"Culi" Baravalle

El prisionero de Malvinas que volvió a Santa Fe para jugar al básquet

Fue uno de los tres soldados de Elortondo que estuvo en el conflicto. Cumplió los años en las islas y terminó conviviendo con el enemigo. Cuatro décadas después, el 2 de abril sigue presente en su vida y aun lo moviliza.

02-04-2023 | 17:44 |

"Hicimos lo que pudimos". El soldado santafesino que brilló en el básquet del sur provincial."Hicimos lo que pudimos". El soldado santafesino que brilló en el básquet del sur provincial.
Foto:Mirador

Quienes lo vieron jugar o compartieron equipo con él, aseguran que Daniel “Culi” Baravalle fue un tremendo tirador, gran goleador y dueño de una mano exquisita. Vistió la camiseta de su querido Atlético Elortondo y consiguió con ella 9 títulos. También festejó una vez con Unión Deportiva (hoy Club Ciudad), institución a la que también lleva en su corazón y donde jugaron sus dos hijos, Gino y Bruno.

Pasó por la Liga Nacional B con Atlético y con Centenario, siendo uno de los goleadores de la competencia. También defendió las casacas de Atlético Rafaela y Sportsman de Villa Cañás. Se retiró de las canchas jugando para Atlético Elortondo cuando tenía 37 años.

Pero además de todo eso, el “Culi” fue uno de los tantos pibes argentinos que un día de un pestañazo se tuvo que vestir de soldado, creerse soldado, cargarse un fusil al hombro e ir hacia las Islas Malvinas abrazando el sueño de recuperarlas. Estuvo en el Batallón de Infantería y Artillería con base en Puerto Belgrano y celebró su cumpleaños 20, el 20 de abril de 1982 en pleno conflicto bélico. No hubo velas, tampoco tortas: solo muerte, desesperación, sufrimiento y ganas de volver al pueblo.

Hoy, próximo a cumplir 61 años, hace un esfuerzo por recordar todo lo vivido, porque ya no quiere, no puede, pero es imposible evitarlo. Probó con psicólogos, pero cada vez que el 2 de abril se planta en el calendario, viaja inmediatamente en su mente al frío del Atlántico, donde además de tiros y explosiones, cuando el sol se esconde se escucha un grito que desarma el silencio.

Salió sorteado con el número 947. Se enteró por el diario Clarín mientras estaba en el club que había llegado el momento. Debía sumarse a las filas de la Marina. “Me tocó y no quedaba otra. Nadie lo esperaba. Los chicos que estuvimos ahí teníamos poca instrucción, poco manejo de armas. Hicimos lo que pudimos”, aseguró.

Baravalle manejaba un camión para el ejército. Una noche lo despertó un suboficial de guardia para mandarlo a Los Polvorines a cargar municiones. No sabía de qué se trataba. Ni remotamente se le cruzó que habían tomado las islas. Pensaba que el revuelo era con Chile por el canal de Beagle.

Desde entonces, “Culi” junto a otros soldados, se la pasaron transportando municiones durante cinco días hasta que les comunicaron que un grupo comando argentino había recuperado las Malvinas durante la “Operación Rosario”. Pero tal como cuenta la historia, esa épica fue el punto de partida para la improvisación y el lugar en el Atlántico Sur donde encontrarían la muerte un total de 649 soldados argentinos.

En nombre de la patria

El 7 de abril de 1982, “Culi” se embarcó en un avión Fokker de las Fuerzas Armadas. Fue directamente a Puerto Argentino, donde estuvo en la defensa del puesto de comando. Allí pasó un total de 77 días, contando desde el momento de llegada, los días que estuvo prisionero y el arribo a su base.

Estuvo en una escuela atrás de la iglesia. En esa zona se instaló la base de puesto de comando de la artillería antiaérea de la Infantería de Marina. Fue parte de un grupo de soldados que requisaba el pueblo en búsqueda de armamento y equipos de comunicación y que cada tanto encontraba británicos refugiados en algunas casas porque se habían mezclado entre los kelpers.

“La gente no estaba contenta porque para ellos fue una usurpación, cuando en realidad fue al revés, ellos nos usurparon las islas a nosotros. De todos modos, el trato fue ameno en el tiempo que duró la guerra y que estuvimos ahí. Nos trataron bien, incluso a veces nos daban chocolates. Recuerdo que el sacerdote de la iglesia pasaba todos los días por donde estábamos nosotros y nos podíamos comunicar”.

A “Culi” le tocó la última posición, en el lado opuesto al desembarque. Es decir que cuando llegaron a donde estaba, fue el fin de la guerra: “No nos comunicaban nada. Solo cuando debíamos salir por el pueblo o llevar municiones a la primera línea donde estaban los cañones nuestros. Nos enterábamos de cosas por una radio que sacamos de una casa abandonada para escuchar las noticias”, dijo.

