Figuras que ennoblacieron la cultura local

Un tal Alfieri, periodista y maestro

El periodista y docente Guillermo Alberto Alfieri fue un ciudadano itinerante que nació en Ramos Mejía, participó de la época dorada de El Independiente en La Rioja y fue la columna vertebral de EL DIARIO durante décadas.
08-06-2020 | 22:52 |

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Alfieri, referencia ineludible para las nuevas camadas de periodistas.


Redacción Mirador Entre Ríos
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En escuetos mensajes de texto, en publicaciones en redes sociales, en audios a través de plataformas instaladas en teléfonos celulares y hasta en conversaciones ocasionales entre quienes lo conocieron, ha emergido en los últimos días la figura de Guillermo Alfieri, periodista y docente.
De hecho, el 3 de junio se cumplieron dos años de su muerte, ocurrida en Paraná, ciudad que eligió para desarrollar el oficio poco frecuente de “honrar la vida” durante prácticamente cuatro décadas. En la capital entrerriana rearmó su proyecto vital, que antes tuvo escalas en las provincias de Buenos Aires y de La Rioja.

En Paraná, engalanó con su producción periodística las páginas de EL DIARIO. También inspiró a una legión de jóvenes soñadores en la Facultad de Ciencias de la Educación-UNER y, por cierto fuera de ella, porque su influencia se extendió a quienes tomaron contacto con él. Originariamente, la carrera de Licenciatura en Comunicación Social llevó su impronta no sólo por los aportes que realizó a la propuesta académica sino porque varios de los muy buenos profesores porteños que llegaron hasta estas tierras en la segunda mitad de los años 80 lo hicieron convencidos por él.

Profuso lector, el ejercicio reflexivo del periodismo y la actualizada versión de una ética de la curiosidad le habían provisto de un protocolo ajustable a cada circunstancia, que aplicaba a los distintos ámbitos y le permitía resolver diferentes situaciones con solvencia. De su referente, Alipio Paoletti, había aprendido que, con método, sistematicidad y determinación, no había dificultad que no pudiera vencerse.

En el caso de Alfieri, había algo que el lector no intuía mientras devoraba los lunes y jueves los Temas Pendientes, los domingos el Coloquio y los lunes el Editorial y las Crónicas en claroscuro: no era de hacer berrinches si tenía que sacarle tiempo al descanso para estudiar o escribir. En buena medida, su vida giraba en torno a ello.

Observar

Cuando llegó a comienzos de los 60 a La Rioja para ser parte de la etapa épica de El Independiente, ya llevaba consigo un par de elementos clave en su personalidad que formaron parte de su sello distintivo: prefería escuchar antes que apresurarse a hablar y, además, era un observador nato, que se agazapaba tras las volutas de humo que desprendían sus Imparciales.
Si la primera impresión era que se trataba de un sujeto más bien áspero y hasta inaccesible, apenas fluía la confianza, la camaradería hacía bajar las mutuas defensas y en el mismo sentido emergía una nota singular: su habilidad conversadora, rica en referencias a las artes y a las ciencias sociales, salpimentadas con el toque de una toma de posición personal frente a los sucesos, situaciones y personajes.

Quienes lo acompañaron a Alfieri en sus andanzas periodísticas recuerdan que, cada tanto, en medio de las entrevistas, sus interlocutores con absoluta naturalidad pasaban a llamarlo “maestro”, en un velado reconocimiento a lo que su presencia generaba. Al mismo tiempo, son numerosos los comentarios de quienes aún hoy lo tienen como ejemplo de enseñante, pese a que Alfieri solía repetir que no tenía discípulos, sino tan solo compañeros de trabajo o colegas.

Perfiles

Guillermo Alfieri incursionó también en la radio y hasta tuvo experiencias televisivas, en todos los casos atravesadas por los mismos deseos de transformar la injusta realidad, visibilizar lo que pretendía mantenerse oculto y destacar aquello que ofrecía perfiles meritorios.

Luego del retiro, escribió tres libros: Coloquios de la Comarca, El libro de Tito Paoletti y Ver de memoria. Inquieto, incansable, armó una lista de correos electrónicos e hizo circular por allí las Crónicas en claroscuro que siguió modelando con su cincel de palabras y su ejercicio de la memoria.

A la escritura la mantuvo cuidada, producto de un afán por mejorar la expresividad que se traducía en largas sesiones de corrección, de lo general a lo particular, de la descripción y la caracterización al sustrato ideológico que animaba los mensajes: la palabra nunca fue para él un territorio ganado de antemano sino un imperio al que debía someter, con enjundia e insistencia.

En un día como el de hoy, es posible que más de uno recuerde su vozarrón, su sentido de la exigencia, su ojo puesto donde no todo el mundo ve: para poner sobre el tapete de la notoriedad a personajes inolvidables pero anónimos, para colocar en su lugar a los desvaríos de las instituciones políticas y para imaginar cómo corregir la relojería de una civilización que pisotea lo delicado para construir un castillo de injusticia y exclusión, también en el pago chico.

Una ausencia sensible

Entre tantos relatos que evocan la figura de Guillermo Alfieri, está el del docente y realizador radiofónico, Oscar Bosetti, de deliciosa escritura. “Habrá sido por noviembre o diciembre del ‘87. En el patio de su casa, en la calle Álvarez Jonte, estábamos el anfitrión (el Grandote Jorge B. Rivera), Alejandro Horowicz, Leonardo Moledo y yo. Negrita iba y venía completando los platos con quesos y fiambres. La cerveza era la aliada oportuna en ese atardecer sofocante de La Paternal. Cuando el sol ya se había despedido de otro día, apareció el Guille. Pitando un cigarrillo negro, que sería el primero de una larga serie, con su garganta arenosa y una verba fluida y llena de matices nos contó sus proyectos para gestionar la Licenciatura en Comunicación Social de la UNER. Las horas siguieron bajo un cielo de estrellas lejanas. La picada pasó a ser la antesala de una carne al horno con papas. La cerveza quedó atrás y su lugar fue ocupado por las botellas del amable Rincón Famoso y después por los inimaginables licores de la bodeguita de Rivera. Las marcas que se fueron imprimiendo después del ‘76, la literatura, el cine, los maestros del periodismo y las menciones insoslayables a Tito Paoletti se fueron sucediendo en esa charla impar que ninguno quería cerrar. Antes de las despedidas cuando ya era el día después, todos le dijimos que sí. Que nos sumaríamos al plantel de Profesores de la Facultad de Ciencias de la Educación”.

Y luego de repasar los itinerarios laberínticos de la academia y el periodismo atravesados por Alfieri, Bosetti concluye que pese a todo: “el Yiyi siguió pitando esos cigarrillos negros, alisándose el mechón que le caía hacia la frente, apasionándose con las misiones del Periodismo, embroncándose con las Instituciones, recordando la gesta de El Independiente y su cárcel durante la última dictadura cívico-militar, caminando por la Bajada de Los Vascos”.
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