Reseñas peluqueriles

El abogado de la poesía

 Juan Pedro Rodenas ha escrito Todos los días menos los domingos, un libro de poesía que se publicará con Halley Ediciones y se encuentra bajo el sistema de preventa. Un enorme trabajo que, sin dejar de lado la belleza, la amistad o la igualdad de género, opera bajo la mirada de estupor ante la sorpresa de la insaciable humanidad cuyos límites sociales se desdibujan a diario.


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 Las pruebas que le toca vivir a la humanidad como el mal, la felicidad, la amargura, la pasión, la amistad, la presencia ante el mundo, están hechas para que la poesía las devuelva con significados, las transforme a través de una sola palabra que transmita el entusiasmo de seguir vivos o de embellecer el mundo con una imagen en verso. Pareciera ser que asistimos como extranjeros a la existencia a veces fastidiosa, fascinante ante el asombro de esta vida aparentemente inocua, pero que, entre aventuras y lágrimas, la poesía puede mostrar todo sugerido a través de la belleza o la mordacidad. Juan Pedro Rodenas lo busca, lo intenta en cada uno de los poemas de Todos los días menos los domingos, bajo un arduo trabajo de composición.


El síntoma de la vergüenza tanto ajena como propia, quedará instalado como un asunto esencial desde el principio. Juan Pedro anticipa con avisos, de qué lado de la vereda se planteará el resto del libro. El asombro del mundo, de esa mirada inaugural, de la constante sorpresa ante la estupefacción de verse vivo, de sentir el cuerpo en la intensidad de la nada, es a su vez el estado de alerta de vivir frente a la ciudad con la enumeración constante de barajar qué nos toca hoy; qué destino y cómo sobrevivir en el interminable intento de la pulsión.


La amistad es el tema en el segundo poema y el título acierta guardando relación con los versos que lo dicen todo en conceptos diferentes: “…es como esa arena / esparcida entre la tierra / que se filtra en silencio / se acomoda lentamente…”. Poesía de correspondiente factura metafórica; sin embargo, como burlándose de sí mismo Juan Pedro dice estar carente de metáforas. En este punto encontramos el sentido del humor que tendrá su bajada con el poema “Empatía” y su comparación con el mal aliento que continúan la metáfora, en un modo sentencioso de paralelismos.


-Juan Pedro, ¿naciste en Rosario?


-Sí, en Rosario, bien rosarino. Fui al San José, un colegio católico en donde todos éramos varones. Ahora está cambiando, va a ser mixto. Pero te marca por los amigos y por toda una manera de ver el mundo. Aunque algunos renieguen después de la religión, de la fe y demás…

-¿Te quedó algo de eso? Digo, ¿continuás siendo religioso?


-A mí me quedó, sí. De alguna manera trato de practicarla, de escribir y que se note que hay una espiritualidad, un tema con la fe. Porque eso genera preguntas. Hay situaciones que uno no sabe por qué pasan y se puede encontrar la respuesta en la fe. Por eso también me gusta la poesía, porque sirve para cuestionarte. Si vos lees los salmos, son todos poemas. Entonces, de alguna manera hay una búsqueda en mis obra, de preguntarle a Él; vos sos el creador de todo esto, decime, ¿qué pasa en estas cosas? Y eso te lleva al tema de la libertad, que pulula siempre dando vueltas por la cabeza, pero la libertad de decisión, la libertad del preso, ¿qué decisión hay que tomar? Cuál de todas en el famoso libre albedrío. ¿Cuántas veces preferimos que tome otro la decisión por uno? Trato de canalizar esos aspectos, lo social, lo espiritual, y siempre hay algo familiar en los recuerdos o las cosas que te marcan de chico.

En sus versos Juan Pedro se define como un tonto o un loco que molesta desde el oficio de la poesía. A la vez será el punto de partida desde donde veremos una especie de bufón que comienza a manifestarse con interrogantes. La pregunta en primera persona de qué somos en el poema “me pregunto si somos”, sería eso: de todo un poco argentinos; como la frase común de un remate de la existencia misma que avanza con otras controversias en el poema “entre las broncas y el resonar de los pasos”. La vida doméstica, aplanadora en el aspecto del día a día de la convivencia que suma pagar impuestos y tratar de vivir enamorado de alguien con quien se convive. El fino equilibrio según reza el poema y refugiarse como sea desde lo que haya para seguir en casa, para mantener encendido un mínimo fuego aunque sea de hornalla azul, de gas envasado de amor natural.


