Belén Fedullo | [email protected]


La segunda ola de Covid-19 avanza cada vez más. En la provincia son varios los departamentos que tienen el sistema de Salud colapsado y entre ellos está Concordia, que en la última semana sumó 5 camas para atención de pacientes en estado crítico. Los lugares se ocupan rápidamente y son, en su mayoría, pacientes de entre 20 y 50 años los que necesitan asistencia respiratoria.


Esa es la gran diferencia. Ahora quienes llegan a estar en estado crítico son jóvenes y lo peor también está pasando. En las últimas semanas, varios fallecieron, entre ellos las hermanas Aldana y Marina Güida. La primera, de 21 años, dejó de existir el domingo 2 de mayo, su hermana, de 29, el martes 11. Ambas eran estudiantes del profesorado en Biología y la mayor era mamá de dos pequeños que quedaron a cargo de su padre y sus abuelos.


La familia no sabe cómo comenzaron los contagios, ni en dónde pudieron haber tomado contacto con el virus. "Todo pasó muy rápido, es como una pesadilla", dijo el papá de las dos fallecidas, José Güida. Y así, como dos cachetadas, la vida los dejó con un vacío que no pueden llenar y con muchas preguntas.


La despedida siquiera trajo algo de consuelo, porque al estar contagiados el protocolo indica que no pueden salir, y ellas, que fallecieron por Covid-19, no pudieron ser veladas. Parecen escenas del peor de los cuentos de terror, pero a esta familia les tocó vivirlo de un día para el otro.


Luego de la partida de Marina, todo parecía empeorar. Mariela Itatí González, de 52 años, mamá de las jóvenes, fue internada. Es insulinodependiente y su familia se refugiaba en la fe, pedía cadenas de oración y recibía el acompañamiento de la comunidad. Afortunadamente, una semana después volvió a su casa, con sus nietos y una familia que la esperaba ansiosamente.

Vivir una tragedia

José Güida tiene 59 años. Es el padre y abuelo que lleva el sustento a sus familiares. Para él, "el mundo se cayó" de un momento a otro. "La familia está destrozada", resumió, en diálogo con Mirador Entre Ríos. Y a casi dos semanas de la despedida de su hija mayor, cuenta con alivio que ahora están todos un poco mejor de salud.


Recuerda todo lo que sucedió día a día. Tiene presente la rapidez con que el virus se llevó a la menor de sus 3 hijos y el segundo golpe que recibieron con la partida de la hija que los convirtió en abuelos. El relato se da con la voz apagada, entre llantos, en algunos momentos. "Nos contagiamos todos. Primero mandé a hisopar a mi hijo y él dio positivo así que nos aislamos. Hasta su abuela tuvo el virus. Es muy peligroso", aseguró.


"El 30 de abril terminé mi contrato de trabajo y ya estaba aislado. Aldana no vivía con nosotros, ella estaba viviendo con su pareja, pero cerca de casa. El sábado 1 de mayo la llamé y noté que estaba mal. Ella se sentía mal de salud, pero también estaba triste. Así que decidí salir y me fui hasta la casa aunque ya era casi medianoche", contó y agregó: "Cuando llegué la encontré llorando y no podía hablarme. Le dije que iba a llamar una ambulancia, me pedía por favor que no lo hiciera, pero igual llamé y se la llevaron al hospital, con ropa y sus cosas".


Lo que pasó después de ese último contacto resulta inentendible para el papá. "La dejaron tener su celular para comunicarse con nosotros. Me mandó mensajes contándome que le pasaron medicamentos por suero y que tenía una máscara de oxígeno, me dijo que podía respirar mejor, que me quede tranquilo", relató.

Luego de eso, todo fue caos: "A la tarde de domingo me llamó, podía hablar, me dijo que estaba bien, me preguntó cómo estábamos nosotros; pero a la noche de ese día me mandó un mensaje diciendo 'recen por mí', la iban a intubar. Después llamaron diciéndome que mi hija había fallecido".


Así se dio el primer golpe. El avance del virus en el cuerpo de Aldana fue rápido. A comienzos de la semana pasada, el laboratorio del hospital Masvernat, que había enviado la muestra de la joven al instituto Malbrán, confirmó que ella había tenido la cepa de Manaos, y eso significa que hay una circulación en la ciudad de esta variante que es descripta como "más contagiosa, fuerte y letal".


Cuando creían que el sufrimiento era demasiado, llegó el segundo golpe. Marina empezó a empeorar y todo volvió a ser incertidumbre y miedo, hasta que llegó el peor final. "Marina era alérgica, nada más, entonces sabía lo que es tener tos. La tos del coronavirus es muy seca y la de ella era cada vez más continua. Estaba empeorando, no podía caminar. Llamamos una ambulancia, la llevaron, la revisaron en un centro de salud, nos dijeron que tenía un poco de líquido en los pulmones, le dieron medicación y la enviaron a casa", contó. "Yo la veía igual de mal, así que volví a llamar a los dos días y vinieron a buscarla para llevarla al hospital. Le hicieron una radiografía y me avisó que iba a quedar internada".

Después de esa charla, la historia se repitió. "Por la tarde le pusieron una máscara con oxígeno, me dijo que la radiografía indicaba que ella tenía neumonía. A la noche me llamó la médica y me dijo que decidieron llevarla a terapia e intubarla. Me dejaron entrar a verla y me volví. A las 6 de la mañana del otro día me llamaron, me avisaron que tuvo un paro cardiorrespiratorio y que se había ido", dijo entre lágrimas.


"Me quedé casi sin nada. Tengo a mi esposa, mi otro hijo y mis dos nietitos. Esto es horrible", resumió y quiso hacer un pedido: "Los jóvenes deben entender que tienen que cuidarse. Acá mis hijas sanas murieron y nosotros que somos grandes pudimos atravesarlo. Esta nueva ola afecta a jóvenes y por eso deben cuidarse".

Enfrentando la crisis sin privilegios

José es guardavidas. Terminó su contrato en medio de la espera por la llegada de una jubilación cuyo trámite empezó hace casi un año. Mientras él espera, sin respuestas, a nivel provincial y de manera exprés el ex presidente del STJ, que era vocal, Emilio Castrillón, consiguió en pocos días que su trámite jubilatorio saliera y pudo dejar de lado la actividad. Todo se dio en medio de denuncias en su contra e incluso mientras empezaban a dar pasos para llevarlo a un juicio político. En esos casos, claro, la rapidez prima y no para un trabajador que percibirá la mínima.


Para Güida es todo cuesta arriba. No solo está desempleado, sino que además ese trámite, que sería solución para su situación económica, no parece salir tan rápido cuando no existen los privilegios. "Mi jubilación ya se inició, están todos los trámites hechos pero la Municipalidad todavía no firmó la planilla de reconocimiento de años. Falta es una firma del señor intendente, que recibió mis papeles mediante uno de sus abogados", dijo.


Le sobran años de aportes, pero sus papeles siguen dando vueltas. "Es una decisión política que firmen y es por ley; porque el guardavidas se jubila en Nación a los 50 años, con 25 temporadas: yo tengo 38 temporadas. Desde el municipio sellaron la planilla de reconocimiento de años pero no la firmaron, entonces la Caja de Jubilaciones volvió para atrás todo", comentó.


"Quiero jubilarme como dice la ley. Mi esposa es diabética, no puede trabajar ya, así que quiero tener esa seguridad para poder sostener los gastos de la casa", dijo. Mientras tanto, en medio del dolor, la familia se arma de paciencia y espera ser tenida en cuenta, al menos con la mitad de la rapidez que hay para otros casos.