Recuperando el arte

María Eugenia Prece: de profesión restauradora

La restauración es una de esas profesiones que siempre nos intrigan, estas personas que parecen curar las heridas del tiempo para devolverle el esplendor a esos patrimonios culturales.
20-10-2021 | 10:05 |

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"Rosario tiene una riqueza arquitectónica inusual por lo diversa y por la calidad. Refleja de dónde venimos, que es de todos lados, y también refleja nuestra cultura de imitación europea, pero también hay vestigios de estilos locales americanistas" asegura María Eugenia Prece. Foto: Gentileza.


Gisela Mesa


María Eugenia Prece es licenciada en Bellas Artes, Máster en Restauración arquitectónica y Máster en Gestión Cultural Patrimonio y Cultura. Durante 2018, trabajó en la restauración de edificios emblemáticos de la ciudad. El Concejo Municipal, la Bolsa de Comercio, el Jockey Club, el Museo Estevez, la sinagoga de calle Paraguay, el rectorado de la Universidad Nacional de Rosario y el mural de la Biblioteca Vigil, entre otras restauraciones. En diálogo con Mirador Provincial, María Eugenia nos habla de su infancia, de una Rosario con mucha riqueza arquitectónica y de la importancia del Estado en la intervención de conservar el patrimonio cultural y sentimental.

-¿Cuándo te iniciás en la profesión de restauradora?
-Me gradué como licenciada en teoría y crítica del arte y mi tesis fue sobre la escultora tucumana Lola Mora y su proyecto para el Monumento a la Bandera. Fue cuando se hizo el Pasaje Juramento y se instalaron allí las esculturas que formaban parte de ese proyecto y que habían estado olvidadas por muchos años. Comencé a trabajar para la Municipalidad de Rosario, en un grupo de restauración recién formado. Comencé a estudiar sobre esa disciplina, buscando información que acá era escasísima por esa época. Di con un libro que fue mi guía hacia una formación mucho más profunda y profesional. Se trata del Manual de Restauración de Ignacio González Varas. Ese libro me descubrió un mundo apasionante y con muchísimos aspectos que incursionan en casi todas las disciplinas: la física, la química, la arquitectura, el arte, la historia, la sociología, antropología, arqueología. Y tiene sentido porque se trata del hacer humano y sus huellas en la materia. Entonces busqué dónde estudiar más profundamente y llegué a la Universidad de Alcalá de Henares y su Máster en Restauración y Rehabilitación Arquitectónica, donde había sigo profesor el autor del libro. Esa Maestría me dio la perspectiva del tiempo y la metodología de la interdisciplina para el trabajo.

Luego trabajé en España, hice cursos en Italia y regresé a Argentina a tratar de poner en práctica la profesión que se fue definiendo con el tiempo y el hacer, en algo mucho más concreto.

-¿Cómo definirías a Rosario en relación con la arquitectura?
-Rosario tiene una riqueza arquitectónica inusual por lo diversa y por la calidad. Refleja de dónde venimos, que es de todos lados, y también refleja nuestra cultura de imitación europea, pero también hay vestigios de estilos locales americanistas. Cito las palabras del inicio de la película Medianeras, de Gustavo Taretto en relación a Buenos Aires, pero que para mi aplica a Rosario hasta los años 80 y 90 también, cuando afirma que es una ciudad sin planificación, donde se cultiva la cultura del inquilino, viviendo como si estuviésemos de paso. Esto se ve en el casco céntrico, donde al lado de un edificio antiguo hay uno moderno, de uno con estilo otro sin estilo alguno, uno muy alto al lado de uno muy pequeño. Esto fue propio de una época en la que hubo muchísima sustitución de edificios de valor histórico por edificios de regular calidad. Pero después de esa experiencia de los años 70, la ciudad empezó a pensarse a sí misma. Hubo un plan urbanístico que abrió la ciudad al río, creando espacios públicos que la convirtieron en una ciudad más democrática. También hubo una planificación sobre lo patrimonial, se creo un catálogo de preservación urbanística que fue ejemplar y pionero. Actualmente esas prácticas parecen haber quedado atrás. Hoy parece que el negocio inmobiliario es la planificación urbana y eso no está bien, a mi entender.

