Literatura

Juan Vitulli: la mirada de la voz en las letras

Juan Vitulli, escritor y profesor argentino-estadounidense, vino a Rosario a presentar su último libro y participar de charlas en la última Feria del Libro Rosario 2023. Nació en Rosario en 1975, el lugar en el que aprendió algunas cosas, pero confiesa que se ha olvidado de mchas más. Obtuvo su título de profesor en la UNR y trabajó en varios oficios.

15-08-2023 | 17:21 |

Vitulli, escritor y profesor argentino-estadounidense.
Foto:Gentileza.

Juan Vitulli mantiene una cadencia amable en su oralidad bajo el tono de su voz grave. Habla mucho, pero su planteo es tan interesante que su particular transmisión de entusiasmo incita hasta al más tímido, a participar inevitablemente. De la misma forma se puede leer esa oralidad en sus escritos. Es un camarada hablándole al otro la mejor historia para leer. Porque cuando se pasan las hojas en esa voracidad del placer de la lectura, pareciera que uno lo escucha. Ese es su enorme logro en la literatura, el de tenerlo cerca mientras se lo lee.

Dice Juan: "Publicar un libro viniendo el palo de donde uno viene, no es fácil. Por supuesto que primero hay que escribirlo y después, si se da la cuestión de la publicación todavía mejor. Porque empezás a cruzarte con gente que, milagrosamente, te empieza a leer. Me resulta muy positivo que después de 20 años afuera de mi país, haya publicado ficción. Lo había hecho con asuntos de crítica e investigación literaria. Entonces envío a un concurso que considero como una cuestión de un momento, ¿no? Una lectura momentánea de un grupo de personas que para bien o para mal te premian".

En el Premio Alcides Greca, en la categoría éditos, recibió una mención honorable por Sur de Yakima, su primer libro (Corregidor 2019). Un cuento de este libro habla de ese sur, en donde nació Raymond Carver. Su libro de cuentos Interiores, (Beatriz Viterbo, 2023) recibió una mención en ese mismo premio en categoría inéditos. En el año 2021, fue finalista con A veces parecen tres, en el Concurso Municipal de Narrativa Manuel Musto, que fue publicado por la Editorial Municipal de Rosario.

Interiores contiene nueve cuentos. Hay dos zonas diferenciadas donde se desarrolla la ficción. Los primeros cinco relatos presentan personajes, paisajes y acciones que suceden en el Medio-Oeste de Estados Unidos. La temporalidad de estos textos es difusa, parecieran estar sucediendo en el presente o podrían haber sucedido en el siglo pasado, pero nunca se aclara del todo el referente histórico. Esa incertidumbre se contrasta con una voluntad narrativa de dejar en claro las coordenadas espaciales de esa zona. Hay un deseo por narrar un entorno ajeno a partir de una mirada que no es completamente extranjera pero que tampoco puede sentirse a pleno en casa. Porque cabe aclarar que Juan, de alguna manera, se formó como escritor en los Estados Unidos. Los cuatro cuentos restantes parecen ubicarse entre coordenadas geográficas reconocibles dentro de la literatura argentina. Ahí llega el yin y el yan del extranjero en su propia casa. La ciudad de Rosario surge en esta parte del libro, pero vista a través de cuatro momentos de la historia reciente que va desde la década del 80 hasta la actualidad. Estas dos zonas que estructuran el libro no están del todo cerradas.

El yin y el yan narrativo parece querer conectarlas a partir de las particularidades del lenguaje, de la memoria y de los efectos que cada paisaje, cada historia y cada personaje deja en la voz narrativa. Entre lo local y lo universal aparece un tercer espacio que no puede definirse como el del desamparo ni tampoco un refugio. En esa fluidez narrativa es que la voz de Juan, en su auténtica y enorme oralidad, anima los textos.

-¿Cómo fue tu niñez y adolescencia en Rosario?
-Empecé a leer en la secundaria, en el Superior de Comercio y después terminé en Humanidades, en la carrera de Letras. Mis viejos no decían nada porque era buen alumno, pero entraba la adolescencia y me había puesto un poco bardero cerca del final de la secundaria. Bardero en el sentido de salir a la noche a los boliches, andar un poco rotoso con la ropa y caminar la ciudad entre tribus urbanas. Me divertía con eso de andar en la calle, de reconocer de esa forma también mi ciudad. Porque yo había vivido toda mi infancia en la zona norte, que es como un pueblo separado del centro. Es el barrio Sarmiento, que está entre Arroyito y Alberdi, cerca de la usina Sorrento. Un barrio en donde todo lo hacíamos caminando: para ir al río, al parque, al club Agua y Energía, que estaba enfrente de casa. Tenía un kayak guardado en el arroyo Ludueña, en donde ahora está el shopping. Teníamos que remar con cuidado con mis amigos aguantando los efluvios (cloacales) del arroyo. Pasábamos el puente y cruzábamos el río hasta la isla de enfrente. Una infancia tranqui, por eso al principio de la secundaria me molestaba ese centro, porque tenía que dejar a los amigos de la infancia y toda esa cosa de andar en bicicleta por La Florida, ir al río, jugar al fútbol en la calle. Y tenía que tomarme un bondi, viajar 30 minutos, ir y volver solo. Pero empecé a conocer gente de todos los barrios y eso sí estuvo bueno. El Superior, era un colegio público fantástico y continué en la universidad pública.

