Victoria

De nombres olvidados

A lo largo de las extensas enciclopedias de historia, entre sus líneas siempre habitan seres a quienes el recuerdo no les brindó un destino merecido. Personas que con un espíritu emprendedor y armados únicamente con el simple aire de sus pulmones, transformaron la ciudad de Victoria para siempre.
13-06-2021 | 11:47 |

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Josefa Oquiñena Recalde donó varios terrenos de su propiedad, que fueron luego el Hipódromo de Victoria.


Ignacio Etchart
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La ciudad de Victoria siempre se destacó, entre otras cosas, por los altruistas seres que la habitaron, principalmente durante los siglos XIX y XX. MIRADOR ENTRE RÍOS ha divulgado la historia de muchos de ellos y ellas; sin embargo, siempre queda algo en el tintero por contar.

Estos relatos, que pretenden rescatar algunas figuras valiosas pero olvidadas de la ciudad, están basados en las investigaciones realizadas por historiadores victorienses, cuyos resultados se publican en su página de Facebook, “Historias de Victoria”.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, una de las pocas familias de origen francés que habitaron la ciudad de Victoria, llevaba el apellido de Casenave. Esta familia, que primero vivió en la República Oriental del Uruguay, llevaba en su seno a Adolfo Casenave.

“El Oriental”, como le decían por su pasado en el país vecino, vivió un tiempo en Buenos Aires, hasta que finalmente llegó a Victoria. Una vez radicado en la ciudad, se casó con Edelmira Salaberry, hermana del distinguido médico cuyo nombre honra el hospital local “Dr. Fermín Salaberry”.

Don Adolfo Casenave nació alrededor de 1841, hijo de Martín Casenave y de María Etchevarne. Su familia se estableció en Montevideo y desde allí su padre costeó sus estudios, los cuales fueron realizados en Buenos Aires, bajo la supervisión del director de colegio: Roberto Werniche. Werniche también alojó a Casenave como inquilino en su propia casa, junto a un grupo de estudiantes que se prepararon en diversos contenidos educativos, mientras corría el año 1855.

Cumplidos sus veinte, Adolfo arribó a las costas victorienses, donde abrió una casa fotográfica, conocida como “Fotografía Victoria”. De esta forma, ya de muy joven, Casenave se convirtió en uno de los primeros fotógrafos en establecerse en la ciudad.

En aquellos tiempos, la fotografía era un trabajo muy complejo, cuyo desenvolvimiento requería conocimientos en arte, pintura, dibujo, física y química, así como también en cuestiones de óptica, lentes y placas. Con el tiempo, don Adolfo se dedicó al comercio, para luego convertirse en estanciero e incluso banquero.

Don Adolfo y Edelmira Salaberry vivieron en una casa ubicada en las hoy calles Sarmiento, entre Alem y 25 de Mayo, a una cuadra y media de Plaza San Martín. Años más tarde, en aquella casona funcionó durante un tiempo el Museo Ovni de Victoria y otros recordados comercios.

El matrimonio tuvo varios hijos, entre los que se destacaron los doctores Adolfo y Conrado Casenave por sus contribuciones al área de salud y a la cultura de la ciudad.

Su vida social

Por su parte, a don Adolfo se lo conmemora por los grandes aportes a una de las mayores colectividades de Victoria: la Sociedad Italiana, institución que en 1863 nombró a don Adolfo Casenave Socio Honorario.

Dato curioso de la historia, producto de su compromiso social, don Adolfo Casenave fue iniciado en la logia masona Asilo del Litoral, instalada en Paraná. Tiempo después y una vez convertido en miembro formal, Casenave fundó el 30 de octubre de 1876, junto a otros seis masones, la Logia Caridad Nº 52 de Victoria. Allí ejercitó el noble cargo de Orador, además de poseer el grado Nº 15 de “Caballero de Oriente”, encabezando los principales propósitos de filantropía y auxilio de sus miembros.

De estas actividades propias del librepensamiento de la época, quedo registrada una muy antigua fotografía. En ella se puede ver a don Adolfo portando una medalla acompañada de la característica banda masónica, en la que se vislumbran los simbolismos correspondientes al laureado grado de Maestro Masón.

Con todo esto sobre sus hombros, no es de sorprender que años más tarde, en 1886, don Adolfo Casenave ejerciera la intendencia de Victoria, y así perpetuarse en los anales políticos, económicos y culturales de la historia de la ciudad.

Españoles

Entre las antiguas familias hispanas que alguna vez formaron parte de la historia oficial victoriense, se encontraba aquella constituida por Miguel Elia Goñi y Josefa Oquiñena Recalde. Este matrimonio dio luz a siete hijas mujeres: Cipriana, Micaela Elia, Valeria Elia de Narváez, Manuela Elia, Juana Elia, Catalina Elia y Josefa.

Las memorias narran que doña Josefa Oquiñena, mujer que vivió hasta los 107 años, fue considerada en el pasado local como una de las damas más longevas y distinguidas de su época. En su seno familiar doña Josefa disfrutó del cariño de 15 nietos y 22 bisnietos, conservando una lucidez mental prodigiosa que la llevaban con frecuencia a rememorar su tierra natal en Echarri, ubicada en la provincia de Navarra, región perteneciente al País Vasco. En aquellos paisajes vascongados, doña Josefa donde nació el 2 de octubre de 1846, sin saber que el futuro le esperaba una vida en Argentina producto de la casualidad.

Motivada por el simple gesto de visitar a familiares de apellido Recalde, (familia también distinguida que el tiempo ha borrado de la memoria social victoriense y cuyo relato será narrado en otro momento), Josefa se enamoró de los aires y paisajes victorienses. Lugar que nunca más abandonó.

Pero además de su destacable valor maternal y familiar, doña Josefina Oquiñena se dedicó con el mismo ímpetu y compromiso al bienestar del resto. Fue activa integrante de la sociedad victoriense del siglo XIX, siempre con vocación y en beneficio del bien común, formando parte de entidades de beneficencia, religiosas y de caridad. Sin embargo, humildad mediante, doña Josefina Oquiñena siempre fue discreta en su proceder, especialmente cuando implicaba una ayuda a los más necesitados.

En su última etapa de vida, doña Josefina donó los terrenos al entonces Club Artes y Oficios, institución luego transformada en el reconocido Jockey Club. Aquellas importantes extensiones de tierras con tiempo se convirtieron en uno de los principales divertimentos para todos los públicos posibles: el Hipódromo de Victoria.

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