Intervenciones urbanas

Rescatan el valor del graffiti como acto de resistencia durante la dictadura


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Existen en el mundo museos y otros espacios que albergan instalaciones en las que se exhiben graffiti y expresiones del “street art” a través de fotografías, dado su carácter efímero. Además, en esos espacios los visitantes pueden acceder a audios con testimonios de artistas, testigos y críticos, y a producciones audiovisuales para “revivir” esas intervenciones urbanas que ya no pueden verse en las calles debido al deterioro o la desaparición por el paso del tiempo y la incidencia de otros factores.

En la actualidad también las experiencias inmersivas –según la temática que aborden- pueden dar cuenta de esto, por ejemplo, la reciente muestra "Del '83. Generación Democracia" que se exhibió hasta el mes de agosto en el Galpón 11, en la costanera central. La misma se centró en los 40 años de democracia e hizo eje en 1983, año de transición (el presidente Alfonsín asumió el 10 de diciembre).
Oportunamente, la propuesta fue definida como una narrativa audiovisual que posibilitó la navegación sensorial a partir del diálogo de diversos lenguajes y materialidades, y de ese modo habilitó la posibilidad de evocar e imaginar la democracia, a la vez que reflexionar sobre ella.

Se trató de una puesta audiovisual de 25 minutos sobre cuatro paredes y el piso, realizada con doce proyectores de alta definición, y si bien abordó distintos aspectos de la cronología histórica y del clima de época, también se incluyeron imágenes y filmaciones de graffiti políticos.  
La resistencia poética

En un caso particular acontecido en Rosario, los graffitti fueron citas poéticas. Se trató del accionar del grupo El Poeta Manco, expresión social de la cultura de la ciudad en los años ’80. Sus intervenciones en las paredes de distintos barrios rosarinos representaron una forma de manifestación contra el régimen de facto que imperaba en la época.

Los integrantes de El poeta Manco se definían como jóvenes que apostaban a la libertad y al arte. Como manifestación de las primeras fisuras del aparato represor de la dictadura, este grupo de rosarinos se organizó para escribir y difundir poesía, tomando las calles y apropiándose de la ciudad.

Del mismo modo que en la historia argentina más reciente, la realidad sociopolítica y económica ha sido aludida y representada a través del arte callejero (en ciertos casos, como tras la crisis del 2001, a través de graffitis, pintadas y esténciles de denuncia, y proyectos estéticos alternativos como murales diferenciados de la publicidad urbana), durante la dictadura El Poeta Manco se apropió del espacio público para difundir, de manera clandestina, poesía.

Entre 1981 y 1983, además de realizar las pintadas poéticas, circulaban las revistas subterráneas de la agrupación y sus miembros organizaban actos con lecturas públicas de poesía, que involucraban también otras disciplinas como el canto, la danza y las artes plásticas y performativas.

Amigos y conocidos de la actividad literaria, Reynaldo Sietecase, Adolfo Cueto, Carlos Torregiani, Patricia Busa y Oscar Bondaz comenzaron a reunirse en el bar Savoy, donde fundaron la revista El Poeta Manco. Más adelante se sumarían Fernando Salvañá, Claudio Rodríguez, Mariana Stoddart y Fernando Ramos.

El sentido de lo urbano

En relación con la experiencia del grupo en dictadura, Reynaldo Sietecase (devenido en años posteriores un reconocido escritor y periodista) cuenta en su blog: "Varios de nosotros participábamos de publicaciones en nuestras facultades pero, además, éramos poetas. Y eso nos daba una fraternidad que no teníamos con nuestros compañeros de las revistas universitarias. Nos organizamos como grupo. La idea era aprovechar los primeros síntomas de apertura de la dictadura y empezar a abrir espacios para el arte. Nuestra militancia contra el autoritarismo iba a ser el arte, en especial la poesía".

La primera publicación comenzó a circular en diciembre de 1981 y fue realizada artesanalmente a través de un mimeógrafo, práctica usual en la época. Con el tiempo, recién para una tercera edición, llegaría la imprenta. En total, El Poeta Manco produjo cinco ejemplares, que se editaron hasta mayo de 1984 (ya con la incipiente democracia).

"El nombre apareció como una metáfora de la imposibilidad —señala también Sietecase—. No se podía publicar: al poeta le habían cortado las manos. No lo pensamos en ese momento, pero cuando realizamos las primeras acciones urbanas con pintadas callejeras de poemas, la firma El Poeta Manco remitió a una persona de carne y hueso, y sus rastros en las paredes de la ciudad hicieron crecer la leyenda de la existencia real de un personaje loco de furia y belleza que, aerosol en mano, ejercía una rara justicia poética. De hecho, algunos medios así lo registraron".

Tiempo después de la primera edición de la revista, la acción poética se volcó a las calles y, retomando las obras de poetas desaparecidos o exiliados no sólo universales sino también locales, los jóvenes pintaron en las paredes versos con contenido político.

"Decidimos publicar una suerte de revista de fácil distribución, sólo con poemas. Pero nuestro grupo era un grupo de acción poética y, como tal, organizábamos recitales en las plazas, pintábamos paredes e implementábamos otras acciones. Era nuestra manera de enfrentar a la dictadura desde la cultura. Las juventudes políticas que también empezaron a pintar Luche y se van o sus consignas partidarias, respetaban nuestras pintadas y por eso las marcas del poeta manco perduraban", agrega Sietecase.

Entre las pintadas nocturnas figuran fragmentos de Gabriel Celaya, Francisco Urondo, Roberto Santoro, Miguel Ángel Bustos, Juan Gelman, Ariel Canzani, Raúl Gustavo Aguirre y el rosarino Felipe Aldana. De este último, una famosa estrofa sería incluida en la última edición de la revista, a unos pocos meses de recuperada la democracia: "Cantamos todos / a la orilla de la muerte / bebemos el vino del amor / que da la vida a borbotones / la muerte / debe estar preocupada”.

Curadores de arte urbano e interesados en la memoria popular, a cuarenta años de la recuperación de la democracia en nuestro país, rescatan el valor de este patrimonio efímero, específicamente, del graffiti como acto de resistencia durante la dictadura.
 
La experiencia urbana contemporánea permite acciones y desplazamientos, ya que la propuesta es que la ciudad se presente como una posibilidad de expresión y movimiento para sus habitantes. Las ideas de participación e integración se asocian con la capacidad de la ciudad, como experiencia política, de permitir el desarrollo de la democracia. Por eso los especialistas en el tema remarcan la necesidad de recuperar las condiciones urbanas, es decir, plantean la recuperación no solo de los lugares sino de las experiencias allí situadas, en este caso, las marcas de la resistencia en diversas épocas.


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