En el país vecino

Fugaces crónicas chilenas: dos periodistas atraviesan Chile a la caza de historias desconocidas

Un fotógrafo y un cronista recorren seis poblados del centro-norte de Chile en busca de historias ocultas, aromas del desierto atacameño y confusas postales de los centros turísticos chilenos.
04-01-2022 | 9:01 |

En la ciudad costera de Valparaíso, en el casco antiguo, solo habitan viejos.
Foto:Gentileza: Alejandro Martinelli.
Alvaro J. Marrocco


Marche un café con piernas
Tacos altos, portaligas, medias con redes, vestiditos negros ceñidos al cuerpo, peinados a cola de caballo, ojos maquillados y de furiosos labios rojos; las chicas que trabajan en las cafeterías del centro de Santiago son la verdadera y única razón del fervor masculino por estos lugares.

En el distrito de Bella Vista, en el centro de Santiago, a pocas cuadras de la Casa de la Moneda y a metros de varios edificios gubernamentales, abundan estas cafeterías al estilo cabaret, pero sin expendio de alcohol, muchos hombres solos van a tomar un capuchino o un cortado, se sientan y esperan la charla y el deleite voyeur sobre los cuerpos femeninos.

Se los conoce como “cafés con piernas” y son la versión quenchi de una sesión con el psicólogo. Marcela -una de las chicas que trabaja allí- dice que muchos hombres vienen y les cuentan sus problemas personales, otras dicen que son psicólogas con minifalda, lo cierto es que uno va ahí a charlar, pero nada más.

En Santiago de Chile, al igual que en otras ciudades del país trasandino, estos cafés son furor porque la legislación y el feminismo no tienen cabida.

Valpo Viejo
En La guerra del cerdo, novela del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, se narra la historia de una Buenos Aires distópica en donde los adultos mayores son perseguidos a muerte por grupos de jóvenes. Lo interesante es que no hay motivos aparentes para dar caza a los pobres jubilados; aspecto apasionante para tejer supuestos con la realidad contemporánea, en donde el modelo de vida que ofrece el mercado y las marcas está orientado a la juventud.

En la ciudad costera de Valparaíso, en el casco antiguo, solo habitan viejos, se los ve comiendo en el restaurant Liberty “El más antiguo del puerto” y discuten de política y se quejan del dictador, de la Bachelet y del Gallo de Piñera al mismo tiempo. Otros se sientan en los bancos de la plaza Echaurren alrededor de la estatua de bronce que hace honor a un viejo, y miran la decrepitud de la estatua y del barrio mientras suspiran por los viejos tiempos.

En tanto en la Valparaíso cheta con sus pintorescos barrios en altura de casas estilo inglés y alemán, los turistas hacen cola para tomarse fotografías. Al Valpo viejo no va nadie, ni los carabineros, porque como en la novela del argentino Bioy Casares, lo viejo es aterrador, y lo mejor siempre es olvidarlo.

Una bahía de diferencias
Las playas de La Serena y Coquimbo se unen en una misma bahía que serpentea la costa de un lado al otro, son kilómetros de distancia que separan a una de la otra; para recorrerlas, muchos lo hacen en buses que cuestan 600 chilenos, otros rentan bicicletas y se pasan el tranco por las bicisendas, en tanto los de buen pasar, lo hacen al toque en auto.

Quienes veranean de un lado no tienen nada que ver con quiénes lo hacen del otro, las diferencias se ven, se huelen, se sienten, se escuchan y se degustan en ambos lados, de distinta forma. En La Serena se divisan banderas que dicen el estado del mar, puestos de alquiler de tablas de surf y barcitos bien puestos; del lado de Coquimbo, en la playa de Peñuelas no hay nada de eso, solo olor a pescado de puerto que se vende en la caleta de pescadores.

En La Serena van mayormente turistas, adolescentes y familias acomodadas. En Coquimbo quienes concurren son las familias proles que viven en los barrios humildes de la zona que van a refrescarse y a jugar con sus niños.

El mar del Pacífico golpea las costas de igual forma de un lado como del otro de la bahía, así y todo, hacen de la bahía, una postal de la desigualdad.

