Beatriz Vignoli presenta

Podré recordarte sin que me interrumpas. Obituarios reunidos 2013-2023

 Un libro homenaje a 23 personalidades que dejaron sus huellas en la cultura rosarina y en el espíritu de la autora. Cita pactada para sábado 18 de mayo a partir de las 19 horas en Cuidamos tu cabello Peluquería & Libros (Riobamba 1387, Rosario) a través de una charla entre su autora, su editora y el público.

16-05-2024 | 12:16 |

"Se trata de honrar la memoria de la persona, de rescatar algo singular, de aquello que se perdió con esa persona", explica Vignoli.
Foto: Gentileza.

 Beatriz Vignioli abre el cajón de sus archivos homenajes y los reúne de la mano del sello editorial La Gran Nilson, que dirige Alejandra Correa. En el encontraremos 23 artículos homenajes a 23 personas que marcaron la vida de la autora bajo el género de obituarios. El grueso de los archivos fue publicado en la sección Contratapa de Rosario /12 y la foto solapa es obra de Maximiliano Conforti.


Se presenta este sábado 18 de mayo en el emblemático espacio cultural “Cuidamos tu cabello Peluquería & Libros”. Diálogo con la autora.

Beatriz Vignoli en primera persona

-Es raro un libro de obituarios, es una cosa muy especial. ¿Por qué el nombre del libro?


- “Podré recordarte, sin que me interrumpas” es un verso de un poema mío que se llama “Fin”. Es el último poema de mi libro “Tálamo”, que solo existe incluido en mi libro Viernes (poesía reunida 1979-2021), donde se reúne mi obra poética. Y el poema dice así: “Brillante, tu recuerdo se extiende al infinito, sin presencia alguna que lo contradiga. Esto es en mí tu muerte, una garantía de que podré recordarte sin que me interrumpas”. En las primeras páginas está ese texto, a manera de epígrafe, y está también una lista, “por orden de desaparición” de las 23 personas fallecidas a las que rindo homenaje.

-¿Qué es un obituario?


Es una nota que uno pública cuando muere una persona. En el libro hay un prólogo muy breve que escribo, donde explico lo que serían mis propias reglas para ese género. Se trata de honrar la memoria de la persona, de rescatar algo singular, de aquello que se perdió con esa persona. Se trata de destacar su obra, o sea, preservarla del olvido y que quienes la conocimos podamos recordarla, y quienes no la conocieron, por lo menos tengan alguna noticia de su paso por este mundo. Y se trata, ante todo, de consolar a los deudos.

El espíritu del libro


-¿En quién pensaste cuando escribiste el poema Fin?


En mi hermana Adriana, que falleció en el año 2013. El primer obituario del libro es el de ella. Es el que abre esta serie de 10 años. Son 23 obituarios de personalidades de entre las cuales conocí a 22 personalmente, incluso muy bien como en este caso, o bastante bien, y hay uno solo que es Leonard Cohen, al que conocí nada más que a través de su música.

-¿Cuál es el espíritu del libro?


-Es un libro de despedidas y salvo Leonard Cohen, son casi toda gente de la cultura de Rosario. Gente querida de quienes sentí que valía la pena hablar. De Hugo Diz solamente pusimos el obituario que salió publicado en el diario, que es donde hablo de su valía como poeta, de su obra literaria, pero van a ver que al final del libro hay un código QR, que si lo escanean permite entrar a un blog donde están los textos que no se publicaron en el libro. Ahí está la despedida que le hice a Hugo Diz en mi muro de Facebook, donde me animo a decir que él sin saberlo me levantó la vara de exigencia, por tener que nadar contra su contrariedad. Termina con un agradecimiento, pero en realidad le estoy agradeciendo habérmela hecho difícil. Por reparos legales no está en el papel.

-¿Tenés pensado publicarlos?


-No, eso no da. Lo hablamos bastante con la editora en su momento y no da para publicarlo en papel, porque cabe la posibilidad de tener problemas si eso sale. Entonces quedan online, o sea, están ahí en el éter, en el ciberespacio. El que lo quiera encontrar, lo encuentra. Está como escondido, es como un pliegue donde podés ir y el que quiera puede indagar.

-En junio presentás el libro Canción de la derrota (Ensayos 1990-2023), que es otro libro de archivos ¿Hay algo que considerás que está presente en los dos libros?


-En los dos libros, tanto en el de ensayos como en el de obituarios, no pierdo ocasión de destacar qué fue lo específico del siglo XX que en este siglo ya no está. En los dos libros estoy marcando una bisagra, pero yo siempre digo, al igual que el historiador Eric Hobsbawm, los siglos no empiezan en el año 00, empiezan un poco después. Entonces, siguiendo a Eric Hobsbawm, yo diría que para mí, el comienzo del siglo XXI lo marcó la pandemia.

Libros Bisagras


-Cobra un significado especial el publicar estos dos libros…


-El publicar estos libros ahora es una manera también de despedir al siglo XX. Y de prepararnos, tirar la pregunta de ¿y ahora qué?, ¿qué es lo próximo? Con esa herencia y con este presente.


Fue un proceso gradual, o sea, el siglo XX se fue desintegrando en esos primeros 20 años de este siglo. Y la pandemia fue el golpe de gracia. Cuando a la vaca le pegan el martillazo en el mate, que ahí murió sí o sí. Bueno, la pandemia fue eso para el siglo XX.


