Recuerdo

Ahí viene el 4, Rubén

El 24 de septiembre falleció Rubén Arnaldo Gey, una de las personas más generosas del ambiente del periodismo deportivo paranaense. Viajes, transmisiones y comidas con el Ratón generaron miles de anécdotas que son siempre recordadas con una sonrisa.


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Víctor Ludi
redaccion-er@miradorprovincial.com

Antes que nada, quiero pedirles disculpas a lectores y lectoras por el uso de la primera persona del singular en la redacción de esta publicación. Pero no podía hacerlo de otra manera, ya que escribo con palabras que salen del corazón.

La sensación de vacío que te deja la partida de un ser querido es difícil de explicar. Esa incredibilidad se apropió de mí durante el mediodía del sábado 24 de septiembre, cuando respondí un estado de WhatsApp del Negro Ivo. Había subido una foto con su papá, dedicándole unas lindas palabras que no parecían ser de despedida –o al menos eso interpreté-. Le pregunté cómo estaba el viejo y, unos minutos más tarde, llegó esa respuesta que me dejó helado. Me había anunciado el fallecimiento del querido Rubén Gey.

Tras unos segundos de shock, le expresé mis condolencias como pude o como me salió y, paso seguido, me tomé la atribución de ser el vocero de la horrible noticia en algunos grupos. Las manifestaciones de lamentos y tristezas no tardaron en hacerse públicas en las redes sociales.

Cuando cesé con mis actividades, me senté mirando a la nada para recordar a Rubén y los momentos que me tocó vivir junto a él. Murió una persona sencilla, amable y, sobre todas las cosas, generosa. Definiéndolo en dos palabras, un tipazo. Alguien que nunca dudó en darle una mano a cualquier persona, sobre todo a los jóvenes que daban sus primeros pasos en el mundo del periodismo deportivo. Siempre había lugar en sus transmisiones.

El Ratón fue un referente del periodismo deportivo de la capital entrerriana, sobre todo en el rubro del relato radial. Durante las décadas de 1990 y 2000, sumó miles y miles de kilómetros siguiendo las campañas de Patronato por los lugares más recónditos del país, narrando los partidos a través de los micrófonos de LT 14, emisora a la que le dedicó gran parte de su vida, pero donde también lo dejaron de lado en 2010.

Particularmente, tuve la oportunidad de conocerlo cuando aún cursaba en el Instituto, allá por el 2007. Pese a mi inexperiencia y nervios frente al micrófono, sin dudarlo me dio la oportunidad de formar parte de las transmisiones de Patronato en el Argentino B y de la mesa de Tribuna Deportiva, el histórico ciclo de la 14. Ahí fue donde se originó el “ahí viene el 4” de Daniel Arturo Salerno, un hermano que le dio la vida. Apenas finalizaba el programa diario, el Pato, un loco lindo, salía corriendo del estudio gritando desesperadamente esa frase, para apurarnos y que no perdiéramos el colectivo (de la línea 4, obviamente) que nos acercaba hasta nuestros hogares. Y ése se transformó en nuestro grito de guerra cada vez que nos cruzábamos en algún lado. Nuestro saludo no era un hola ni un cómo andas, sino un “ahí viene el 4” acompañado de una mano con cuatro dedos arriba, parodiando a nuestro amigo Pato.

Tiempo después, continué mi actividad en otros medios. Sin embargo, con Rubén siempre quedó una relación cordial y una amistad que trascendió no solo a él, sino que se extendió hacia su hermosa familia. Su hogar fue la sede de un montón de reuniones de camaradería, donde uno podía sentirse tan cómodo como en su casa y se despanzaba de la risa.

Por todas esas cosas, la partida de Rubén fue un golpe duro en el ambiente. Si bien el hecho de que las últimas veces que lo crucé lo noté decaído, sumado a que las novedades sobre su salud no eran alentadoras, hicieron que este triste desenlace no me tomara por sorpresa, su muerte fue un cachetazo que dolió mucho.

Pero prefiero recordarlo como el buen tipo que fue. El que les abrió las puertas a los pibes y nunca les hizo pagar el derecho de piso; el de las largas charlas de fútbol; el que te hacía sentir uno más de su familia; el que con picardía metía un bocadillo que desataba una carcajada; el de las mil anécdotas en los viajes; el de las juntadas hasta altas horas de la noche. Por eso, a través de estas líneas, me gustaría despedirme saludándolo con mismo el cariño mutuo que lo hacíamos siempre…ahí viene el 4, Rubén. Gracias por todo y hasta siempre.

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