Desierto, sol y tour de excursiones
El desierto, el sol y los tours de excursiones son el común denominador a la hora de pensar en el arenoso paraje de San Pedro de Atacama. Una simpática postal es ver por las polvorientas calles del poblado a señoras con paraguas sobre sus cabezas cubriéndose del recalcitrante sol caminando en busca de alimentos en los puestos de verduras y frutas frente al cementerio.

Otra de las postales del pueblo atacameño son los tours de excursiones quiénes ofrecen todo tipo de servicios a los turistas que se hospedan en hostels y hostales.

Los tours constan de actividades en donde el ser humano se ve cautivado por la naturaleza (admirar las montañas, las lagunas saladas, las estrellas y las cuevas), otras en donde el visitante debe desafiar a la naturaleza (sandboard sobre las dunas, bicicleta sobre caminos y montes), y las más complejas en donde el turista debe seleccionar precio y calidad entre las más de 50 agencias existentes en tres cuadras a la redonda. Todo un desafío.

Lo recomendable a la hora de marcharse del maravilloso desierto de Atacama, aparte de sacarse la tierra en el pelo, en la ropa, y en la nariz al momento de estornudar, es escaparle al liviano relato hecho por los guías del tour de excursiones y pensar en la osadía de aquel remoto San Pedro que pobló las arenosas planicies de Atacama.

Humberstone o las políticas del abandono
Máquinas cosechadoras corroídas por el tiempo, galpones vacíos y llenos de ratas, vías de tren que se hunden en el río, yuyales altos y abandonados, esa es la postal que ofrece la zona franja boliviana que opera en la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina.

A miles de kilómetros de distancia en Iquique, región de Tarapacá, Chile, se encuentra Humberstone, un poblado salitrero que supo alojar a más de tres mil familias y que desde la década del ’60 está abandonado y solo sirve como una simpática postal turística.

En la década del ’60 se le concedió a Bolivia una zona franca en la parte central del puerto de la ciudad de Rosario para que opere manufacturas desde nuestra región a su país, teniendo en cuenta que los hermanos bolivianos no cuentan con salida al mar desde que perdieron ese territorio en la llamada Guerra del Salitre o mejor conocida como Guerra del Pacífico hace siglo y medio atrás.

La Guerra del Salitre tuvo como protagonistas a los pueblos peruanos, bolivianos y chilenos por la disputa del salitre descubierto en el desierto de Atacama, hace siglo y medio atrás, y en donde Chile se quedó con la victoria y los territorios.

El turismo light se ocupa día a día de que el encuentro con la historia se dé solo a partir de la estética del abandono y no sobre la política de la guerra. Humberstone es un pueblo fantasma, envuelto en las idas y venidas de las agencias de turismo, que venden su estadía en el lugar como un atractivo más en donde la dimensión que resignifican es liviana y digerible para toda la familia.

Tanto la zona franca de Bolivia como la fábrica salitrera de Humberstone están esperando que las postales del abandono dejen de ser fagocitadas por el relato light de las agencias de turismo y pasen a ser políticas de Estado de los países para superar sus conflictos pasados.

Arica de marcas
En el Hostel Backpackers International, donde me hospedé en Arica, en la puerta del baño de la habitación están escritas las reglas del hostel, y al final de todo se lee “Just Do It” y dibujada, la pipa de Nike, ¿Un mensaje premonitorio de la ciudad, quizás? En la ciudad de Arica, ubicada en la frontera norte del país, ingresando por la ruta que viene de la localidad de Iquique, se divisan grandes montañas de arena y roca hacia ambos lados del camino, y en una de ellas como si fuesen antiguos geoglifos hechos por las civilizaciones precolombinas, desde lejos se lee, Coca Cola.

En 1986 se instaló el cartel de Coca-Cola más grande del mundo, tal como lo certifica el libro de récord Guinness. “La idea original era que cuando pasaran los aviones los pasajeros lo pudieran ver desde el cielo”, según cuenta en su web, José Iribarren, gerente de mercado de Embonor Arica. El cartel, que mide 120 por 50 metros y está ubicado en la Quebrada de Acha, está construido con 70.000 envases de vidrio.

La relación entre los habitantes de un lugar y las marcas es un hecho contemporáneo que habla de cómo se construye la identidad y la idiosincrasia de un pueblo.

Pensar en los trabajadores de Coca Cola incrustando en la arena, botella por botella podría asemejarse más a una performance que a un hecho cultural, el asunto es que las performances son efímeras y este cartel de la Coke, legendario.



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