Beatriz Fiotto estuvo en la Cámara de Diputados de la Provincia.
Foto:Gentileza.
“Todo eso” de editorial Gato Grillé fue impreso en febrero de 2021, y no es una novela ni un cuento. Es como abrir una caja de fotos en sepia donde se dispara la memoria hasta olfativa, y avanzar en cada uno de sus poderosos micro relatos, cada cual la foto de un momento crucial de tantos otros que bullían en la mente de su autora, con historias donde lo natural era el desamor y la violencia, y la afectividad paternal era de un exotismo inusitado.
“No era mi intención publicarlo, pero lo escribí y me hago cargo. Descorrés un velo y se ve lo real: que somos humanos, y que no voy a sostener más la complicidad. Para mí fue una emulación y dejar que el recuerdo se cuente sólo con recuerdos, similar al libro de Georges Perec ‘Me acuerdo’, con una escritura fragmentaria”, precisó Beatriz Fiotto con una voz cálida pero segura, en diálogo con Mirador.
Nació en Galicia, España y luego vivió su infancia en Quilmes. Reside en Rosario, donde es docente, fotógrafa y escritora. Es la menor de cuatro hermanos, y llegó a la familia cuando lo peor ya había pasado y su padre se fue. Pero se reprodujeron las esquirlas de violencia verbal, física, abandono, destrato y abuso sexual: fue abusada por uno de sus hermanos mayores -que también era menor de edad-. “Yo llegué cuando ya sucedió el naufragio, tras irse mi padre y enviarnos a España con mi madre embarazada de mí, y recibí esas esquirlas. Al escribirlo fue soltar con la carga de la memoria”, analizó.
El lugar donde la pequeña Bea se sentía segura era siempre fuera de su casa. “En la calle yo organizaba el juego, era líder en el grupo de amiguitos del barrio. Era lo opuesto a quien era en mi casa, donde lloraba siempre”. En un desplazamiento hacia su libertad, este libro se divide entonces en tres capítulos: va del cuerpo a la casa, y de la casa a la calle. Hoy es una mujer libre. “Es preciso que la mujer se escriba (…) y haga venir a las mujeres a la escritura, de la que han sido alejadas violentamente como también lo han sido de su cuerpo”, es la cita de Helene Cixous con la que comienza su libro.
Las referencias a otras autoras, los afectos, lo pendiente y lo justo
A comienzos de este año fue juzgado y condenado el tío de la escritora Belén López Peiró por los repetidos abusos que cometía contra ella durante su adolescencia, plasmado en su libro “Por qué volvías cada verano” (Ed. Madreselva, 2018). Esa obra fue la que alentó a Thelma Fardín a hacer pública su denuncia contra Juan Darthés, y despertó la serie de escrituras en torno a historias de abusos guardadas en la memoria de decenas de mujeres en el país que se sintieron comprendidas, y que prefirieron no callar más.
Beatriz recordó en torno a esta corriente: “Lo veo como una constelación necesaria de libros que van apareciendo. Cada libro con sus historias específicas y estilística, generan que la persona abusada no se sienta sola, algo que sigue pasando, muchas están solas, y hay que sentirnos tribu. Y el mismo sentido de dejar de sostener los secretos de una familia. Debemos dejar de proteger por no exponernos, porque eso nos hace complaces de violentos, que puede que sigan siéndolo hoy”.
En su caso aseguró que le sirvió mucho leer el libro de la rosarina Virginia Ducler, “Cuaderno de V” (Ed. Mansalva, 2019), que también escribe desde la voz de esa niña, y desde un tono amoroso, a pesar de que se trata del relato en torno a los abusos que vivió de muy pequeña por parte de su padre. “La leí y me sentí comprendida”, precisó.
Consultada sobre el libro de Peiró, opinó: “Creo que lo escribió desde su enojo, y ella tiene una familia donde funciona la contención, y vivió eventualmente las violaciones, pero tuvo referencias, yo no tenía nada de eso en mi casa. En la infancia solo tuve dos referencias de que otros vínculos eran posibles: a mis 10 años cuando el papá de mi vecinita que al llegar le daba un beso y hablaba cariñoso, en ese rol, me impactó tanto que recuerdo que comimos empanadas de humita. No entendía un carajo qué era eso de un hombre adulto presente y amoroso. La otra fue una maestra de grado muy afectuosa, que me peinaba, y yo robaba flores para regalárselas en la Escuela n°22 de Quilmes, que tuve esa maestra en primero, segundo, sexto y séptimo grado”.
Sobre ese afecto, destacó un aprendizaje de por vida: “Esa maestra nos dijo que el mejor vestido que tenemos es la piel, y eso despertó en mi de muy chica el sentido de la igualdad. Lo material entre las carencias es lo menos grave, no está bueno irse a dormir con hambre (la pobreza estructural), pero peor es irte a dormir en una casa donde te maltratan en vez de quererte. Y en este caso la pobreza era lo menos grave, lo grave es tener una madre que no podía lidiar con las violencias”.