La memoria urbana
-Preservar la memoria urbana a veces resulta algo extraño para el rosarino, ¿Cómo ves el panorama a nivel memoria y preservación de nuestros patrimonios?

-Hubo muchos esfuerzos de preservar la arquitectura, los ambientes, las trazas. Hubo muchas normativas, alguna más viables que otras, pero que ponían en jaque el avance de la construcción sobre la memoria. Hoy todo eso parece caer en la imposibilidad administrativa, en los vericuetos de la burocracia, en los permisos de edificación y excepciones sin motivo. No es sustentable que se sigan sustituyendo los edificios antiguos por torres de monoambientes. Eso implica multiplicar las instalaciones de consumo energético, multiplicar la infraestructura, el tránsito, el transporte, la basura. En Rosario existe la tipología de las "casas de renta", esas que construía la burguesía adinerada para recibir a los inmigrantes. Eran casas donde convivían muchas personas con espacios comunes. En el casco céntrico, casi todas las esquinas eran casas de renta. En los cascos históricos de las ciudades europeas, esas casas se rehabilitan sin perder la tipología y se adaptan a los nuevos usos. Es común que cundo viajamos nos alojemos en hostels, casas de estudiantes compartidas, o encontremos centros culturales, negocios, bares, o visitemos a amigos que habitan esos mismos espacios. La ciudad no pierde su ambiente histórico, tiene presente la memoria y la dinamiza. En Rosario se hace esto por iniciativa privada, en ciertos barrios, como por ejemplo Pichincha. Pero la planificación urbana hoy va detrás del negocio inmobiliario que sigue su propia lógica, poco imaginativa a mi entender, del edificio de hormigón y las miles de unidades de viviendas que nos aíslan, cada uno conectado a su wifi, su tv, su heladera, como en pandemia eterna. Yo creo que es esencial recuperar los patios internos, los espacios de encuentro, convivencia, compartir recursos, reciclar, reutilizar. Es una obligación moral diría yo.

-¿Podrías contarnos de algunas historias curiosas ocurridas mientras restaurabas?
-Podría contarte que, cuando hacíamos la evaluación estructural de la Iglesia de San Ignacio en Buenos Aires, la clave del problema sobre el desplome de la torre la dio un historiador especializado en arquitectura jesuítica. Podría contarte que las ciudades puerto tienen muchísimos túneles que las atraviesan y pude recorrer muchos de ellos en Buenos Aires y también en Rosario. Que cuando trabajé con arqueólogos, aprendí que todo sirve para interpretar la historia, que cada elemento encontrado es un documento. Podría contarte de la única casa del casco antiguo de Mendoza que sobrevivió al terremoto fue una casa de barro, y que investigando el mejor producto para consolidar el barro lo intenté ensayar en un nido de hornero y aprendí que es imposible consolidarlo porque es perfecto. La materia es una maestra, los restauradores nos medimos con ella todos los días y si aprendemos a ver, todo cuenta historias.

-¿Qué se siente devolver el esplendor a lugares del pasado?
-Es un privilegio que agradezco todos los días. Las obras de arte del pasado se hacían con un concepto de belleza ligado a la verdad. La arquitectura empleaba las leyes de la simetría, la proporción áurea, el equilibrio. Cada forma, por más simple, está hecha con método y plasma una geometría que se sabía sagrada. Construir formaba en estos saberes y se hacía con conciencia y responsabilidad. Por eso perduran y seguimos viéndolas bellas, a pesar de las modas y las tendencias cambiantes. No hay mejor maestro y lo que se siente es puro agradecimiento.

- Se dice que toda persona dedicada al arte en cualquiera de sus ceremonias de expresión tiene una especial sensibilidad, es una esponja que absorbe todo lo que hay a su alrededor. ¿Compartís esa idea?
-Somos personas más sensibles quizás, puede ser. Creo que todo ser humano es un artista de su propia vida, nos estamos inventando todo el tiempo. Pero cuanto más consciente seamos de eso y más esfuerzo pongamos en la búsqueda de la belleza, más resonaremos con ella, y eso es una energía que se plasma en una forma, pero primero nos conduce, nos guía las búsquedas, las elecciones.

