Historias sobre Victoria

Sobre la infancia del poeta Gaspar L. Benavento

Las riquezas concentradas en Victoria durante los finales del siglo XIX e inicios del XX no eran solamente de carácter material. El capital cultural de la ciudad ha trascendido sus fronteras, incluso las de Argentina.


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Ignacio Etchart
redaccion-er@miradorprovincial.com

La ciudad de Victoria ha sido sede históricamente de riquezas, tanto materiales como culturales a lo largo de su historia. La vida y obra del poeta Gaspar L. Benavento ha trascendido ampliamente las fronteras de la localidad, incluso de la provincia y del país.

Sin embargo, bastante hay ya sobre sus andanzas como hombre maduro, artífice de versos y poemas. Por esta razón, a continuación, se presentará una breve reseña de su infancia, de su crianza en la ciudad y de sus primeros pasos como literato.

Este breve relato no podría existir sin el arduo trabajo de historiadores locales cuyas investigaciones, publicadas en su página de Facebook "Historias de Victoria", son la fuente de este escrito.

Su viejo barrio

Aquellos versos y estrofas del poeta Gaspar Lucilo Benavento, que narraban las bellezas del paisaje, de los cerros, el río y el canto de las aves, sin olvidar ni un instante las intervenciones ocurrentes de los personajes cotidianos de una Victoria iniciada en el siglo XX, no eran más que una modesta descripción de su infancia y adolescencia. Narraciones que componen su poemario "La de las Siete Colinas".

En el Tercer Cuartel de la ciudad, donde abundaban los humildes rancheríos de techos pajizos a dos aguas, también se levantaba el de sus padres, situado en la manzana circunscrita por las calles Sarmiento y Cúneo, hoy transformado en una casa moderna y ornamentada por una placa que evoca el natalicio del distinguido escritor. Allí, un 6 de enero de 1902 nació el poeta victoriense Gaspar L. Benavento.

Sus orígenes

Su familia vivía en Victoria desde mediados del siglo XIX. Ya su abuelo pertenecía a aquella estirpe de hombres de letras, cuya destreza retórica bautizó un nombre de familia que hoy es sinónimo de folklore y poesía. Don Rafael Benavento, llegó desde Mataró, Cataluña, a estas regiones hacia la década de 1840, acompañado Pastora Vergara.

Entre los once hijos e hijas que engendró este matrimonio, nació Rafael, el padre del poeta, quien conformó una familia junto con Ramona González, cuya descripción en las palabras de Gaspar rezan "aquí mi madre con sus doce gajos", haciendo alusión a sus hermanas y hermanos Isaías, Mariano, Celestino, Eusebio, Pedro, Nazaria, Rubén, José, Florencia, Raúl, Abel y el mismo poeta.
El oficio de don Rafael hijo como jornalero provocó que tuviera como acompañante de labores a don Zoilo Salazar, a quien Gaspar Benavento rescató de su memoria para perpetuar en sus escritos sobre el navegar en canoa por las islas, valorando los silencios que motivaban a arrojar las redes y a recordar historias inenarrables, mientras recorrían el espinel extasiados por la calma de las aguas.

Tanto Zoilo como Rafael con el tiempo abandonaron la ardua faena campesina y pesquera, para comenzar a trabajar en el hotel La Amistad de Enrique P. Trucco. En aquél entonces el establecimiento se ostentaba como un emporio que se levantaba en la esquina de Sarmiento y Alem, administrado desde una casa quinta llamada La Primavera, ubicada en la esquina de Bv. Rivadavia y Congreso, donde además se desarrollaban diversos cultivos que abastecían al restaurante del afamado hospedaje.

Entre los vecinos descriptos en la obra de Gaspar Benavento, además de don Zoilo, se mencionan a Margarita Eeren, apodada "la Francesa", a cuya vocación de partera de la zona del Tercer Cuartel se le adjudica el alumbramiento de todos los Benavento. Así también se menciona a don Hilario Acosta, quien atendía las necesidades y carencias de la gran familia Benavento, obsequiándoles con frecuencia leche fresca del campo mientras Federico Reggiardo, pese a ser manco, horneaba y les convidaba con un suculento pan francés.

Su formación como docente

Mientras la familia Benavento transitaba la cotidianeidad de una Victoria del siglo XX, el joven Gaspar asistía a la Escuela Guillermo Brown, donde conoció a quién sería su gran amigo, el reconocido historiador y cuyo nombre hoy reza el museo de la ciudad, don Carlos Anadón.
Juntos se dedicaron esmeradamente a las primeras letras, actividades escolares que el ilustre poeta utilizaba con su compañero para ignorar aunque sea por unos instantes "el sudor y lágrimas" de las carencias hogareñas, traducidas en los sacrificios implícitos que sostenían sus estudios vestido de guardapolvo blanco, además del libro y la pizarra.

Llegada su adolescencia, Benavento continuó su formación secundaria en la escuela Normal de Victoria. Sin embargo, el ilustre y renombrado poeta no logró finalizar su cursado, producto de ofensas incurridas a la academia al vociferar una proclama en salutación a la Revolución Rusa, la cual generó su expulsión de la institución. Sin embargo, lo que inicialmente fue un castigo, la historia lo transformó en un acto provechoso.

La expulsión de la escuela Normal de Victoria obligó al poeta viajar a la Escuela Normal Rural de Alberdi, en la actual localidad de Oro Verde, ubicada al sur de la ciudad de Paraná. Allí Benavento vivió y se recibió de Maestro Normal en la Promoción de 1918.

Reliquias del pasado

Hoy aquel alejado monte donde se levantaba la humilde choza de la familia Benavento, lugar de "puerta rústica y sin molduras" donde escribió "por primera vez la palabra mamá con tiza blanca", ese mismo paisaje que inspiró la pluma del prodigio poeta, perfumado por la fuerte fragancia del aguaribay, acompañado por la fresca sombra del ombú y adornado por el follaje de los olivos, de aquel alejado monte, sólo queda el recuerdo de los que vinieron después.

Vecinos que relatan como el viejo rancho se encontraba más adentrado en la manzana, pero que ahora en su lugar se levanta una construcción más moderna a la sombra de un viejo olivo, ornamentada por la mencionada placa evocativa al poeta, silencioso testigo de aquellos tiempos.

Y aunque resulte un tanto insólito, a unos pasos de esa moderna construcción (actual hogar del Sr. Jorge Elías), todavía se conserva el viejo aljibe de la familia Benavento.

Lo que parece una simple estructura de ladrillos calzados que desciende hasta sumergirse profundamente en el subsuelo, antigua arquitectura desde la cual el poeta calmó su sed, miró con claridad su reflejo infantil y donde escuchó el eco de sus primeros versos, es tal vez la última reliquia de la infancia del poeta Gaspar L. Benavento.

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