Se recibió de profesor de Letras en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2003 se fue a Estados Unidos. En Nashville, Tennessee, obtuvo una maestría y un doctorado en Literatura Española. Vive en South Bend, Indiana, desde el año 2007, investigando y enseñando sobre el barroco en la Universidad de Notre Dame.

“Yo no tenía la menor idea de qué era hacer una maestría y menos un doctorado. Me fui porque me había recibido en plena crisis del año 2001. Durante tres años fui pasante de la universidad en la pecera, un puesto de venta de libros, en Córdoba y Corrientes. Mil veces todo el mundo me paraba a pedir tarjeta de colectivo, ¿no tenés tarjeta de colectivo? No, maestro. Y eventualmente hacía algún reemplazo en un colegio o algunas clases particulares. Pero vendía libros de la misma forma en que los leía. El catálogo de la Editorial de la Universidad y el de la Editorial Municipal, conformaban ese stand. Siempre cuento la misma anécdota, que la entrevista laboral que tuve en la estación de trenes Rosario Norte, en donde funcionaba la Secretaría de Cultura, el que me la hizo fue Elvio Gandolfo. Eso fue lo más cercano que tuve con la literatura en esa época”.

“También está este asunto de vivir lejos de tu país y de sentirte extranjero. En mi árbol genealógico, ya hay un tipo que cambió de lengua y se cambió de país: mi abuelo. Algo que no registraba hasta que me fui, porque mi abuelo era un argentino que hablaba con acento. Decía ciertas palabras mejor que otras, le costaba la 'g' de la misma forma que la panadera de al lado de mi casa. Y eso que se naturalizó en la
distancia, me lleva a entender que quien lleva el acento ahora soy yo. Y no se me va porque no estudié inglés de chico o no soy bilingüe como mi hija, que cambia la voz y que habla en español con una voz e inglés en otra”.

-¿Sos de aquellos que fueron a la facultad con la intentona de ser escritor o porque querías estudiar definitivamente Letras para investigar y dar clases?
-La relación con la institución letras, que fue donde estudié, nunca estuvo conectada con la cuestión de la creación. Y si decías que ibas a la universidad porque querías escribir algo, se reían del chiste. La carrera no tenía nada que ver con ese componente, no estaba esa cosa institucional de recibirse de escritor como hay ahora. En Estados Unidos, en los departamentos de inglés hay una sección que es de escritura creativa y hay un montón de escritores y escritoras que después de la segunda guerra mundial dieron clases y formaron a otra gente. La universidad estadounidense tiene una tradición muy grande de literatura, y tienen un programa internacional, donde va gente que escribe en otras lenguas porque obviamente todo el sistema americano, la cultura norteamericana, es extremadamente monolingüe y la literatura que circula se traduce poco. Hay un montón de programas que podés solicitar si sos un pibe o una piba que está estudiando y podés sacar un grado, una maestría en escritura creativa. Eso no te asegura que te vaya bien o mal, o tu libro esté bueno o malo, pero está instalada la idea de lo enseñable en la escritura.

“Mi especialidad sería siglo XVI y XVII español, eso es lo que investigo, estudio y doy clases. Las clases no son alrededor de un autor o la historia de la literatura española, sino que circulan más en torno a ciertos temas que a mí me interesan. Lo que más me gusta es dar clases a los undergraduates, que son los pibitos norteamericanos que estudian El Quijote en español. Es la clase que mejor me va cada año. El único libro que pido es una edición de El Quijote en español con ciertas notas culturales y lingüísticas en inglés para que no se asusten. También doy otras clases ya más avanzadas con otra onda que sería para el programa del doctorado. Los chicos que están haciendo un doctorado en español toman una serie de clases dentro de las cuales están las mías. Ahí me concentro en lo que sería mi campo de trabajo que no tiene nada que ver con lo creativo”.

-Ya te estás volviendo para Estados Unidos y pasaste cerca de un mes en tu ciudad natal y Buenos Aires, ¿qué te llevás en tu mochila? O qué nuevas experiencias tendrás para procesar en tu casa.
-Acá pasó algo interesante en esta última estadía y fue gracias a mis libros publicados. Me gustó abrir el diálogo con muchas personas del ambiente, ver lo que están haciendo. Recibí libros que estoy leyendo. Gente de acá, de la zona y me han gustado mucho. En la Feria del Libro Rosario, pude ampliar un poco más el grupo de gente que está conectado al mundo de los libros. Fui a la mayor cantidad de mesas que pude. Participé en un par de mesas y fue una experiencia estupenda. Estaban bien organizados los eventos con personalidades que convocaban y otros eventos con personas que a lo mejor no convocaban tanto, pero que son respetadísimas en el mundo de las letras. Fue una gran oportunidad y un placer poder participar. Una de las cosas que siempre me pasaba con la escritura era ver cómo acomodarme a lo que estaba pasando acá. Porque me siento como en un pequeño delay. Es decir, me sorprende ver que la mayor parte de la gente con la que hablo, es mucho más chica que yo. Me pregunto si me estaré volviendo un viejo inmaduro, porque hay una movida de los 30 a los 40 años, de pibes con quienes me ha interesado hablar. No me pasó tener un encuentro con gente de mi edad, o a lo mejor, se me pasó de largo ese grupo. Porque uno viene al fin con esa mirada como de afuera en tu propia tierra, en busca de sentirme nuevamente yo, en mi lugar de origen. Ah, por último: en mi mochila cargué un disco de arado; allá tengo un patio con césped, imaginate lo demás.


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