-Siempre sostengo que para conocer al artista hay que conocer sus raíces, hablanos del barrio que te vio crecer.
-Era un barrio hasta hace unos años, hoy es casi el centro. Mi entorno fue de emprendedores, intelectuales, buscadores. Mi padre fue industrial y me infundió la idea de crear valor agregado a mi trabajo. Mi madre amaba el arte y me conectó con la escritura, el teatro, la música, la danza. En mi barrio jugábamos en la calle y conocíamos a todos los vecinos, había mucha solidaridad. Esa clase media soñadora, inventiva, esperanzada, creativa, ése era mi barrio.

-Cuando estás en frente a una escultura de varios siglos de antigüedad, ¿qué es lo primero que pasa por tu mente?
-Recuerdo un domingo, había salido a caminar por la montaña cerca del Escorial y me había perdido. Llevaba un libro de rutas de trekking por los alrededores de Madrid, pero me había salido de la ruta y estaba buscando una señal. Entonces vi que de entre los pastos había piedras muy bien acomodadas y encontré un mojón que indicaba una calzada romana. .2000 años, estaba caminando por una ruta de 2.000 años. Fue una sensación de eternidad entre esas montañas y las piedras eran la escultura de ese vestigio de historia. También recuerdo las gárgolas que me doblaban en altura cuando subí con mis compañeros de máster a la cubierta de la Catedral de León el día del primer nevada del año. La luz, la piedra, los dragones y sus fauces abiertas para escupir el agua de lluvia. La humanidad lleva consigo sus símbolos y los plasma en la materia para ayudarnos a transitarla en esta experiencia terrenal.

-¿Creés que es necesario que exista una mayor participación del Estado hacia la conservación de patrimonios culturales?
-El Estado debe señalar y preservar. Debe planificar para que el crecimiento necesario no atente contra el patrimonio. Debe educar para que todos lo podamos comprender y valorar. El dinero puede salir del estado, del privado, de la conjunción entre ambos. Con una buena planificación y leyes claras, la inversión sobre el patrimonio no necesariamente es un gasto, puede ser también un gran negocio.

- ¿Cuál es el patrimonio que más te ha gustado restaurar? ¿Y el que más te ha costado reintegrar?
-Cada obra tiene su encanto. La Facultad de Humanidades tiene un encanto casi mágico. La torre de la facultad de derecho fue un desafío muy grande, su interior estaba totalmente atacado por termitas y hongos y la estructura de madera de sus últimos tres niveles a punto de colapsar. Fue un gran logro estabilizar eso y requirió mucha inventiva. Otras obras fueron más bellas, pero de todas guardo sus enseñanzas únicas e irrepetibles.

-¿Cómo crees que será el futuro de la restauración y de la conservación del patrimonio cultural a nivel local, nacional e internacional?
-A nivel local debemos tomar más conciencia, exigir más responsabilidad, educar mucho más y comunicar. Es necesario recuperar los oficios. Es necesario trabajar en interdisciplina y con criterios de preservación. Se requiere más formación profesional también. A nivel nacional veo que en más ciudades se trabaja sobre la preservación, pero hace falta mucha más formación. A nivel internacional creo que el patrimonio está en jaque si nuestro modelo de vida pasa a ser la virtualidad.

-¿Cuáles son tus preferencias artísticas?
-Me gustan las artes en general, me gusta la música porque es la primera vibración antes de plasmarse en la materia. Extraño los encuentros para disfrutar del arte a todo nivel, espero que recuperemos eso bien pronto.

-¿Cuál ha sido la mayor alegría que le ha proporcionado tu profesión?
-Que las personas descubran algo que antes de la restauración no habían visto, y que les de alegría.

-¿Una obra sigue siendo la misma después de una restauración?
-Debe serlo, si no, nos hemos equivocado al intervenir.



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