Sobre pinturas cristianas

La pictografía de la basílica de Aránzazu

El arte es la cristalización del espíritu de una época. Una pintura, una canción, un poema describe tanto un momento antiguo como una crónica. En las obras descansan creencias y valores de otros tiempos que no reposan en manuales de historia.
14-10-2020 | 22:39 |

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El rostro dedicado al León de San Marcos Evangelista pertenece en realidad al cura Ignacio Vicentín.



Ignacio Etchart
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El 25 de mayo de 2020, la famosísima parroquia de Aránzazu, de Victoria, fue declarada “basílica menor” tras el pedido por parte del obispo Héctor Zordán, de la Diócesis de Gualeguaychú.
Fue así como el templo mayor de la ciudad comenzó a ser la “casa real” de su congregación, significado etimológico proveniente del griego basiliké.

A continuación se presentará una breve reseña de algunas de las pinturas que descansan en sus muros, basada en los trabajos de las personas que administran la página de Facebook “Historias de Victoria”, sitio digital comprometido con el registro y divulgación de la historia local.

Entre el homenaje y la crítica

“El mundo es de los ladrones y de los artistas. El resto tiene que trabajar”. Así citaba una reciente y muy famosa película argentina sobre el bajo mundo del hampa y la impronta mítica que siempre lo adornó. Real o no, es verdad que el arte siempre encuentra, aún en su mayor momento de restricción, pequeños recovecos donde aloja su fiel e inocultable sinceridad.

La basílica de Aránzazu tuvo su primera misa en el actual edificio en 1875. Sin embargo, los detallados y minuciosos trabajos ornamentales y de pintura tardaron casi un siglo en terminarse. Y sobre este momento de la vida de la Casa Real de la ciudad, existe una muy particular anécdota.
Corría el año 1951. El pincel estaba en manos del artista Augusto Fusilier, reconocido pintor de obras cristianas, y su lienzo era el cielo raso de la entonces parroquia.

Hoy perduran con envidiable nitidez los trabajos realizados por Fusilier, donde incluso vecinos de la ciudad portadores de grises peinados pueden reconocer allegados o familiares en algunos rostros ubicados en las paredes y techo del templo, pues muchos discípulos y lugareños fueron fuente de inspiración para el pintor durante sus obras.

Consecuencia de esto, merece particular atención la pintura dedicada al León de San Marcos, una de las figuras simbólicas más importantes en la tradición cristiana. Al león, figura que emana poder y autoridad por excelencia, se le suma la frase evangelista que describe el labor de la bestia como “una voz que clama en el desierto”.

Pero el rostro dedicado al León de San Marcos Evangelista pertenece en realidad al cura Ignacio Vicentín. Dicho sacerdote se destacaba por sus conocimientos en matemática, por lo cual se le consideraba entre sus pares como un “palabra autorizada” entre ellos. Sin embargo, sus habilidades matemáticas resultaban completamente opuestas a su desempeño como crítico de arte.

Sumado a esto, la fecha de finalización estipulada se fue corriendo años tras año producto de la inconformidad de algunos monjes sobre las pinturas realizadas, extendiendo los trabajos de Fusilier cuatro años más.

Frente a innumerables observaciones e indeseadas opiniones por parte del padre Vicentín, además del hastío y cansancio de un trabajo de nunca acabar, Fusilier no tuvo más opción.

A modo de catarsis y de picardía, el artista perpetuó el rostro del cura Vicentín en el León de San Marcos, reflejando la severidad e intensidad facial del monje.

Muerte y resurrección

Sobre la muerte y resurrección de Cristo se conoce todo lo que se puede conocer. Describir dicho relato no contaría nada nuevo. Sin embargo, dicha historia (e incluso tal vez todas las historias conocidas y desconocidas aún) siempre pueden ser expresadas de diferentes formas.

A esta estrategia retórica de narrar historias de otra forma, utilizando otras imágenes y sonidos se le conoce simplemente como “metáfora”.

Por su parte, en la basílica de Aránzazu la historia sobre la muerte y resurrección de Cristo se expresa de una forma poco habitual, al menos a lo que se está acostumbrado en estos días.

En la pared derecha del templo su encuentra la pintura de un pelícano alimentando a sus pichones. En su naturaleza esta ave tiene la capacidad de guardar sus presas (principalmente peces) en una bolsa bajo su pico, donde son atrapados hasta que, en el momento que lo necesite, apoya el pico enérgicamente contra su pecho y recuperar así la pesca del día para poder alimentar a sus crías.

Mucho tiempo atrás, cuando los sacerdotes estudiosos de otras áreas además de los textos sagrados, luego de observar la peculiar forma que tenía el pelícano de alimentar a sus pichones, imaginaron la posibilidad de que la madre pudiese lastimarse pero así salvar a sus crías de inanición e incluso de la muerte.

Esta suerte de sacrificio corporal para salvar a los más débiles inspiró durante siglos metáforas que comparaban el sacrifico del pelícano con el de Jesús.

En los bestiarios medievales se narraba que estos polluelos muchas veces morían en manos de sus padres, pero luego eran revividos por los mismos luego de tres días de penitencia, tiempo en que las crías expiaban sus pecados.

Estas interpretaciones constituyeron en la posteridad la figura del “Pelícano Sagrado”, símbolo de muerte y resurrección de Cristo.

La divina guía

En la misma pared donde descansa el Pelícano Sagrado se ubica un altar, construido en 1882 por la casa Mafei y adquirido por el Apostolado de la Oración en 1904, dedicado al Sagrado Corazón de Cristo. En él reposa el Santísimo Sacramento, custodiado por dos esculturas angelicales que reposan en una actitud de adoración.

Pero lo destacable en dicha obra es la siempre presente guía espiritual que ofrece la doctrina cristiana. En este caso, como muchas veces se refleja en la tradición pictórica cristiana, es el Divino Ojo de la Providencia quien descansa en el altar.

Si bien la presencia del Ojo es interpretada según el contexto que lo rodea, en este caso particular, la palabra “providencia” hace referencia a “guía divina”, específicamente a aquella proporcionada por Dios.

En otras situaciones, el Ojo de la Providencia también puede representar la omnipresencia, omnipotencia u omnisciencia de Dios.

Además, los elementos que rodean el ojo adquieren en este contexto un significado trinitario que hace alusión a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que acompañado de un estallido de luz representa sutilmente la divinidad del Todopoderoso.
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