedad de un sistema que nace en gigantes laboratorios – privados y públicos- y terminan los kioscos más recónditos de barrios periféricos. La oferta es variada y se puede acceder a digestivos, analgésicos, descongestivos y hasta psicofármacos, anticonceptivos, abortivos, en “stock”. Y una variante que es: “Te lo puedo conseguir si me das una semana”.
Lo que aquí relatamos, no solo es conocido por el Estado y su poder de policía de la salud pública, sino que no resultará sorpresivo, para la gran mayoría de los lectores, y es que desde las farmacias de los efectores públicos, es desde donde sale una sideral cantidad de medicamentos como fruto de la falta de controles y laxitud de compras a “granel”.
Venta libre liberada
Un tupper plástico, por lo general, es la farmacia del kiosco o almacén del barrio. En su interior, decenas de blíster de medicamentos, de distintos colores y tamaños, se apiñan junto a una tijera escolar y un cartoncito en los que figura la “lista de precios”.
Buscapina, ibuprofeno, diclofenac, dorixina, paracetamol, algún que otro multi vitamínico, antidiarreicos, antihistamínico, pastillas para el dolor de garganta, agua oxigenada, descongestivos, merthiolate, pervinox, alguna crema cicatrizante, antibióticos variados y la variante pos pandémica que se estrena en el mercado negro: los psicofármacos.
Estos son algunos de los medicamentos que no pueden faltar en el stock permanente de cualquier kiosco.
Marta, de barrio Roma, cuenta que “a mi marido se le ocurrió, el año pasado, una promoción que eran cuatro buscapinas de regalo con la compra de un cajón de cerveza” se ríe, “el de enfrente después nos consiguió, del hospital, kits de suero con los descartables, dicen que es mágico para la resaca. Los vecinos nos cargan porque dicen que les hacemos comprar más porrones porque tenemos el antídoto”.
Marta, de manera idéntica a los demás kioskeros, tiene un discurso uniforme y certero “yo no te vendo cualquier cosa, estás pastillas son de venta libre y sé a quién le compro. Dos o tres veces por semana pasan ofreciendo, pero al único al que le compró es uno de acá del Centro de Salud. Ibuprofeno me vende, es lo que más se compra y él los regala prácticamente, entonces vendo por tabletas”. Le pido entonces una tableta y lo saca de otro lado, una bolsa llena, “10 pastillas por 300 pesos”, me la extiende y veo que son del Laboratorio de la provincia (LIF), se lo hago saber y me responde “pero no te preocupés que funciona, ayer con el calor me latía la cabeza del dolor, me tomé media y ya está, mi marido vuelve del taller y toma una por las dudas antes de comer”.
La oferta es variada y se puede acceder a digestivos, analgésicos, descongestivos y hasta psicofármacos, anticonceptivos, abortivos, en “stock”.
Inútil sería explicarle que “venta libre” refiere a “sin prescripción médica” y que “el despacho y venta al público de medicamentos, en todo el territorio de la Nación, solamente puede ser efectuado en farmacias habilitadas” (Ley 26.567).
La venta libre y liberada de medicamentos, de todo tipo, está tan generalizada, y precarizado su control, que sería absurdo detenerse en los daños colaterales latentes en la liviandad de la ingesta de pastillas, sin seguridad alguna, como costumbre popular normalizada e “inevitable”.
“Tomate una de estas”
Ricardo, un almacenero de Nuevo Alberdi (Rosario), tiene el tupper debajo de la caja registradora. Ante mi pregunta se defiende: “Mirá, todo es venta libre, andate al Rucci y preguntá, te hacen hasta una quimioterapia atrás de las heladeras”, nos reímos y aprovecho para aclararle que me está vendiendo comprimidos por unidad sin saber cuál es la fecha de vencimiento. Podrían ser placebos, migas de pan duro o plastina coloreada.
No me vendería un yogurt, una leche o un pan lactal vencido, pero un medicamento sí. “Mirá, me responde, en esta manzana hay tres kioskos y el mío, estas pavadas las vendemos todos, es un servicio, si querés saber de dónde sale, fíjate la marca. Si nadie los controla a ellos, que venden millones ¿Me vas a hacer quilombo a mí, al que vende unas cuantas tabletas por día?”.
Lo miro y un poco por miedo y bastante por sentido común, le devuelvo una sonrisa a su enojo y le regalo un sincero, “tenés razón”.
La trazabilidad e identificación de las drogas desapareció como política de Estado.
En todo el recorrido, con la documentación fotográfica obtenida, se pueden ver todo tipo de medicamentos de los más conocidos laboratorios
¿Cómo es que productos, incluso troquelados, desaparecen del circuito legal de suministro, en grandes cantidades, sin que laboratorios, droguerías y farmacias noten semejante faltante?
¿Cómo es que se pueden comercializar drogas, en Santa Fe, del propio Laboratorio del Estado y que son “extraídas” de las farmacias de centros de salud, para luego venderse en los kioscos?.
Psicofármacos y el narco
Dicen que Rucci (norte de Rosario) es un barrio “heavy”.
La inconsciencia del ajeno hace que vaya en busca de un poco “más” de lo que implica el mercado negro farmacéutico. “Lo usan para cortar”, “te venden misoprostol”, “no hay psicofármaco que no tengan”, “podés tener morfina del hospital, pero si vendés flores sin autorización de la cana te dan vuelta el boliche”. Estas son algunas de las “verdades” que circulan por las barriadas de la periferia (no tan profunda) de Rosario.
En ciertos puntos, no importa el barrio, los kioscos y almacenes, te ofrecen desde una curita, un kilo de harina y a la vez son parte de la venta ilegal de benzodiazepinas que están íntimamente ligadas al narcotráfico.
No son, todavía, lo mismo, aunque – sean drogas legales o ilegales adictivas- el efecto sobre la salud es peor. Difiere en la criminalidad que conlleva y la violencia que es parte del valor agregado.
“No es cierto que el corte, del corte, del corte (los ´soldaditos´) lo hagan con ansiolíticos o hipnóticos. Es caro. Aunque no creas el cloro en polvo es lo que más se usa, o el polvillo de los tubos fluorescentes, etc.” explica R.M. quien se presenta como exadicto, convertido al evangelismo.
“El clona, por ejemplo, es una droga que genera dependencia solita y los pibes piran mezclándola con birra o vodka”, explica el viejo de la “vieja guardia”.
“Mirá”, nos cuenta moviendo la cabeza: “Rosario ya no es paso o consumo, es también producción, hay cocinas ´autorizadas’. Laboratorios y droguerías, cuanto menos, abastecen o, directamente, son la fachada para procurarse de precursores. Si tienen ´vía libre´ para semejante monstruo, por qué alguien les impediría infectar los barrios de psicofármacos que son el rito de iniciación da la pibada”.
El recorrido sigue por Rucci. En un pequeño almacén (TyN), a metros de los monoblocks, nos encontramos con la mamá de quienes abrieron un negocito con unas pocas cosas y una sola heladera: “¿Sabés adonde queda la farmacia más cerca? A 25 cuadras. Si yo te vendo algo para que te puedas dormir, o viene una mamá buscando para que su nena se saque el bebé, o lo que sea, yo le digo ´acá tené´ y si no pregunto más. Yo curé a todo quien veas caminando por Rucci, empacho, tortícolis, nervios salidos, mal de ojo. Mi mamá me enseñó y a ella mi abuela. Ahora quieren todo rápido, ni un boldo se quieren tomar, entonces vienen acá y le digo ´con esto ya está´, si está en un blíster te creen y bueno: ¿Qué querés que haga?
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