Pero la mirada de Juan Pedro se va agudizando mientras nos internamos en su obra. Revisa los fragmentos de nuestro país en consecuencias que se intensifican poema tras poema desde una mirada argentina que deriva en mil asuntos cuyas soluciones serán sólo remiendos. Entonces echa una mano de apoyo sobre la desoladora situación de las que tuvieron que emigrar, sangrar, padecer, tras las luchas feministas y el poema le hace frente al destino con voz de justicia. Y no baja la mano porque continúa con la voz en alto por causas de la violencia rosarina del crimen organizado y la mirada torcida de quienes no toman cartas en el asunto. La fe como única resistencia da fin al poema y suaviza con la mano del juglar, como cantando lo que sigue, con tres estrofas cortas sobre la lluvia que continuará bajo un clima -certera palabra- de la verdad que se manifiesta frente a la naturaleza. La fe también vista por el ojo de la iglesia o la fe en la espera a que los humedales dejen de incendiarse o un cambio de hábitos durante la pandemia, continúan como la saga de una larga queja que, como en un balance, las pérdidas y los espacios recuperados arrojan otras cuentas y cálculos.

-¿Cómo se inicia tu inclinación primero por la lectura y luego por ser escritor?


-En casa, como en cualquier familia normal había una enorme biblioteca. Lo que más leí de chico fue a Horacio Quiroga que me llamaba la atención. Estudié Abogacía en la Facultad Católica. Después le dediqué mucho tiempo a la profesión en el lado de los malos. Trabajé para los Bancos en una época muy dura… me tocó todo el tema del corralito, ahí fue todo muy especial. Y después me dediqué a mi familia, a mis hijos y a una actividad más social en mi profesión laboral. La abogacía te lleva a que vos leas y escribas mucho, pero la inclinación para decidirme a ser escritor empezó casi de casualidad. Una de mis pasiones era el fútbol, jugarlo a pesar de los otros y con mis amigos armamos un equipo al que llamamos Konkawa. Era la época de los blogs y logramos hacer una página del equipo, que era muy malo. Se llamaba El Negriorange, porque la remera era negra y naranja e instauré un personaje anónimo de nombre Sánchez Fajardo. Hacía las crónicas de los partidos y todos lo leían. Era con sarcasmo, muy duro y pegándole a todos. Cuando saqué el primer libro y vinieron a verme los muchachos, les conté que yo era Sánchez Fajardo. Se enteraron mucho tiempo después ya con la página clausurada. El apellido Fajardo era porque yo les daba con todo. A partir de ahí pienso en un taller literario y empiezo a ir al de Marcelo Scalona y llega el proceso de aprender. Siempre le digo a Marcelo que con él aprendí a leer dos o tres libros a la vez o sea, una crónica, un poema y una novela. Marcelo es un tipo que te va puliendo, va indicando; se habla de literatura todo el tiempo y empecé a animarme a escribir. Cuando Marcelo hace una antología me incluye uno de mis cuentos.

Juan Pedro Rodenas es un poeta de verdad que canta, ríe, llora y se queja en cada estrofa con un manejo de sabiduría de quien desde su oficina de abogado, sufre tanto como la misma víctima que le presenta sus papeles para recibir justicia. El deporte no pasa desapercibido y se mete de lleno en los nombres más importantes de la historia. Canaya confeso, habla del héroe goleador Marco Ruben o de Diego Maradona, nuestro gladiador mundial.


Un remate en las últimas dos hojas del libro, da cuenta de la expresión subjetiva de las palabras usuales. El libre albedrío de un nuevo significado que, como un glosario, busca establecer un nuevo sentido y por qué no un nuevo orden. Podrá leerse qué quiere decir por ejemplo, ARTISTA: alguien dispuesto a vender sentimientos. Un compendio, o un poema más que hace justicia a la semiótica siempre variable de la verdad en palabras simples.


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