El artista del siglo XX, el artista de tiempos pasados, es el artista que ya no podría vivir en este mundo. O sea, que murieron porque ya no podían vivir en este mundo, que les pide tantas otras cosas además de hacer su arte. Porque tanto mi hermana Adriana Vignoli, como Rubén Winkler eran artistas abocados 100% a su creación. O a su pensamiento, o a su experiencia, o a su vida subjetiva. Eran gente que se levantaba a la mañana o que se quedaban toda la noche despierta, haciendo lo que sentían que tenían que hacer, que era esa obra o esa creación por encargo o no, pero era lo que sentían que tenían que hacer y lo que le daba sentido a su vida.


Era ese cacharro o esa escultura o esa forma que traían al mundo y nada más, y nada más. O sea, y eso era todo, el arte era la vida, eran equivalentes exactos. Y en este mundo actual de las redes sociales, eso es imposible. O sea, si vos hacés, así sea, un jabón artesanal, tenés que saber manejar Instagram, y saber manejar una cámara, y saber hacer un buen video de tu jabón artesanal, con un buen speech para vender tu jabón, y si no, no, ni lo hagas. Y estos dos artistas que abren y cierren mi libro, son anteriores a todo eso. Y yo creo que en alguna medida se puede pensar también que murieron de eso, se murieron de no… de ya no tener cómo existir en este presente.


Eran de otro tiempo, realmente. Y si lo pensamos, son conocidos por la voz del otro, no conocidos por las redes sociales. Ellos tenían una voz propia. Las redes sociales son la imagen. Allí los artistas son conocidos por la imagen y no por la voz. ¿Qué es la voz en las redes sociales? Una imagen que pasa rápido.
Y mi voz es el canto, o la despedida, el adiós al siglo XX. Obituarios. La palabra “elegía” por ahí es muy rara, nadie sabe que es un género de despedida.

Los obituarios


- Otro de los obituarios, Leonard Cohen. ¿Qué es Leonard Cohen?


-Es una voz. Era una voz. Era nada más que una voz. Como la ninfa Eco. Era otras cosas, pero más que nada era una voz, porque incluso él mismo era muy consciente en una de sus mejores canciones que se llama Tower of Song. Dice, I was born with the gift of the golden voice. “Nací con el don de la voz de oro”. Él sabe que es una voz. Y lo menciona en un momento a Hank Williams.


Y bueno, es como que esa voz y ese decir y esas canciones largas te van contando toda una historia y te cuentan la historia de un amor o la historia de un encuentro sexual o la historia de una mujer. Y lo tenés que escuchar. Tenés que ponerte a escucharlo, dejar todo lo que estás haciendo y sentarte a escucharlo. Y eso también es de otro tiempo. El juglar, el trovador, la voz que te trae una historia. Y eso tenían las canciones de Leonard Cohen.

-En el libro homenajeas al querido Julián Usandizaga.


-Me dio mucha pena que se hubiera muerto, pero todos sabíamos que ya estaba muy grande. Era un señor de más de 80 años que se movía en bicicleta y hacía grandes distancias. Tenía una técnica dibujística que se la enseñó a un montón de gente. De eso vivía, era muy buen maestro.


Él practicaba esa técnica en la cual generar una imagen le llevaba días, semanas, miles de horas. Porque esa técnica la perfeccionó estando preso, cuando era un preso político. El tiempo en la prisión, abunda, es decir, es al revés que fuera de la prisión. No es que no te alcanza, es un tiempo enorme, infinito, que lo tenés que llenar. Y entonces, así nacieron esos dibujos eternos. Y todos los que estudiaron con él tuvieron que aprender ese otro uso del tiempo, completamente contrario al uso capitalista, que además era muy coherente con la ideología de Usandizaga, porque Usandizaga era muy crítico del sistema. También había escrito ensayos antisistema. Y él tenía ese uso del tiempo y en cambio, hoy, en el siglo XXI, hacés clic en una inteligencia artificial.


El artista que hacía lo que se le cantaba en el tiempo que se le cantara, o sea, digamos, son esos territorios salvajes, silvestres, no tomados aún por el capitalismo, y que el capitalismo fue tomando dentro del arte, dentro de la cultura, dentro de la comunicación, dentro de los afectos. Estos tipos, estas minas, eran, hasta su muerte, como los grandes terrenos baldíos donde vos todavía podés jugar a la pelota con tus amigos. Terrenos baldíos donde no se construyó el edificio. Donde no se construyó, pero vos podés ir a jugar, podés ir a fumar, podés ir a tocar la guitarra, a hacer lo que se te ocurra, a jugar, a leer un poema. Eran esos lugares baldíos donde podías hacer lo que se te ocurriera y eran las vidas que yo honro en este libro, no todas, pero muchas de ellas eran vidas así, de alguna manera eran condensaciones de lo que para mí fue el espíritu del siglo XX.


-¿Quiénes más tienen su despedida en esta recopilación de obituarios?


-En el libro también rindo homenaje, además de los mencionados, a los poetas Fabricio Simeoni, Hugo Padeletti, Mirta Rosenberg, Gilda Di Crosta, Fernando Callero, Claudia Caisso y Estela Figueroa y a la poeta y música Rosario Bléfari; a la escritora Angélica Gorodischer, al periodista Gerardo Rozín, a los editores Poli Laborde, Liliana Ruiz y Valentina Rebasa, al traductor y docente y aventurero Ernesto Postiglione y a los artistas plásticos Raúl Gómez, Julián Usandizaga, Mele Bruniard, Eduardo Serón, Carlos Andreozzi y Rubén Winkler.

 

 


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