Luego de agotar su primera edición en el año 2019, la editorial Patas de Cabra ofrece a sus lectores la posibilidad de reencontrarse con Ya no pienso este invierno de Morena Pardo. Un realismo psicológico que sumerge al lector en una lectura desprejuiciada, invitándolo a repensar la importancia de la salud mental. Desde Mirador Provincial diálogamos con la autora sobre los mecanismos narrativos a la hora de escribir una historia sincera y lejana de pudores estéticos y políticos.
Morena Pardo en primera persona
-Ya no pienso en el invierno es una novela donde, a partir de un monólogo interior, se despliegan las vivencias y tribulaciones de una joven rosarina con trastorno obsesivo. ¿ Cómo te nutriste de las construcciones fenomenológicas para ir armando la estructura psíquica de Luciana?
-La experiencia particular con el trastorno obsesivo está nutrida de mi propia trayectoria con el mismo trastorno. Por supuesto que Luciana no soy yo, y yo no soy Luciana, porque si no no habría artificio, pero particularmente toda las referencias y datos sobre el trastorno en la historia tienen que ver con mi recorrido en ese sentido. No investigué ni busqué mucha más información por fuera de ese conocimiento de primera mano, que estaba muy cerca mío. Necesité que fuera así, que lo que estuviera en la novela sobre la convivencia con un malestar psíquico de este tipo fuera lo que estaba también en mí: tomar medicación, dejarla, ir a una terapia grupal, la posibilidad o imposibilidad de compartirlo con otras personas, su imbricación en una rutina y una cotidianidad. Y toda la percepción de Luciana en muchos sentidos está mediada por la pátina espesa que impone una experiencia así. A su vez, el tema, el contenido de los pensamientos intrusivos de Luciana no es el mío. Y no lo inventé porque existe pero construí una vivencia posible de eso para la novela, para Luciana en particular, y eso implicó un trabajo de confección grande, que me resultó muy entretenido.
-¿Tomaste de modelo o referencia alguna obra para poder llevar adelante tu propia creación?
-No conscientemente. Tampoco quise ponerme a leer obras con temáticas o abordajes similares porque no quería contaminar la voz narrativa, esa posición subjetiva de Luciana, que se me aparecía con mucha claridad desde que arranqué el proyecto de la novela. Sí había leído recientemente “Litio” de Malén Denis, una novela que con otra perspectiva y con otros recursos también aborda una experiencia de salud mental. Eso me hizo ver que tenía ganas de hablar de esto.
La estructura y proceso creativo
-Hablando de la estructura en sí de la novela, ¿cómo está compuesta?
-La novela es un monólogo interior estructurado en capítulos breves, en pequeñas escenas mentales del personaje protagónico. Lo de escenas es casi literal en sentido de construcción cinematográfica: cada capítulo cambia de espacio y tiempo, que es un poco el criterio para articular escenas en la narrativa audiovisual. Son recortes de esa experiencia subjetiva casi en tiempo real. Y obviamente la percepción del tiempo dentro de ese flujo de pensamientos no es lineal, quizás un capítulo son diez minutos y otro son varias horas, pero todo está experimentado con la vorágine del torrente mental de una persona obsesiva a veces y neurótica siempre.
-¿Qué rol tuvo el taller Patas de Cabra en el proceso creativo de la obra?
-Participé del espacio de formación literaria Patas de Cabra, coordinado por Maia Morosano, en 2017. Un poco más adelante, surgió la editorial de mismo nombre como un proyecto para empezar a publicar obras de autores que fueran parte o hubieran pasado por el taller. Maia me convocó en 2019 para ser parte de la colección de narrativa Fruta y Maravilla, y me preguntó si estaba trabajando en algo para publicar. Yo venía de escribir y producir la serie web “Quién Pudiera” y estaba pensando muy en clave cinematográfica. En ese sentido, estaba imaginando cómo sería representar audiovisualmente una vivencia del trastorno obsesivo, que es tan silenciosa y tan invisible. Así nació el personaje y su universo. Ante la pregunta de Maia, le conté de esta idea, que es la que narrativamente me estaba habitando y me dijo que le parecía claramente una novela en monólogo interior. Y cuando hice la prueba de desarrollarla en esa clave, fluyó y cobró otras texturas. Entonces establecimos con Maia una fecha posible de entrega y una dinámica de trabajo de producción, supervisión y edición del material. Además, en Patas de Cabra hay una modalidad de supervisión colectiva de los textos para publicación, en la cual tres personas del taller forman una suerte de comité editorial con la que cada autor comparte y charla el material de forma grupal durante el proceso de escritura.
Literatura y salud mental
-Unas de las temáticas que aborda la historia es la salud mental, ¿hay algún enfoque que utilizas para posicionarte y escribir la ficción?
