Historias

Un viaje para el recuerdo: el origen de una amistad

Este martes 20 de julio se cumple un nuevo aniversario de la llegada del hombre a la Luna, hecho histórico para la humanidad que llevaron adelante los astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins. El santafesino Ángel Meynet, uno de los fundadores del CODE, estuvo presente en el despegue del Apolo XI aquel 20 de julio de 1969 en Cabo Kennedy.
19-07-2021 | 19:34 |

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Ángel Meynet, aficionado por la astronomía, junto a su telescopio.



JOSÉ PRINSICH
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MIRADOR ENTRE RÍOS revivió un mano a mano con el aficionado a la astronomía antes de su fallecimiento, quien además llegó a conocer al creador del “Día Internacional del Amigo” y a Wernher Von Braun.

Desde sus orígenes, el ser humano se preguntó qué había más allá de los cielos. Tuvieron que pasar miles de años para poder dar respuesta a este interrogante. La fecha que provocó un cambio en la concepción del espacio vital humano y que se convirtió en un hito histórico para la humanidad fue el 20 de julio de 1969. Ese día, los astronautas norteamericanos Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins se convirtieron en los primeros seres humanos en pisar superficie lunar. La frase del gran Neil no fue en vano al tener el primer contacto: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.

Sin lugar a dudas, fue una hazaña que quedará grabada para siempre en la historia espacial. En dicha travesía trabajaron unas 400.000 personas y fue vista por televisión por 650 millones de espectadores. La aventura comenzó cuatro días antes cuando los norteamericanos despegaron de la plataforma de lanzamiento 39A en el Centro Espacial Kennedy de la NASA, en Florida.

Entre los afortunados que tuvieron el honor de presenciar el despegue del Apolo XI se encontraba el santafesino Ángel Meynet, un aficionado a la astronomía que falleció en el 2015 luego de una extensa carrera brindando grandes aportes a la ciencia. MIRADOR ENTRE RÍOS revive un imperdible mano a mano con aquel hombre dotado de una gran inteligencia, de una sencillez asombrosa y amistoso por doquier.

Con su cabellera blanca y las manos marcadas por la edad, Ángel Meynet se dispuso a contar una historia que conoce de memoria y que se ha hecho eco en las más de 1.800 conferencias que ha dado en diferentes lugares. Sentado a la vera de la Avenida Alem, en su querida Santa Fe, el entonces presidente y fundador del Centro de Observaciones del Espacio (CODE) de esa ciudad nos recibió en su casa. La afición por la astronomía se veía plasmada en todos los rincones de su hogar: estanterías cargadas de libros sobre el espacio, las galaxias y el sistema solar; un telescopio blanco con el cual podía ver hasta los anillos de Saturno y arriba de la mesa uno de los objetos más preciado: un globo lunar que le fue obsequiado por el mismísimo Wernher Von Braun, quien diseñó el cohete Saturno V que llevó al hombre a la Luna.

Esta admiración por lo desconocido comenzó cuando Ángel estaba cursando el segundo grado de la primaria. El santafesino solía pedirle a la bibliotecaria de la institución material sobre astronomía, pero lo único que había era de trigonometría, álgebra y demás cuestiones. Pero, cierto día, entre tantas búsquedas encontró un libro escrito por Julio Verne en 1865 que se llamaba “De la Tierra a la Luna”. La encargada del lugar se lo prestó por diez días al joven, quien ni siquiera hacía los deberes para terminarlo de leer. Lo que había manifestado el reconocido escritor francés era un presagio de lo que iba a ocurrir el 20 de julio de 1969 en Cabo Kennedy (Estados Unidos).

RUMBO A EE.UU.


En agosto de 1965, Ángel Meynet se encontraba trabajando en el correo como telegrafista. Cierta mañana, su jefe lo mandó a llamar porque el gobernador de Santa Fe, Aldo Tessio, quería hablar con él. El mandatario provincial lo convocó a su despacho para charlar sobre temas espaciales y le propuso viajar al “Centro Espacial John F. Kennedy” durante el período de su gestión. En aquel momento, la NASA estaba con el proyecto Géminis VI.

Meynet llegó a Estados Unidos con mucho entusiasmo. En la costa de Florida estuvo una semana, donde adquirió muchos conocimientos. Durante su estadía, pudo conocer el VAB (en español significa Edificio de Ensamble de Vehículos). Cuando arribó al lugar y vio esa gigantesca infraestructura preguntó qué era y le respondieron: “El templo de Apolo”. Actualmente, es el edificio de un solo piso más grande del mundo. Sus dimensiones son 160 metros de alto, 218 de largo y 158 de ancho. Adentro del mismo se construyeron las tres etapas del Apolo XI, el cual fue sacado con una “oruga mecánica” que se mueve a razón de un kilómetro por hora.

Por su parte, el área está rodeada de playas arenosas y ahí todo es en grandes proporciones. Con vista al Océano Atlántico, varios pueblitos oscilan por esa zona. Ni bien volvió de Norteamérica, Ángel investigó cuando podría ser el lanzamiento a la Luna. A falta de cuatro años, ya había algunos indicios sobre tal hecho y hasta John Kennedy lo prometió diciendo que antes de finalizar la década del ’60 el hombre iba a pisar el satélite natural de la tierra.