Aseguró que hace muchos años tenía pendiente escribir esta historia, pero no quería hacerlo cuando sus hijos eran pequeños, porque “sabía que me iba a hacer daño recordar y debía estar bien por ellos. Entonces empecé a escribir los recuerdos durante la pandemia en el encierro. Empecé con el recuerdo del abuso sexual de mi hermano, y después fue una catarata, no terminas de tirar del hilo que seguían y seguían, hasta que dije hasta acá, encontré el límite para no torturarme”.
Durante todos estos años Beatriz tenía reverberaciones de esos recuerdos, “todo era un disparador de la nada a flor de piel, y ahora desde el libro no me sucedió más”, aseguró, y precisó: “La idea de que sea un libro fue de la escritora Paula Alzugaray, que le pedí me corrigiera, y me dijo que lo quería publicar, y salió por su editorial Gato Grillé. Estaba muy convencida, y para mí fue un reconocimiento. Ella llevó el proyecto a la Cámara de Diputados, y logró que sea financiado. Ya no es mi historia, fue una validación de afuera más que mi capricho”.
Consultada en torno a su postura sobre si este libro fue una búsqueda de justicia como en otros de este estilo, la autora desarrolló: “Tengo un problema con la palabra Justicia, porque ya no hay justicia posible en esta sociedad después de lo que pasó con Fernando Báez Sosa. Hay paliativos. Me cuesta pensar en términos de Justicia, pero pienso en términos de lo justo. Y siento que es justo para conmigo misma, en el reconocimiento de mi vida y mi historia, dejar el pacto de silencio, correrme de la complicidad con todo lo que pasamos, callar y que sigan siendo buenos. Ahí reside lo justo. No sostengo más esto”.
Aclaró entonces que decidió hacerlo público, preparada para lo que venía después. “Como mis hermanos callan no hubo cambios en la familia. Pero en la sociedad hay un estigma que refuerza que sos la víctima. Y este libro es lo que yo fui, no soy hoy, por eso el título “todo eso”, que no es todo esto que soy hoy. Si no lo hacía público, me preservo de la crítica, que acepto si me dicen que no tiene valor literario. No intento trascendencia con este libro porque no fue escrito con ese objetivo".
Algo más sobre la autora
Beatriz Fiotto es también autora de “Diálogos poéticos” junto a Laura Rivera y Victoria Fabre, y ahora escribe poesía y otros estilos. “Todo eso” se puede conseguir en Buchin, Oliva, Halcón Maltes, Argonautas, Mal de Archivo, o en las redes sociales de la editora Gato Grillé.
El arte de tapa lo hizo el hijo de Beatriz, Daniel Campi, basando el dibujo de contornos de los cuatro hermanos y la madre en una foto familiar real, de cuando vinieron de España a vivir en Quilmes, y en la imagen, la única que lleva rasgos en su cara es Beatriz, quien ahora, al registrarlo todo en una escritura franca y afectuosa pudo ver a su niña y contar esa historia.
“No era mi intención publicarlo, pero lo escribí y me hago cargo. Descorrés un velo y se ve lo real: que somos humanos, y que no voy a sostener más la complicidad. Para mí fue una emulación y dejar que el recuerdo se cuente sólo con recuerdos, similar al libro de Georges Perec ‘Me acuerdo’, con una escritura fragmentaria”, precisó Beatriz Fiotto con una voz cálida pero segura, en diálogo con Mirador.
Nació en Galicia, España y luego vivió su infancia en Quilmes. Reside en Rosario, donde es docente, fotógrafa y escritora. Es la menor de cuatro hermanos, y llegó a la familia cuando lo peor ya había pasado y su padre se fue. Pero se reprodujeron las esquirlas de violencia verbal, física, abandono, destrato y abuso sexual: fue abusada por uno de sus hermanos mayores -que también era menor de edad-. “Yo llegué cuando ya sucedió el naufragio, tras irse mi padre y enviarnos a España con mi madre embarazada de mí, y recibí esas esquirlas. Al escribirlo fue soltar con la carga de la memoria”, analizó.
El lugar donde la pequeña Bea se sentía segura era siempre fuera de su casa. “En la calle yo organizaba el juego, era líder en el grupo de amiguitos del barrio. Era lo opuesto a quien era en mi casa, donde lloraba siempre”. En un desplazamiento hacia su libertad, este libro se divide entonces en tres capítulos: va del cuerpo a la casa, y de la casa a la calle. Hoy es una mujer libre. “Es preciso que la mujer se escriba (…) y haga venir a las mujeres a la escritura, de la que han sido alejadas violentamente como también lo han sido de su cuerpo”, es la cita de Helene Cixous con la que comienza su libro.
Las referencias a otras autoras, los afectos, lo pendiente y lo justo
A comienzos de este año fue juzgado y condenado el tío de la escritora Belén López Peiró por los repetidos abusos que cometía contra ella durante su adolescencia, plasmado en su libro “Por qué volvías cada verano” (Ed. Madreselva, 2018). Esa obra fue la que alentó a Thelma Fardín a hacer pública su denuncia contra Juan Darthés, y despertó la serie de escrituras en torno a historias de abusos guardadas en la memoria de decenas de mujeres en el país que se sintieron comprendidas, y que prefirieron no callar más.