-Diría que la salud mental es el gran tema de la novela, y sin dudas en este desarrollo de la experiencia subjetiva del trastorno obsesivo hay una búsqueda de ubicar estas vivencias en la vida cotidiana. No quiero decir normalizar porque justamente una idea con la que se pelea el personaje es la de la normalidad, entendida como una supuesta vida sin este tipo de experiencias, un modelo neurotípico muy poco claro. Y que además tiene que ver con la voluntad de dejar de pensar que las personas que atraviesan procesos con su salud mental son fácilmente reconocibles desde afuera, o que están excluidas de lo cotidiano, en instituciones o en sus casas. Y la verdad es que estamos en el bondi, en las oficinas, en los grupos de amigos, y a veces la estamos pasando horrible aunque nadie lo sepa o lo perciba.
-¿Pensás tu obra como un hecho estético que habilita el diálogo con las lógicas discursivas que nos atraviesan como sociedad?
-Ojalá que sí. Pienso esta reedición en este contexto en el cual, por un lado y después de la pandemia, creció la conciencia sobre atender y legitimar la salud mental como una parte de la salud integral, y no como algo menor. Cada vez más personas hablan de esto y creo que está buenísimo. Por otro lado, seguimos en una de patologizar constantemente la subjetividad propia y ajena. Desde gestos quizás inocuos como decir que uno tiene “el TOC de cerrar la puerta del placard antes de dormir” o que es “medio bipolar” porque cambia fácil de estado de ánimo, hasta repetir por doquier que Milei “es un loco”. Yo no sé si Milei “es un loco”, no tengo las herramientas para afirmar eso, sea lo que sea que signifique para cada quien, pero para mí ese claramente no es el problema con Milei ni un motivo para no votarlo, sino su proyecto político de ultraderecha. Entonces, cuestionar estas lógicas discursivas, que por supuesto construyen sentidos políticos y comunes, me parece necesario para pensar y atender colectiva y comunitariamente la salud mental con la sensibilidad y la seriedad que merece.
-Sonia Tessa en la contratapa del libro menciona la figura del acompañante terapéutico en la historia, una figura que podemos decir, aparece en el cine en películas como Persona de Igmar Bergman por nombrar alguna. ¿Qué rol tiene en la historia?
-Super interesante la referencia que traes de Persona. Si bien en la novela aparece el personaje de la psicóloga de Luciana, y en menor medida de una psiquiatra y de otros espacios formalmente terapéuticos, diría que la relación terapéutica en este sentido no es central para la historia, como sí lo es en la película de Bergman. Creo que a lo que se refiere Sonia con esa frase en la contratapa es que la voz subjetiva que estructura el libro posiciona insistentemente a los lectores en un rol de acompañante empático, incluso cuando lo que está pensando Luciana es terrible. Y también al hecho de que hay muchas otras estructuras, otras personas, que terminan siendo claves en el abordaje que Luciana hace de su malestar, como amigos, familia, compañeros de trabajo, a veces gente desconocida, y que no suelen entenderse como parte de un proceso terapéutico. No la entiendo como una referencia literal al trabajo real de los acompañantes terapéuticos.
-¿Qué rol tienen en la historia los instrumentos de consumo culturales?
-Luciana tiene, y en esto también un poco como yo, la cabeza llena de referencias culturales. Creo que todes en alguna medida tenemos la sensibilidad mediada o influenciada por las expresiones artísticas que nos conmueven, nos conmovieron o que tenemos cerca en un determinado momento. Y por eso en un monólogo interior me parecían infaltables.
En ese sentido, aparecen muchas referencias musicales sobre todo, a veces a canciones que con mayor o menor sentido emergen en un flujo de pensamiento, a veces a bandas o temas que marcaron una época o un estado subjetivo. De hecho hice una playlist para la novela que estoy en proceso de actualizar para la reedición. También hay bastantes referencias a series, en particular por el universo particular del contenido obsesivo de Luciana en el momento que aborda el libro, y que funcionan como un parámetro para el personaje. Finalmente, hay algunas referencias literarias. Por ejemplo, Luciana lee “Devoción” de Patti Smith en un momento, y también se compara con la protagonista de esa novela y cita algunos fragmentos.
Morena Pardo en la actualidad se encuentra trabajando en su segunda novela, en un proceso creativo paciente y sin apuros. Afirma que quizás Romina Paula sea su narradora contemporánea favorita sin dejar de admirar a Patti Smith, Phoebe Waller-Bridge, Paula Trama, entre otras.
Bio
Morena Pardo (Rosario, 1993) es Licenciada en Comunicación Social (UNR) y Maśter en Estudios de Género (Universidad de Granada/ Utrecht University). Como periodista e investigadora, le interesan los cruces entre feminismos, disidencias sexuales y cultura popular. Escribió para medios como Silencio, Rapto, La Tetera, Revista Rea, y Latfem, entre otros. Actualmente, trabaja en el diario La Capital.
Es una de las guionistas y creadoras de la serie web de temática LGTBI+ “Quién pudiera”. En 2019 publicó su primera novela Ya no pienso en el invierno. Participó en las antologías “Bitácora del porvenir II. Palabras de una era” (Editada por revista Rea en 2020, recopilando reflexiones desde la pandemia) y “El grito sagrado” (2022, narrativas en torno a Newell’s Old Boys).