Literatura

Nicolás Doffo, el lector ideal

Nicolás Doffo tiene dos novelas publicadas, participó en antologías de cuento, tiene en carpeta un par de novelas más, pero su característica sobresaliente es la lectura. En su casa de Casilda, en el patio, edificó un cuarto de dimensiones importantes cuyo espacio se ve rodeado de miles de libros en prolijos anaqueles sólo para leer como primera instancia. Luego, instaló un escritorio con sillón reclinable, en el centro del cuarto, desde donde visualiza con placer sus logros.


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Nicolás Doffo, el casi psicólogo y trabajador independiente, tuvo una infancia y adolescencia tranquila en Casilda, su ciudad natal. Su inquietud por la lectura empezó desde temprano de la forma esperada: los ávidos lectores nacidos entre las décadas de 1960 hasta principios de 1990, recurrieron al más que seguro cómic y a las revistas de historieta. Los inquietos como Nicolás, más tarde ingresarían de lleno a la literatura.

“Nací en Casilda en 1983 y en 1990, en pleno furor de los paros escolares mis padres me anotaron en una escuela privada, la Michelangelo Buonarroti. La secundaria la hice en una escuela técnica, La Sagrada Familia en la que aguanté tres años y dejé porque la doble escolaridad no era para mí, estaba todo el día cursando. Aprendí cosas que todavía hoy me siguen sirviendo como carpintería, soldadura, electricidad, pero no había chicas; en esa época eran sólo varones. Por lo tanto, terminé quinto en la escuela secundaria normal y pública”.

En el año 2002, Nicolás se mudó a Rosario para estudiar Psicología. En segundo año sería ayudante de cátedra, pero tres años después abandonó la experiencia pedagógica y se dedicó a estudiar. Le falta sólo una materia para recibirse, pero jamás volvió a pisar la Facultad. En el año 2012 volvió a Casilda y empezó a trabajar en la empresa de su padre.

“Por el lado literario, de pibito no leí muchos libros, salvo los de rigor, algunas cosas que por ahí me regalaban. Empecé a leer fuerte cuando tenía 10 años, en 1993. Empecé con los cómics y fue principalmente lo que leí en toda la adolescencia. En la etapa de la facultad tampoco fui un lector de literatura, era más que nada de cómics que alternaba con algún libro. Es que en los ‘90, había una gran importación. Fue una época dorada y se conseguía barato. Iba a comprar una buena cantidad de revistas a “Puro Cómic”, en Rosario”.

“Yo siempre quise escribir guiones de cómic, pero como era medio imposible conseguir un dibujante en el pueblo, empecé a escribir. En el año 2006 me inscribí en el taller de Marcelo Scalona. Ahí empecé a leer literatura posta, tenía 23 años, y no paré más. En ese mismo año hubo un concurso de literatura por el centenario del Club Central Córdoba. Envié unos cuentos y gané y fue la primera publicación que tuve. Al año siguiente, en el 2007, escribí mi primera novela, El Molino, y cuando la terminé hice una clínica de obra con Beatriz Vignoli. La terminé definitivamente en el 2009, y la envié al Concurso Municipal de Narrativa Manuel Musto, en el que gané una mención y fue publicada en el año 2010 por la Editorial Municipal de Rosario”.

El Molino trata sobre un estudiante de psicología que, frustrado, vuelve a su pueblo de origen y tras semanas de no hacer nada productivo ingresa a trabajar en El Molino, la única empresa productora que funciona y del cual depende su población. Pero el hartazgo de la vida rutinaria lo devuelve a la ciudad luego de haberse involucrado sexualmente con la hija del dueño, la esposa de uno de los ricos dominantes, pero también con la curandera, una figura autoritaria en el pueblo. Más tarde, en el año 2016 publicaría la novela de universo distópico aunque algo realista, Canción para gorilas. Editada por Libros Silvestres, la novela es transitada por un protagonista adolescente, Francisco, de cuya acción redentora dependerá de un choripán para salvar a sus padres y al mundo, de la enfermedad “nonbi”.

“La idea de Canción para gorilas, nació porque yo quería hacer algo con una ilustradora de acá, de Casilda. Le tiré la onda para hacer algún cuento ilustrado o algo parecido y bueno, después me copé a escribir y salió una novela de casi 400 páginas. Nació medio así del azar. La había empezado en el 2013, fue trabajada en Puma Styling, un grupo de cuatro escritores que nos reuníamos dos domingos de cada mes en Casilda y en Rosario, entre los años 2015 y 2016, para hacer clínica de obra, de facturas, café, cerveza y mucha lectura. Canción para gorilas se publicó a fines de 2016”.

Doffo tiene en carpeta un par de novelas más, pero su característica sobresaliente es la lectura.
Gentileza.

 

Concurrió a los talleres literarios de Marcelo Scalona y Jorge Barroso en un lapso de tres años estimativamente hasta “pegar” como dice Doffo, en un concurso de narradores jóvenes en el que participó y que fue organizado por el Centro Cultural Rojas, en Buenos Aires. El premio era concurrir a un taller de lectura y obra, de una duración de tres meses. Los profesores fueron María Sonia Cristoff, Gustavo Ferreira y Juan Diego Incardona. El final feliz fue una antología que gestionó el Centro Cultural Rojas. Pero a Nicolás se le cortaría “el chorro” cuando nacieron sus primeros dos hijos gemelos. Su envión narrativo quedaría en stand by, por dedicarse de lleno a su biblioteca y la familia hasta que el año pasado retomó las clases en un taller de lectura y comida en Casilda.