Beatriz recordó en torno a esta corriente: “Lo veo como una constelación necesaria de libros que van apareciendo. Cada libro con sus historias específicas y estilística, generan que la persona abusada no se sienta sola, algo que sigue pasando, muchas están solas, y hay que sentirnos tribu. Y el mismo sentido de dejar de sostener los secretos de una familia. Debemos dejar de proteger por no exponernos, porque eso nos hace complaces de violentos, que puede que sigan siéndolo hoy”.
En su caso aseguró que le sirvió mucho leer el libro de la rosarina Virginia Ducler, “Cuaderno de V” (Ed. Mansalva, 2019), que también escribe desde la voz de esa niña, y desde un tono amoroso, a pesar de que se trata del relato en torno a los abusos que vivió de muy pequeña por parte de su padre. “La leí y me sentí comprendida”, precisó.
Consultada sobre el libro de Peiró, opinó: “Creo que lo escribió desde su enojo, y ella tiene una familia donde funciona la contención, y vivió eventualmente las violaciones, pero tuvo referencias, yo no tenía nada de eso en mi casa. En la infancia solo tuve dos referencias de que otros vínculos eran posibles: a mis 10 años cuando el papá de mi vecinita que al llegar le daba un beso y hablaba cariñoso, en ese rol, me impactó tanto que recuerdo que comimos empanadas de humita. No entendía un carajo qué era eso de un hombre adulto presente y amoroso. La otra fue una maestra de grado muy afectuosa, que me peinaba, y yo robaba flores para regalárselas en la Escuela n°22 de Quilmes, que tuve esa maestra en primero, segundo, sexto y séptimo grado”.
Sobre ese afecto, destacó un aprendizaje de por vida: “Esa maestra nos dijo que el mejor vestido que tenemos es la piel, y eso despertó en mi de muy chica el sentido de la igualdad. Lo material entre las carencias es lo menos grave, no está bueno irse a dormir con hambre (la pobreza estructural), pero peor es irte a dormir en una casa donde te maltratan en vez de quererte. Y en este caso la pobreza era lo menos grave, lo grave es tener una madre que no podía lidiar con las violencias”.
Aseguró que hace muchos años tenía pendiente escribir esta historia, pero no quería hacerlo cuando sus hijos eran pequeños, porque “sabía que me iba a hacer daño recordar y debía estar bien por ellos. Entonces empecé a escribir los recuerdos durante la pandemia en el encierro. Empecé con el recuerdo del abuso sexual de mi hermano, y después fue una catarata, no terminas de tirar del hilo que seguían y seguían, hasta que dije hasta acá, encontré el límite para no torturarme”.
Durante todos estos años Beatriz tenía reverberaciones de esos recuerdos, “todo era un disparador de la nada a flor de piel, y ahora desde el libro no me sucedió más”, aseguró, y precisó: “La idea de que sea un libro fue de la escritora Paula Alzugaray, que le pedí me corrigiera, y me dijo que lo quería publicar, y salió por su editorial Gato Grillé. Estaba muy convencida, y para mí fue un reconocimiento. Ella llevó el proyecto a la Cámara de Diputados, y logró que sea financiado. Ya no es mi historia, fue una validación de afuera más que mi capricho”.
Consultada en torno a su postura sobre si este libro fue una búsqueda de justicia como en otros de este estilo, la autora desarrolló: “Tengo un problema con la palabra Justicia, porque ya no hay justicia posible en esta sociedad después de lo que pasó con Fernando Báez Sosa. Hay paliativos. Me cuesta pensar en términos de Justicia, pero pienso en términos de lo justo. Y siento que es justo para conmigo misma, en el reconocimiento de mi vida y mi historia, dejar el pacto de silencio, correrme de la complicidad con todo lo que pasamos, callar y que sigan siendo buenos. Ahí reside lo justo. No sostengo más esto”.
Aclaró entonces que decidió hacerlo público, preparada para lo que venía después. “Como mis hermanos callan no hubo cambios en la familia. Pero en la sociedad hay un estigma que refuerza que sos la víctima. Y este libro es lo que yo fui, no soy hoy, por eso el título “todo eso”, que no es todo esto que soy hoy. Si no lo hacía público, me preservo de la crítica, que acepto si me dicen que no tiene valor literario. No intento trascendencia con este libro porque no fue escrito con ese objetivo".
Algo más sobre la autora
Beatriz Fiotto es también autora de “Diálogos poéticos” junto a Laura Rivera y Victoria Fabre, y ahora escribe poesía y otros estilos. “Todo eso” se puede conseguir en Buchin, Oliva, Halcón Maltes, Argonautas, Mal de Archivo, o en las redes sociales de la editora Gato Grillé.
El arte de tapa lo hizo el hijo de Beatriz, Daniel Campi, basando el dibujo de contornos de los cuatro hermanos y la madre en una foto familiar real, de cuando vinieron de España a vivir en Quilmes, y en la imagen, la única que lleva rasgos en su cara es Beatriz, quien ahora, al registrarlo todo en una escritura franca y afectuosa pudo ver a su niña y contar esa historia.
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