Pasó frio, hambre y tristeza, pero rescató que dormía seco. “Los de primera línea dormían mojados en pozos”, sostuvo. Y agregó: “Los días que transcurrimos ahí fueron tranquilos, salvo el 1º de mayo que hubo un bombardeo al aeropuerto que estaba a 25 kilómetros. Tuvimos que hacer guardia porque fue cuando se instaló el primer misil exocet, cuyo primer disparo no salió, aunque el segundo si, que impactó sobre una fragata inglesa”.

Al soldado de Elortondo, la muerte le caminó cerca. Y no solo una, sino dos veces. “Vimos de noche cuando pegó el estallido el barco (por el misil exocet). Y después empezaron a bombardear la otra fragata para el lado del aeropuerto. Ahí desgraciadamente falleció un chico de mi batallón, Romero de apellido, por una explosión. Era de Alejandro Roca y con quien estábamos siempre juntos”.

También otro compañero que estaba en primera línea, un cabo de su batallón, lo mataron por accidente. En una madrugada salió de la posición, fue al baño y por la niebla lo confundieron con un soldado británico y el disparo fue letal. “El soldado que lo mató tenía 17 años, recién salido de la escuela como nosotros”.

El prisionero y el básquet

Este año se cumplen 41 otoños de la gesta y tanto tiempo que pasó, no significa que esas heridas hayan aprendido a sanar. “Cuando pienso en la guerra, se me cruzan muchas cosas, porque no sabíamos lo que podía llegar a ocurrir. La mayoría éramos chicos. No entendíamos por qué después de 100 años de la ocupación, tomaron esa decisión de recuperarlas. Pensábamos que íbamos a estar un tiempo, que no iban a venir. Nunca imaginamos que se iba a combatir de la forma que se combatió”, remarcó “Culi”.

Enterarse que la guerra terminó y que los soldados argentinos se rendían, significó varias cosas para quienes sobrevivieron. Para Daniel todo se resumió en alegría. Incluso, teniendo en cuenta que estuvo prisionero 10 días con los ingleses.

“Hicimos guardia cuatro días sin munición después de rendirnos. Teníamos que mantener la posición hasta que llegaran las tropas inglesas, el 10 de junio. Cuando aparecieron el trato fue bueno. Nos dieron de comer y tuvimos que limpiar todo el pueblo en las posiciones donde habíamos estado los argentinos”, describió.

Una vez en libertad, a las 17 horas del 20 de junio, se embarcó en el rompehielos Almirante Irízar con otro batallón. “Vinimos hasta Ushuaia y de ahí, cuatro días después, a Puerto Belgrano en avión. Lo único que quería en ese viaje de vuelta era llegar al pueblo, estar con mi familia, mis amigos. Y tratar de olvidar todo eso, pero se hace imposible. Cada vez que llega esta fecha es como si retrocediera 40 años para atrás y volviera a empezar otra vez”, reconoció.

Apenas llegó a Elortondo se fue a jugar al básquet. Era el clásico del pueblo esa misma noche entre Atlético y Peñarol. Ya en aquel entonces y a su corta edad, era un destacado jugador.

“Me fueron a buscar en auto a Bahía Blanca, Jorge Tacconi, Rubén Mignani, Alejandro Concatti y ‘Tati’ Prado. Cuando llegaron me dijeron que se había suspendido el partido, pero era mentira. En Elortondo estaba toda la gente esperándome con el camión de los bomberos en el acceso por ruta 90”.

“Culi” entró a su casa, se bañó y se fue a jugar. No hubo tiempo para los abrazos. La naranja picando contra el piso podía más: “Fue lo mejor que me pasó (NdeR: Atlético, donde jugaba “Culi”, le ganó a Peñarol por 7 tantos según confiaron ex jugadores). Después me encontré con mi familia, mis padres, mis hermanos. Y la gente del pueblo que siempre ayudó a mis viejos, dándole palabras de aliento y apoyo mientras yo no estuve”, valoró.

Tuvo ayuda profesional con un psicólogo, aunque insiste que nunca pudo lograr olvidar para cerrar este capítulo particular de su vida. “Por eso siempre digo que ninguna guerra es necesaria, ya que existen las vías diplomáticas. Ellos también tenían chicos como soldados. Ojalá que se recuperen, pero sin guerra y que no muera gente. De todos modos, veo difícil que eso suceda”.

Oportunidades de volver a las islas existieron, invitado por centros de ex combatientes santafesinos, pero nunca quiso. No puede ni quiere revivir todo otra vez. “Lo charlo siempre con mi señora (Mariela). Quizás con mis hijos algún día, pero no. Si me dieran a elegir a pasar por lo que pasé, te diría que no. Pero si no tuviera opción como sucedió, iría”.

Aunque está convencido de algo: “Nos obligaron a ir. Estoy seguro que a muchos si les daban a elegir, dirían que no. Para mi, es algo que no voy a poder olvidar. Los recuerdos vuelven siempre. Mi vida desde entonces es un antes y un después”.


Temas: El mirador 
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Autor:

Pablo Rodríguez

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