“Es muy copado, nos juntamos los jueves a leer algún libro que selecciona en su casa Lu Dal Lago, la coordinadora. Estamos leyendo Huaco retrato, de la peruana Gabriela Wiener; antes leímos a Ozamu Dazai, después uno de Alejandro Zambra, el chileno, todas cosas copadas. El año pasado leímos uno de Benjamín Labatut y también a Sara Gallardo. Son esas cosas que van de forma marginal por donde circula la literatura, que son las más interesantes y ni te digo cómo se morfa. Lu Dal Lago cocina a morir. Esta semana hubo de entrada unas brochetas de rúcula y crudo con un poco de parmesano; unos pebetes calentitos y después pastas con 3 pimientos, porque estamos
leyendo literatura peruana, entonces va esa temática también. La semana pasada nos tomamos unos cuantos piscos. Con la novela de Dazai comimos comida japonesa, curry, de todo. Estoy engordando”.

El Doffo lector
“Yo considero -y todo esto que digo es sólo mi opinión-, que si no hay una base de lectura, la escritura no avanza. En los talleres literarios aprendí ese rigor que necesitaba y los grupos que se formaban, me llevaron a escribir más en serio. Me encauzó hacia la escritura como un oficio. Porque en la realidad, lo de la idea romántica de la escritura o la inspiración famosa, no existen si no te sentás a escribir a diario. No llegarías nunca a componer una obra con rigor, con oficio; en especial cuando se encara un proyecto como una novela. Ahí sí que acumulás horas de silla”.

“Me ayudó también conocer a gente del palo con mucho interés por escribir, que en ciudades chicas como Casilda no había. Ahora sí hay, en lo local hay más movimiento. La gente se junta más y las redes sociales ayudan. Desde el Teatro Dante se fomenta mucho, incluso hace muy poco hubo una feria de libros muy grande. Convocaron a escritores de todo el país”.

“Yo escribo para el lector ideal que soy yo mismo. Escribo cosas que me resultan interesantes a mí mismo, pensando en si me gustaría leerlo como lector porque el texto me tiene que resultar atractivo. Es medio una obviedad, pero cuando vos conocés a la gente del paño, encontrás que algunos escriben cosas que no les gustaría leer. Es contradictorio y así terminan los textos. Si partís de la base de escribir de una forma impostada para otro que no sos vos, son textos que nacen muertos. Cuando tenés el recorrido como lector, eso se nota. Un escritor escribe mayormente sobre dos o tres temas porque sí, porque es algo que te vuelve y te convoca y tenés focalizarte en eso, porque si escribís de otra cosa, te va a salir algo que a lo mejor no expresa todo el potencial que podés tener. No hay que traicionar eso”.

“En la medida en que uno va leyendo es como que se va ramificando. Una lectura te lleva a otra, un autor se asocia con otro o te recomienda, entonces se va volviendo caótico, pero a la vez uno va marcando su propio camino como lector. Te vas encauzando hasta cierto tipo de literatura. Por ejemplo, las obras que leí hace diez años atrás y me gustaban, hoy a lo mejor no paso de diez páginas, entonces es raro el recorrido que uno puede llevar como lector. También hay mucho de azaroso. Me gusta recorrer las librerías de saldo porque conseguís libros baratos que te terminan encantando. Hay libros que salen diez mil pesos porque arriesgaste a probar y capaz que no leés ni veinte páginas. En los libros baratos podés encontrar uno que te termina encantando o descubrís una nueva literatura que te vuela la cabeza. No está bueno limitarte por tu propio gusto, está bueno lo del azar, de dejarte llevar por una tapa. Hoy está todo muy segmentado, muy publicitado, es como la tiranía de Netflix que te hace la serie pensada para vos, para un público que le gusta la nostalgia ochentosa y te agregan todos los ingredientes, te la empaquetan y te va a gustar a vos. Pero después te perdés de otras cosas que podés encontrar en esas mesas de saldo, que te pueden abrir la cabeza mucho más que esa publicidad prefabricada. Está bueno arriesgarse, te vas a llevar muchos chascos como nos pasa a todos, pero a la larga creo que tiene su recompensa. Por eso está bueno que haya acceso a distintos textos, a distintas voces y editoriales. Porque si no es todo muy pensamiento único de las grandes editoriales y terminamos perdiendo todos, tanto los que escribimos como los que leemos porque se termina bajando siempre la misma línea”.

“Lo que me gusta de la literatura es que te otorga lo que no te da otro arte. Se te dispara la cabeza para lados muy distintos, es como que se te va ampliando la conciencia. Incluso desde una frase muy chiquita o de otra muy grande que de alguna forma algo te deja más allá del placer o de lo bien escrito que esté. En otro arte me parece que se da más por el lado estético, en cambio en la literatura está lo estético y lo ético, que es lo que más me atrae. Un buen libro te deja siempre una enseñanza, te hace más empático, a ponerte en el lugar del otro y algo te queda y después para el día de mañana en alguna situación, te vuelve más capacitado para estar de ambos lados de la vereda. Yo veo cada vez más esa bajada de línea y ese pensamiento único te limita, te lleva a una estructura que te termina empobreciendo. Una buena historia, una buena trama, siempre toca un puntito esencial de la existencia y la incorporás de alguna forma en el inconsciente quizás. Creo que se escribe para tratar de comprender todo esto que te rodea. Tratar de darle una vueltita más a eso que te está convocando para escribir. Una anécdota que te quedó resonando, una idea, un paisaje, tratar de encontrar una respuesta de los temas que a uno siempre le vuelven. Es parte de una búsqueda”.


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