CERCA DE LOS GRANDES


La noche del 8 de julio de 1969, Ángel y Omar Meynet, Olimpio Chiarelli y Cornelio Ross emprendieron rumbo hacia el aeropuerto Internacional de Ezeiza en Buenos Aires. El avión se dirigió a Miami y desde allí tuvieron que hacer 350 km hasta Cabo Kennedy. Estando en la tierra del cine hollywoodense, la NBA y el beisbol, los argentinos alquilaron un Ford Galaxy para recorrer las rutas yanquis.

En la oficina de protocolo, le entregaron a cada uno de los representantes del CODE unas credenciales de la NASA y del gobierno que debían exhibir en todo momento. Al igual que en un museo, la principal normativa era: “se mira pero no se toca”. Con dicha acreditación, los ingresantes podían tomar fotos, hacer entrevistas y dialogar con los técnicos y/o ingenieros del lugar. Los santafesinos, además, habían hablado antes de partir con los responsables de Canal 13 para poder hacer una cobertura periodística.

Dos días antes del despegue del Apolo XI, en la mañana del 14 de julio, Ángel y sus compañeros asistieron a la primera conferencia del célebre Dr. Wernher Von Braun. El ingeniero aeroespacial, nacionalizado estadounidense en 1955, le concedió una entrevista especial al aficionado en astronomía, quien en ese entonces lucía una cabellera morocha. El jefe de diseño del Saturno V le pidió los datos personales prometiéndole que le iba a enviar un obsequio.

Todos los días, los curiosos latinoamericanos visitaban el VAB para poder ver de cerca el “pájaro blanco”, como vulgarmente lo denominaban al Apolo XI. Pero no todo era color de rosas en este viaje: el hotel más cerca estaba a 100 km y sólo pensar en eso era motivo de preocupación. Por una de esas casualidades, se toparon con Carlos Díaz, un cubano que trabajaba en la NASA y que les ofreció su casa para quedarse a dormir. El hombre de los pagos de Fidel Castro les dio también una carta de presentación para que, el 16 de julio, pudieran observar con sus propios ojos a los tres astronautas: Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins.

A las 6.30, periodistas de todo el mundo aguardaban la salida de los tripulantes. Los argentinos, con sus cámaras de fotos y filmadoras, se ubicaron lo más cerca posible y al ratito aparecieron los valientes hombres. La única restricción era que no podían sacarle fotos con flash porque podían destellarlos. “Armstrong era un tipo de lo más cordial y Aldrin un tipazo”, definió Meynet al verlos con tan sólo 35 años. Ese miércoles, el calor hizo transpirar a más de un espectador. Fuera del Centro Espacial, había alrededor de 15km de casas rodantes, carpas y observadores, quienes se instalaron con varios días de antelación y no era en vano porque estaban a punto de ver uno de los acontecimientos que marcaría la historia de la Humanidad.

Al lanzamiento lo pudieron observar en tribunas y desde 5 km de distancia. Todo estaba preparado y cerca de las 9, el cohete prendió sus motores y se despidió de la faz de la tierra. “El momento no se puede describir con palabras. Nunca olvidaré los rostros de los padres de los astronautas. Lo que yo vi allá es una cosa increíble”, expresó Ángel Meynet en uno de los momentos más tensos de la historia.


MANO A MANO


Una semana después de la hazaña en Cabo Kennedy, Ángel Meynet recibió el globo lunar que le había prometido Wernher Von Braun. Luego de unos años del despegue del Apolo XI, el aficionado por la astronomía fue a la conferencia, en la embajada de Estados Unidos, de Edwin Aldrin. El santafesino se puso la credencial que le dieron en la NASA en el ’69. El hombre que pisó la Luna lo vio y se asombró. Inmediatamente, el fundador del CODE le comentó que había estado en Florida. El tripulante le dio un fuerte abrazo y le firmó el libro “El Apolo en la luna”.

Asimismo, el 20 de julio de 2000, Don Meynet fue convocado para dar una charla en el Teatro Colón, en Mar del Plata. Terminada la disertación, se le acerca un hombre de unos 60 años que estaba en los primeros asientos y le da un abrazo cordial. “Aunque yo tengo algo que ver con la Luna, ahora me entero cómo fue todo este proceso”, manifestó el desconocido oyente. “¿Con quién tengo el gusto de hablar?”, le respondió. Era nada menos que el Dr. Enrique Febbaro, el creador del “Día Internacional del Amigo”.

Tomando un café en la ciudad costera, el médico odontólogo de la Capital Federal le contó algunos detalles de ese día: “Yo pienso que tres personas que van a enviar a la Luna, no es mandarlo acá a la otra cuadra, tienen que ser tres amigos”, argumentó. Febbaro había enviado mil cartas a cien países presentándoles la propuesta de vincular el Día Internacional del Amigo con el primer alunizaje. Más allá de que gastó mucho dinero en franqueo, recibió respuesta de los mismos astronautas, Wernher Von Braun, el ruso Nikita Khrushchev, el presidente de EE.UU. y de otros países de Europa y América Latina.

“Un amigo no da consejos, ayuda, acompaña”, define el oriundo de Lomas de Zamora. Y completa: “La amistad es casta: si se mezcla con sexo, ya es otra cosa. Y tanto con un hombre, como con una mujer, tiene que estar fundada en el respeto”, culminó el candidato al Premio Nobel de la Paz en dos oportunidades.
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