Lucía Dozo
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Las condiciones autóctonas de la flora santafesina han sufrido cambios por la acción del hombre, ya que al avance de los cultivos se ha sumado la introducción de árboles exógenos. En este contexto, hace más de diez años, el ingeniero agrónomo rosarino Andrés Travacio encontró en la vieja casona familiar de Fisherton una serie de bulbos en un macetón con tierra seca. Aprendería de los libros de botánica que las plantas eran zefirantes, una especie nativa de la Pampa Húmeda, actualmente amenazada.

Travacio recolectó una serie de semillas que le permitieron crear un banco para lo que fue un largo programa de mejoramiento, algo inédito con este género floral. Mediante la técnica, y bajo la consigna de hacer prevalecer la especie, buscaba adaptar la flor a las demandas del mercado. Esto implicaba lograr una floración que perdurara más tiempo y, también, nuevas fragancias y colores.

El primer objetivo fue conseguir un mejor ciclo reproductivo, es decir, acortar el tiempo hasta la floración (ya que es en ese momento cuando la planta produce semillas para propagar la especie). Fue así como lo que empezó con un par de macetas en el balcón de un departamento céntrico se extendió con los años hasta las jaulas para tender la ropa en la terraza del edificio. Con el tiempo, germinó una flor. Su ciclo reproductivo era corto, es decir, justo lo que se buscaba. Y llegó el momento de empezar a pensar en los cultivos.

El ingeniero, durante su investigación, se encontró con que al otro lado del mundo existe una flor de una genética similar al zefirante. El llamado “lirio de fuego” es originario de Sudáfrica y sus flores de color amarillo brillante aparecen principalmente en primavera y verano. Este lirio pertenece al grupo de las amarilidáceas y tiene ese nombre porque florece con los incendios de la sabana. El zefirante es su contracara familiar porque nace como producto de las lluvias.

Travacio cree en la posibilidad de que hayan sido una misma flor, alguna vez, cuando los continentes estuvieron unidos. En la búsqueda de una floración que perdure más tiempo, el ingeniero compró las semillas africanas por internet y se enfocó en el nuevo experimento. El resultado fue una floración que dura de mayo a noviembre.

Campos de cultivo
En los años siguientes a los primeros pasos del proyecto, el ingeniero Travacio estableció lazos con el Conicet, con el que realizó un convenio tecnológico. La Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario también participó y colaboró en la multiplicación de las variedades logradas, y el Instituto de Floricultura del INTA de Castelar brindó un permanente asesoramiento técnico. Además, creó una empresa y registró el zefirante en el Instituto Nacional de Semillas.

Los cultivos se instalaron en un campo en Funes, a menos de 20 kilómetros de Rosario. La variedad ya es conocida por los paisajistas locales y la pandemia favoreció el negocio incrementando la demanda. Además, busca abrirse paso a través del mercado mundial con puerta de ingreso en Holanda.

Después de años de una suerte de “olvido botánico”, la expectativa es que los zefirantes vuelvan a emplearse para decorar parques y jardines. Las zonas verdes de las ciudades son auténticos pulmones que ayudan a reducir la contaminación del aire y constituyen elementos clave para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Travacio señala, en este sentido, que se espera una ley nacional que impulse el uso de flores nativas en espacios públicos, persiguiendo así la puesta en valor en su tierra de origen.